La universidad es el lugar donde muchas personas tienen sus mejores recuerdos. Los “huecos” entre clases, la sacada de fotocopias, las horas de debates académicos, las rumbas… En los campus muchos hacen sus mejores amigos e incluso dejan sus grandes amores. Sin embargo, 2020 no ha dejado que más de 2,4 millones de estudiantes puedan vivir esa etapa a plenitud.
Desde hace más de siete meses la inmensa mayoría de alumnos de educación superior no pisa un aula de clase. La vida estudiantil cambió radicalmente y todo parece indicar que el retorno a la normalidad se demora.
Francisco Zambrano, de 19 años, empezó Derecho este semestre en Los Andes, pero no se siente realmente en la universidad. “La relación que uno tiene con los compañeros es por WhatsApp para hacer los trabajos, uno les conoce la cara por la foto de perfil porque la verdad en las clases prácticamente nadie prende la cámara”. El joven quisiera que reabrieran en su totalidad el campus, pero dice que no lo ve cercano.
“La pandemia les frenó en seco todo”, explica Diana Zuleta, psicóloga especializada en juventud, quien lleva estudiando actualmente el impacto que este giro en la vida puede tener en los jóvenes. En esa época, agrega ella, los universitarios están buscando autonomía e independencia, pues quieren desprenderse de las figuras adultas y vivir la vida por sí mismos. Estar detrás de un computador, evidentemente, va en contravía de esos sentimientos.
Una encuesta que hizo la Asociación Colombiana de Universidades (Ascun) mostró cómo el 59 por ciento de los universitarios asegura que durante la pandemia se han disminuido sus actividades recreativas y físicas, hablan menos con sus amigos y cada vez sienten menos motivación para estudiar. “Literal, hay días en los que no me paro de la cama; antes iba al gimnasio, pero ya para qué si uno no se ve con nadie”, cuenta Mateo Duque, estudiante de Marketing en la Universidad Central.
En este estudio, que entrevistó a más de 15.000 alumnos de 71 instituciones de todo el país, también se evidencia que al menos el 55 por ciento de los estudiantes señala que se encuentran más irritables o tristes que antes del aislamiento y el 48 por ciento ha experimentado fuertes sentimientos de soledad. Además, el 38 por ciento manifestó tener problemas para encontrarle sentido a la vida y el 34 por ciento reconoce un deterioro en su autoestima desde que inició la pandemia.
Adicionalmente, el 48 por ciento asegura que sus hábitos de sueño han desmejorado, mientras que el 50 por ciento manifiesta problemas para organizar su tiempo de estudio y demás actividades. También se han incrementado los problemas de pareja (35 por ciento).
Aunque parezca obvio, Zuleta asegura que la mejor solución ante esta situación es el diálogo, dado que el encierro y falta de interacción genera cuadros parecidos a los depresivos: “Están tristes, irritables, apáticos, no se están arreglando. Los papás están preocupados y dicen: ‘No salen del cuarto, no quieren interactuar, uno no se les puede acercar’. Los jóvenes son como leones enjaulados y sus papás, los domadores que se les acercan. Entonces están siempre a la defensiva”.
La pandemia no solo ha dejado aburrimiento y tristezas. Cada vez crecen más las voces que alertan que la pedagogía por Zoom no alcanza a suplir las necesidades de enseñanza que tienen los estudiantes. Hay carreras que necesitan del debate presencial para enriquecer las clases, pues gran parte de las habilidades en el ejercicio profesional están basadas en esa socialización. Otras necesitan de los laboratorios, salas de edición o equipos para poder tener aprendizajes más certeros. Al no sentir que esos objetivos se cumplen, muchos estudiantes han pensado en dejar las aulas. “Una pantalla no es la universidad”, señala el pedagogo español Miguel Ángel Santos.
El semestre pasado, aunque las instituciones preveían que las matrículas de estudiantes tendrían un desplome que superaría el 30 por ciento, esa apenas llegó al 10 por ciento. Hay varias explicaciones de que esto haya sido así. A diferencia del primer semestre del año, muchas universidades comenzaron a apostarles a la alternancia y a la flexibilización de sus programas. Cerca del 40 por ciento de alumnos había dicho a Ascun que no se matricularía si no había componentes presenciales en su educación, hecho que se dio en la inmensa mayoría de universidades en el segundo semestre, frente a la virtualidad total que tuvo el primero.
Sin embargo, han pasado los meses, y al no ver que la universidad vuelva a la normalidad muchos sienten que el valor de la matrícula no se traduce en lo que reciben. A eso se suma que miles de estudiantes viven las afugias económicas de sus padres, golpeados por la crisis económica que ha dejado la pandemia.
Paula Huertas, estudiante de Medicina de la Fundación Juan N. Corpas, considera que la calidad de las clases depende en gran medida de la disposición del profesor, “hay algunos que mandan un laboratorio o una guía para hacer y no les importa si uno tiene o no los elementos, mientras que otros buscan alternativas”. Cuestiona por qué muchas instituciones ya no utilizan sus laboratorios ni muchas de sus sedes, pero sí cobran la tarifa casi plena. “En Medicina es indispensable que volvamos a las aulas”, reitera.
La insatisfacción de Paula con la virtualidad no es un caso aislado ni exclusivo de un pregrado tan exigente como la Medicina. Al indagar a los docentes sobre cómo perciben esta situación, el 57 por ciento de cerca de 5.000 profesores consultados por el gremio de universidades dijo que no ha abordado la resolución de dudas sobre contenidos de la asignatura y el 53 por ciento aseguró que no se ha conversado sobre la orientación del desarrollo de actividades. Asimismo, el 18 por ciento de docentes dijo no haber avanzado en sus clases prácticas durante este periodo de pandemia, mientras que el 45 por ciento utiliza comunicaciones escritas para avanzar en estas lecciones.
El rector de la Universidad del Rosario, Alejandro Cheyne, considera que es un error pensar que la calidad en la presencialidad es mejor. Para él, las instituciones están en un proceso de adaptación y el ambiente del campus y todo lo que lo rodea está lejos de llegar a su fin. “La universidad no solo es un espacio de aprendizaje, es un espacio de encuentro y relacionamiento que va más allá de la clase en aula. El regreso a lo presencial debe repensarse de manera distinta a como funcionaba antes de la pandemia”, agrega.
El Rosario, por ejemplo, le apostará a la semipresencialidad. Prevé que para 2021-1 al menos el 60 por ciento de la oferta académica sea híbrida, “tenemos que poder dar la posibilidad a aquel estudiante que quiere venir a hacerlo y a aquel que por la situación debe permanecer en su territorio a seguir estudiando con calidad”. Para 2021 es imposible que las clases por Zoom se acaben.
A pesar de que existen buenas noticias respecto a la vacuna, aun los más positivos expertos aseguran que se trata de un proceso complejo y que se necesitan meses o incluso años para poder inmunizar a toda la población. Por eso, el modelo de alternancia en las universidades será el que se impondrá el año entrante. Lograr retener a sus estudiantes en las aulas en 2021 será el mayor desafío de las universidades, que ya venían con un declive en sus matrículas antes de la pandemia.
En este sentido, lograr mezclar una asistencia al campus con todas las medidas de bioseguridad y una mejor experiencia en las clases virtuales será clave. Maritza Rondón, rectora de la Universidad Cooperativa, señala que se deben desmitificar algunas creencias que se tejen en torno a lo virtual: como que es una clase exactamente igual, pero usando cámara web y que para eso se deben construir herramientas que hagan de esos momentos espacios más gratificantes.
El rector de la Universidad Central, Jaime Arias, agrega que es importante que los estudiantes pongan de su parte, “se requiere un alto grado de autonomía, los muchachos muchas veces son asiduos usuarios de tecnología, pero para otros aspectos, no la educación”.
La pandemia obligó a las universidades a dar un timonazo a su modelo de enseñanza, hacerlo de forma adecuada será la clave para cautivar a los estudiantes, que también, poco a poco, al igual que lo hicieron docentes e instituciones, tendrán que poner de su parte para adaptarse a esta nueva manera de aprender