En menos de un mes, el setenta por ciento de un gigantesco mural de la Iglesia de Nuestra señora del Rosario, de Itagüí, Antioquia, desapareció bajo una pared falsa de yeso. Y no se trató de un hecho milagroso. En septiembre pasado el párroco Carlos Mario Ochoa Gómez mandó a tapar la mayor parte del fresco que adornaba el interior de una de las naves, con el argumento de que le parecía muy “grande y muy feo”, según se lo dijo meses atrás al propio autor de la obra, mediante una carta. Por aquellos días la Alcaldía de Itagüí había iniciado la restauración de la fachada de la iglesia, un templo que en el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) del año 2000 fue declarado como patrimonio cultural de índole municipal. “El padre aprovechó esas reparaciones exteriores, que estaban debidamente autorizadas, para intervenir el mural sin tener el debido permiso del Consejo Departamental de Patrimonio Cultural. Y esto debió haberse hecho puesto que la iglesia, en su conjunto, es un bien de interés cultural”, dice Luis Guillermo López, del Instituto de Cultura de Antioquia. El mural, que requirió de dieciocho meses de jornadas para ser terminado, fue pintado por el maestro José Darío Rojas Rojas hace algo más de veinte años. Se trata de una representación de un pasaje del Apocalipsis denominado “El juicio final ante el gran trono blanco”. Antes de ser echada a perder, la monumental obra medía diez metros de alto por 36 metros de ancho. Ahora solo sobrevive el centro del fresco. El artista, con evidente desazón, explica que la figura principal del mural es Jesús, rodeado de siete ángeles anunciando con trompetas la llegada del juicio. “El tema sugiere que ese día los muertos en la tierra, en las aguas y en el aire seremos llamados. Y esa fue la parte que no le gustó al padre y por eso la cubrió”, le dijo a Semana.com Una vez se supo de la intervención del mural, el Instituto de Cultura de Antioquia hizo una visita técnica a la iglesia, de lo cual quedó un oficio que le fue remitido al alcalde de Itagüí, Carlos Andrés Trujillo González. El documento dice que cuando instalaron la placa de yeso (o drywall) no protegieron lo poco que quedó del mural. “Lo deterioraron más de lo que estaba. Dado que no fue cubierto, la obra tiene salpicaduras de pintura blanca y rayones”. Pero lo más grave, desde el punto de vista del patrimonio, es que la parte que quedó detrás de las placas fue perforada con taladros. Para el Instituto de Cultura es el alcalde de Itagüí quien debe ordenarle a la parroquia la demolición de la intervención, la restauración integral del mural y, si encuentra méritos, imponer una multa que podría superar los 300 millones de pesos. Un reportero de Semana.com fue hasta la parroquia de Itagüí para conocer la versión del sacerdote Ochoa, pero él aseguró que cualquier respuesta debía ser tramitada con la oficina de comunicaciones de la Arquidiócesis de Medellín. En cuanto a los feligreses, hay opiniones de todo tipo. En el parque que queda en frente de la parroquia, el tema ha sido objeto de interminables discusiones y tertulias. Darío Lopera, por ejemplo, dice que cuanto antes el sacerdote debería reparar el mural. “Tantos días y ese problemita sin resolverse. Yo no sé, eso hay que corregirlo lo más pronto posible”. Alberto Ochoa, por su parte, opina que el cura debería ser autónomo en las decisiones. “A él le entregaron esa iglesia y puede manejarla a su gusto. Uno debería opinar sobre eso”. Pero el párroco también tiene sus defensores. Antono José Quiceno es uno de ellos. “El cura lo que hizo ahí no lo hizo por malo. Ese mural tenía unas partes que eran muy inmorales. El padre no tapó todo el mural ni lo tumbó todo, simplemente le puso una cosa como para disimularlo. Él lo dijo muy claro en la misa, si la gente no está de acuerdo el mural se vuelve a destapar”, dice.