Fue uno de los grandes luchadores del partido liberal, cuando existía el partido liberal. Horacio Serpa lideró causas progresistas y llegó a tener todas las distinciones, incluida la de candidato presidencial puntero en primera vuelta.
Su imagen de defensor de las causas sociales acabó salpicada por el proceso 8.000, en el cual se desempeñó como el más leal y efectivo escudero del presidente Ernesto Samper. Al punto que cuando muchos abandonaron el barco, él puso el pecho y protagonizó incidentes controvertidos que minaron su carrera.
Recientemente le ha tocado enfrentar acusaciones, según dice fantasiosas, de que él y Samper habrían tenido que ver con el asesinato de Álvaro Gómez. Esto, curiosamente, no le preocupó tanto, pues lo considera tan absurdo como la teoría de que él sabía que habían entrado dineros del narcotráfico a la campaña de Samper.
En sus últimos días, de hecho, Serpa luchó una de sus más difíciles peleas contra dos tipos de cáncer que le fueron diagnosticados por cosas del azar hace un año.
Llegan las malas noticias: Cáncer
Se había retirado del congreso año y medio atrás, y estaba en el proceso de obtener la pensión para retirarse con su esposa, Rosita Moncada, a Bucaramanga. También planeaba hacer los chequeos rutinarios mensuales y como su estómago le daba guerra, empezó por el gastroenterólogo.
Este ordenó purgas y dos exámenes: endoscopia y colonoscopia. En el primero salió una infección por Helicobacter pylori, que trató de inmediato, y en la segunda el médico le encontró pólipos que envió a patología.
Tres días después, el especialista le dio la noticia: cáncer de colon. “Nos miramos con Rosita, y le dije: ¡Miércoles! ¡Cáncer! ¡Qué problema!”. Enseguida vinieron a Bogotá a contarle a sus hijos. “Todos lloramos un poco, pero les dije que íbamos a hacerle frente a esto”.
Por protocolo, los médicos le recomendaron más exámenes, incluido un TAC. A los cuatro días el resultado estaba listo y cayó como otro baldado de agua fría: un tumor en el páncreas, sin relación con el de colon. “¿En el páncreas?, decía yo. Todos los que tienen cáncer ahí se mueren”.
El médico le respondió que la ventaja del suyo era que estaba localizado en la cola del órgano y no en la cabeza. Además, había que confirmar su malignidad en la biopsia. La suerte le dio una vez más la espalda. Era maligno.
“Yo no lo podía creer. Un cardiólogo me aconsejó un pet scan porque en ese examen sale todo lo que uno tiene”, dice. En 10 días recibió la tercera mala noticia: metástasis en el hígado. “El golpe fue duro”.
La batalla contra el cáncer
El primer tratamiento consistió en extirpar el tumor del páncreas y explorar el hígado con laparoscopia, mínimamente invasiva. Luego vino la cirugía del hígado, que duró 13 horas y en la cual los radiólogos hicieron un tratamiento especializado. Pero en el proceso de recuperación el exministro contrajo una bacteria en los pulmones. Esa lucha por derrotar el patógeno duró 22 días en cuidados intensivos. “Estuve prácticamente muerto”.
Cuando terminó ese episodio y abrió los ojos no podía hablar, caminar, ni mover los brazos. No tenía músculos. Comenzó entonces un duro proceso de rehabilitación.
Entonces se sometió a quimioterapia para páncreas e hígado. Para ese momento Serpa, el gran luchador, no quería salir de su habitación. Tuvo tres rondas de quimio muy fuertes, dos de las cuales lo devolvieron al hospital.
En los siguientes cuatro meses se refugió en Rosita, sus hijos y sus nietos. En diciembre habló con el médico para explorar la posibilidad de pasar las fiestas de fin de año en Bucaramanga. El experto decidió recetarle una quimio oral que permite a los pacientes viajar, pues ya no dependen de un sitio para administrarla sino de una pastilla.
Él no sabe si fue estar Bucaramanga o la quimio oral, pero empezó a sentirse mejor. Hablaba, contestaba el teléfono, se levantaba de la cama y caminaba. Y lo mejor de todo, quería salir de la casa. Un día le dijo a Rosita: “Amor, me voy a ir a un café a Floridablanca a tomarme un tinto con un amigo. Cuando ella me preguntó para qué, yo le contesté que para probarme a mí mismo de que soy capaz”.
Luego de una hora con su amigo, Serpa le dijo: “regáleme otra hora porque quiero ir al centro comercial para que la gente me vea y deje de pensar que me estoy muriendo”. Esa vuelta resultó emocionante, porque la gente que lo vio se paró a saludarlo y abrazarlo.
Volvió a leer, a escribir y por un momento se sintió feliz y agradecido de su familia y amigos, de poder disfrutar de su nueva casa en Bucaramanga.
Serpa, el luchador
Con sus amigos solía reflexionar sobre su vida. Para un hijo de una maestra y un tinterillo, que solo ambicionaba ser miembro del tribunal de Santander, es un orgullo haber llegado a donde él lo hizo. De los cargos públicos que ocupó señala que el más satisfactorio el miembro de la constituyente que dio vida a la nueva constitución colombiana.
“No me van a creer, pero nunca quise ser presidente”, dijo, y explicó que él no nació con las condiciones sociales, económicas ni políticas para serlo. “Yo nací un muchacho del montón y siempre fui del montón”.
Tal vez las mieles del poder se le subieron a la cabeza: vino la primera candidatura y lo derrotaron; y dijo sí a la siguiente y ante ese fracaso no le quedaron ganas de más. Pero alguien le sopló que la tercera era la vencida. Y “cometí el error más grande de mi vida. Meterme en esa tercera lucha presidencial. El día que me derrotó Pastrana yo era el hombre más feliz de Colombia porque había sacado seis millones de votos”.
Eso para un hombre acostumbrado a conseguir 300 para ser concejal de barranca fue una verdadera victoria. Si su padre se levantara de su tumba por un minuto le daría un infarto de nuevo al ver la carrera de su hijo.
Sus amigos fueron importantes porque lo llamaban y le decían que lo querían. Algunos muy santandereanos le decían cosas que lo estremecían -aunque sabía que era con la mejor de las intenciones- como “oiga, usted no se puede morir todavía, tiene que aguantar un par de años más”. Serpa les respondía: “Yo no me voy a morir”.
Para él la vida transcurrió entre éxitos y golpes, sin amarguras ni envidias, ni hacerle daño a nadie, al menos conscientemente. Pero el mejor éxito como hombre fue, sin duda su familia con Rosita, dos hijos, uno de los cuales, Horacio José, siguió sus pasos.
En el pasado había pensado muchas veces en cómo querría que lo recordaran los colombianos. Una opción era como jurista, pero sentía que no era abogado; o como orador, que puso de moda palabras como “mamola” y “ni chicha ni limonada”, pero creía que había mejores que él.
Solo en esos últimos días, hablando con sus amigos de su enfermedad, logró descifrarlo. Ellos le habían dicho que era un luchador, que había pasado la vida peleando y que esta era su última gran lucha: vencer esta enfermedad. “Entonces yo quisiera pasar a la posteridad como un luchador”.
* Horacio Serpa falleció este sábado 31 de octubre