Luego de las dos primeras semanas de secuestro, José Palomino no aguantó más y lloró junto a su hijo, Javier Mauricio, y su nieto, Juan Fernando. El llanto los sorprendió a los tres en un estero a cielo abierto en medio de la selva pacífica colombiana, donde dormían uno encima del otro. No podían cruzar palabras, así que hablaron a través de las lágrimas. Esa, recuerda José, fue la última vez que lloraron, acompañados por una fuerte lluvia y un ejército de zancudos.

Sus verdugos los tenían amarrados en zona rural de Buenaventura, Valle. José, con 73 años y 105 kilos de peso, tomaba la cabeza de su hijo y su nieto cuando ya los vencía el sueño y las acomodaba en su pecho. Él, que poco dormía, sacrificaba sus horas de descanso para darles comodidad a quienes más amaba.

El secuestro ocurrió el 6 de junio de 2021 en el complejo turístico Palomar, muy cerca al río Zabaletas, un paradisiaco lugar de la zona rural de Buenaventura, y que es propiedad de José. Ese día, llegaron cuatro hombres bien armados, quienes se identificaron como del ELN –aunque después se comprobó que eran disidencias de las Farc–, los sacaron de sus habitaciones, los montaron en una lancha y se los llevaron a mar abierto.

Ya en cautiverio, les dijeron que por su libertad querían 1.500 millones de pesos, una cifra completamente descabellada e impagable. José trató de mediar a la tercera semana de secuestro y logró hacer un acuerdo de pago por 200 millones. Los jefes disidentes, de la columna Jaime Martínez, estudiaron la viabilidad de la propuesta, pero no dijeron nada más por varios días.

Estas dos personas fueron capturadas como responsables del secuestro. También deberán responder por homicidio.

Mientras el silencio se apoderaba de su tiempo en cautiverio, los tres seguían pasando las noches y días a la intemperie, como animales salvajes en exhibición. “Uno de esos días, entraron diciendo que, como mi familia no había enviado plata, matarían a uno; yo les dije: ‘Listo, llévenme a mí’”, cuenta José.

El 23 de junio lo sacaron del cambuche y lo embarcaron en una lancha rápida. A su hijo y a su nieto solo los dejaron despedirse con la mirada. No hubo palabras. En el camino, a José le avisaron que no sería asesinado, sino liberado para que reuniera el dinero lo más pronto posible. Y así lo hizo.

De acuerdo con la Fiscalía, la familia Palomino pagó primero una cifra cercana a los 100 millones de pesos y luego hicieron otra transferencia por 150 millones más. “Yo cumplí, pero ellos no”, se lamenta José. De su hijo y su nieto no supo nada más. Nadie volvió a responder las llamadas, y las súplicas se diluyeron en el tiempo. Solo la semana pasada hubo noticias, pero no las que esperaban. En Punta Soldado, zona rural de Buenaventura, encontraron una fosa con dos cuerpos, cuyas características son similares a las de los secuestrados.

La Fiscalía, en un reciente comunicado, da a Javier Mauricio y Juan Fernando como muertos. “(...) Dos hombres que están presos por el presunto secuestro del dueño de un balneario, su hijo y su nieto, ahora también tendrán que responder por el homicidio de los dos últimos, luego de que sus cuerpos fueron hallados en una fosa común a orillas del río Cajambre, en zona rural de Buenaventura (Valle del Cauca), el pasado 10 de febrero”, dice el ente investigador.

Por el estado de descomposición de los cuerpos, el proceso de identificación se demora tres meses. Y, aunque para la justicia no hay duda de que se trata de los Palomino, José alberga una ínfima esperanza. “Yo tengo una fe de 2 por ciento de que no sean ellos, aunque las características físicas coinciden, pero confío plenamente en Dios”.

Javier Mauricio Palomino tiene 47 años, es administrador de empresas y estaba a cargo del hotel. Juan Fernando apenas cumplió 27; seis meses antes de ser secuestrado celebró su grado como arquitecto. “Le pedimos al señor fiscal que se compadezca de nuestro sufrimiento como familia y agilice el proceso, porque yo necesito cerrar el círculo del duelo”, insiste José.

El día del secuestro, cuenta José, estaban adecuando una habitación para meterse en el negocio de los glamping. Era el sueño de Juan Fernando, y su papá y su abuelo viajaron con él para cumplirlo. Esperaban recibir a 40 turistas al día siguiente, por eso, estaban emocionados con el futuro.

La disidencia que los secuestró está al mando de Johany Noscué, alias Mayimbú, y es quizá el brazo armado más sangriento del Comando Organizador de Occidente.

José, ahora a la espera de la confirmación de la noticia que nadie quisiera escuchar, medita sobre los días de secuestro. “A pesar de todo, estábamos juntos”, dice con palabras cortadas por el llanto.