Era el martes 25 de enero. Hildebrando Rivera, conductor de un carro compactador de basuras de Ecosiecha, empresa de acueducto y alcantarillado de Guasca, Cundinamarca, se movilizaba por la vía Funza-Siberia, de camino a su municipio, después de haber arrojado la basura en el relleno sanitario Nuevo Mondoñedo. Pero él nunca se imaginó que el regreso a casa se trataría del último viaje a bordo de ese camión, que sentía como propio tras más de dos años de estar trabajando para la empresa.

El reloj marcaba las 8:30 de la noche y un accidente se convirtió en el comienzo del desgarrador desenlace de la vida de Hildebrando. Transitando por la vía, lamentablemente arrolló a Ermilda Tunay Sintua, de 36 años, quien estaba embarazada, y a su hija Sara Camila García Tunay, de un año y nueve meses, miembros de la comunidad embera y quienes fallecieron en el lugar de los hechos.

Angustiado por lo sucedido, Hildebrando llamó a Mario Calderón, gerente de Ecosiecha, para contarle lo que acababa de acontecer y pedirle ayuda. Afuera del vehículo todo era caos.

“Se escuchaba mucho ruido, golpes a la cabina, yo le comenté que no se preocupara, le dije que iba a llamar al alcalde de Guasca para que nos ayudara a ponernos en contacto con la Policía”, relató Calderón. Pero mientras el gerente de Ecosiecha se trataba de comunicar con las autoridades, Hildebrando mandaba un audio de WhatsApp al grupo de trabajo revelando la tragedia que estaba a punto de comenzar.

“Uy, Dios mío, acabaron con el carro, tuve un accidente. Dios mío, van a acabar el carro. Ayúdenme”, fueron las palabras de auxilio de Hildebrando en medio de la desesperación. Afuera del vehículo, miembros de la comunidad embera que se percataron del accidente atacaban con palos y piedras la cabina del conductor, tratando de bajar a Hildebrando.

Los dos policías que se encontraban en la vía cerca al carro de Ecosiecha, y quienes también resultaron heridos, no pudieron hacer nada para tratar de proteger la integridad del hombre de 60 años y padre de tres hijos. Los indígenas lograron su cometido. Bajaron del vehículo a Hildebrando y con palos, piedras, patadas y a puño limpio lo golpearon de manera vil y salvaje.

En Guasca, Calderón y sus colaboradores trataban de comunicarse con Hildebrando, desconociendo lo que sucedía. De repente, una persona les contestó el teléfono y les aseguró “que no llamaran más a ese señor, porque lo iban a matar”. Y la sentencia se cumplió.

Hildebrando fue trasladado en una ambulancia a Bogotá. A las 9:46 de la noche ingresó al servicio de urgencias del Hospital de Engativá con múltiples traumas en cráneo, tórax y abdomen. Debido a la complejidad del cuadro clínico, iba a ser trasladado al Hospital Simón Bolívar, pero los médicos decidieron intervenirlo quirúrgicamente. Sin embargo, en medio de la operación, el hombre presentó un paro cardiorrespiratorio y finalmente falleció.

Dolor en su familia

Hildebrando deja un vacío enorme en Elvia, su esposa y compañera de vida desde hace 35 años, y en sus tres hijos, Óscar, Daniel y Sebastián, a quienes una turba enardecida les arrebató a su héroe, porque eso era lo que su papá significaba para ellos.

“Hildebrando era muy querido, un excelente papá, amigo, compañero, buen suegro. Todos en el pueblo lo querían y, de hecho, hubo una caravana de cientos de motos y carros que se volcaron a las calles para recibirlo y darle una despedida”, aseguró su cuñado Ricardo Rodríguez.

Para Calderón, de Ecosiecha, Hildebrando “era muy entregado a su familia y al trabajo, era una persona muy alegre y servicial. Tenía muchas cualidades positivas que lo describían”.

Ya sin su camión, el viernes a las dos de la tarde en el cementerio del municipio Hildebrando emprendió el viaje final. Mientras sus familiares lloran su partida, piden justicia a las autoridades para que identifiquen y encuentren a los responsables.