La tragedia caminó por el barrio El Mirador, corregimiento de San José Oriente, en La Paz, Cesar, la noche del sábado y madrugada del domingo 27 de marzo, hasta encontrar refugio en la casa de Francisco Hernández Rojano. A este hombre, de pocas palabras en el vecindario, no se lo veía salir mucho desde que terminó la relación con su esposa, contaron los vecinos.
Horas antes de aquella madrugada de domingo, Francisco regresó al casco urbano de La Paz, recogió a sus dos hijos, Javier Moisés Hernández, de 2 años, y Ana Lucía Hernández, de 7 años. Era su turno de compartir un fin de semana con ellos, así que, sin entregar mayores detalles, le dijo a la mamá de los pequeños que se los llevaría para su casa, en San Jorge Oriente. El hombre llegó con los niños y se encerró. “Ese día casi no escuchamos ruido”, le dijo uno de los vecinos a SEMANA.
Todo se mantuvo en silencio hasta la mañana del domingo, cuando Francisco salió en un estado deteriorado de salud y llegó hasta la estación de Policía para confesar el crimen. El hombre afirmó que les había dado a beber un poderoso herbicida para terminar con sus vidas. Luego, él también lo ingirió.
En la estación de Policía, dos patrulleros tomaron apuntes de la terrible revelación de Francisco, después le prestaron los primeros auxilios y lo trasladaron en ambulancia hasta el centro de salud más cercano. Con la información, los patrulleros se dirigieron hasta la casa en el barrio El Mirador, donde encontraron la puerta abierta y en una de las habitaciones, los cuerpos de los dos niños.
“De inmediato se le informó a la central de radio sobre lo acontecido, y procedimos a realizar el acordonamiento del lugar de los hechos, asimismo unidades de la Policía regresan a la estación donde está el hombre consciente, siendo capturado y quedó a disposición de la Fiscalía”, informó la institución.
La razón que entregó para asesinar a sus hijos es que todo se debía a la separación con su expareja Yeraldin Marcela Soza. Francisco mató a dos pequeños porque fue incapaz de aceptar que la relación sentimental finalizó. “Nosotros llegamos y vimos a los niños ahí, tirados, inocentes, parecían dos angelitos. El desgraciado del papá los mató”, contó una de las primeras personas que llegó a la escena del crimen. La comunidad intentó auxiliarlos, pero los esfuerzos fueron en vano. Los pequeños murieron en la más profunda inocencia, al creer que aquello que su papá les estaba dando a beber era confiable.
“La madre de los menores no quería seguir la relación con su pareja. Este le pidió que les dejara a sus hijos para pasar un día con ellos. Luego, los envenena con un herbicida”, señaló en su informe Eslendy Arrieta, inspectora de Policía de San José de Oriente. En el barrio El Mirador poco se habla de Francisco, poco lo conocen, poco saben de sus gustos, sus miedos y de su capacidad de hacer daño, pues él poco se comunicaba con sus vecinos.
Lo único cierto es que trabajaba en oficios varios, tiene 37 años, vivía con su esposa en La Paz y en la madrugada del domingo 27 de marzo mató a sus dos únicos hijos. Aunque el asesino ingirió la misma dosis suministrada a los menores, sobrevivió. Hasta el cierre de este artículo, se encontraba hospitalizado, inconsciente, bajo custodia de la Policía en una unidad de cuidados intensivos de Valledupar.
Andrés Palencia, director de la Fiscalía en Cesar, afirmó que, si bien nunca interpusieron una denuncia formal en su contra, Francisco tendría antecedentes por violencia intrafamiliar. “Familiares de estos dos niños han reportado que hubo episodios de violencia de este hombre contra la madre de los pequeños, y, en efecto, se configuraba una violencia intrafamiliar, que culmina con este lamentable hecho”, manifestó Palencia.
El fiscal aseguró que el ente acusador está dispuesto a pedir la pena máxima para este hombre, equivalente a 60 años de cárcel, pues se trata de un doble homicidio agravado.
“Lo que sigue es proceder con las audiencias de formulación de imputación y de solicitud de imposición de medida de aseguramiento; sin embargo, hay unas circunstancias especiales excepcionales que impiden llevar a cabo estas diligencias porque hasta el momento este agresor se encuentra en un estado de salud bastante complicado”, agregó el director de la Fiscalía.
No obstante, apenas recupere su salud, y así lo avalen y certifiquen los médicos, “inmediatamente procederemos con esas dos audiencias, en las que se imputarán homicidio agravado, y probablemente feminicidio agravado en el caso de la muerte de la niña, dado el contexto previo de violencia y las situaciones que nos han puesto de presente los elementos de prueba que se han venido recaudando”, aseveró Palencia.
Y añadió: “Consecuente con ello, se pedirá medida de aseguramiento privativa de la libertad porque consideramos que reúne los requisitos de ley ante el peligro para la comunidad que puede presentar esta persona y ante la gravedad de la conducta por él ejecutada; luego solicitaremos sentencia de carácter condenatorio, donde trataremos de convencer a un juez penal del circuito que emita un fallo condenatorio y una pena máxima de prisión de 60 años, que es lo que permite nuestro Código Penal colombiano”.
La despedida
En la caravana fúnebre para despedir a Javier Moisés y a Ana Lucía participaron más de 1.000 personas, en San José de Oriente. Su mamá, Yeraldin Marcela Soza, apenas se podía mantener en pie. Hace unos meses decidió separarse de Francisco ante los continuos episodios de violencia, tanto verbal como física, según le contó a un medio local. Los globos blancos y mensajes de apoyo a la familia fueron una constante durante la caravana. Los ataúdes, blancos, eran custodiados por una guardia de niños del colegio donde Ana Lucía ya cursaba tercer grado de primaria.
“Esto que estamos viviendo es muy doloroso, dos niños inocentes asesinados por su propio padre, no tiene perdón”, dijo un habitante de esa localidad, en estribaciones de la serranía del Perijá.
En medio de los mensajes para rechazar esta tragedia, los participantes recordaron otros episodios similares en los que niños terminaron siendo víctimas de sus padres. Uno de los casos más sonados ocurrió en noviembre con el asesinato de Salvador Meza a manos de su padre, Miguel Meza, en el Valle del Cauca. El patrón fue similar a lo acontecido en La Paz, Cesar.
El asesino reclamó su derecho de estar con el menor un fin de semana, luego presionó a la mamá, Jaqueline García, para que restablecieran la relación amorosa finalizada meses antes por episodios de violencia. Ante la negativa de la mujer, pidió fotos íntimas para no asesinar al bebé, de apenas un año. Tras dos días sin responder el teléfono, se comunicó para decir dónde había dejado el cadáver, semienterrado en un paraje de la vía Cali-Palmira. Salvador murió estrangulado por las manos de su padre.
El asesino fue capturado días después en Tumaco, y, en audiencia ante la jueza, relató de manera fría cómo terminó con la vida del niño para vengarse de Jaqueline. El caso de Francisco y Miguel tiene muchas similitudes: episodios de violencia previos, asesinato de sus hijos, confesión ante las autoridades y señalamientos contra sus exparejas como culpables de desatar en ellos la irracionalidad.
La tragedia, esta vez, se detuvo en el barrio El Mirador, de San José de Oriente, pero continúa caminando y haciéndose presente en aquellos lugares donde se ignoran las señales de violencia. Javier Moisés y Ana Lucía son los dos nuevos rostros del dolor que deja la barbarie.