La historia que tiene en la cárcel a un coronel, jefe de la Policía Judicial de la Dirección de Tránsito y a cinco de sus subalternos, arrancó con un acto de coqueteo por redes sociales de un hombre que enamoró a la cuñada del oficial, solo para meterse a su casa y robar. El pasado 28 de abril, el coronel Gavino Humberto Gamboa, regresaba a Bogotá y cuando llegó a la casa de sus suegros se percató de que de su habitación se llevaron un computador, un celular, un reloj y algunas carteritas, herencia de la madre del oficial.
Preguntó a su cuñada y ella le contestó, sin dudarlo, que un hombre que conoció a través de Facebook estuvo un día antes en la casa. Le reveló dónde vivía, los números de teléfono y todo para ubicarlo. Horas después, el coronel le ordenó a cinco subalternos en la Dirección de Tránsito que se desplazaran hasta la localidad de Bosa y verificaran la información. El resultado de esa indagación se convirtió en una tragedia que incluyó, según la fiscal del caso, en secuestro, tortura y falsos allanamientos.
Cuando los uniformados encontraron al responsable de robarse la herencia de su jefe, el monedero con los ahorros de la mamá del coronel, ingresaron a su casa –dice la Fiscalía– usando un acta de allanamiento falsa, que más tarde, tras dejarla olvidada en esa vivienda, se convirtió en una prueba contundente contra los uniformados. En la casa los policías ubicaron el dinero que estaba en las carteritas y llamaron a su jefe, que ordenó trasladar de inmediato al presunto ladrón hasta un estación de gasolina en el centro de Bogotá, justo a espaldas del complejo judicial de Paloquemao.
Los uniformados salieron de la casa en compañía del ladrón ahora convertido en víctima, y su novia, pero en el camino le pidieron a la mujer que se bajara del vehículo, con una advertencia contada por ella misma, quizá para evitar una eventual denuncia: “Si le pisamos una güeva nos va decir dónde vive usted y su familia”.
Cuando el supuesto ladrón se encuentra con el coronel en la estación de gasolina reconoce que se llevó las pertenencias del oficial, pero que las guardó en una casa de Cucunubá, un municipio al norte del departamento de Cundinamarca. “En ese momento me dice: ‘¿sí se acuerda de mí, gonorrea?’. Yo le digo que sí. Me responde que no sabe con quién se metió, que me va a matar y a mi familia”, dijo la víctima en su relato de los hechos.
El confeso ladrón les dijo a los uniformados que entregaría los objetos robados, pero que debían llevarlo hasta el sitio donde los tenía guardados, en Cucunubá. El coronel ordena el traslado en vehículos oficiales que quedaron plenamente identificados en varios videos y pasos de peajes. Llegan a una casa y, según la Fiscalía, el coronel y sus hombres repiten un allanamiento ilegal, amenazas a los habitantes, incluso ante la presencia de la Policía del municipio el coronel. Se identifica y advierte que se encuentra en un procedimiento de captura.
Entraba la noche de ese 29 de abril y tras no ubicar las pertenencias robadas en la casa de Cucunubá, el coronel Gamboa hace una amenaza más al supuesto secuestrado. “Lleven a ese hijo de puta al páramo, que lo vamos a matar”. De regreso a Bogotá en los mismos vehículos oficiales, según el ladrón y víctima de esta historia, los uniformados amenazaron con degollarlo usando un machete que cargaba un patrullero.
El procedimiento de los policías se enredó, pues no encontraron los elementos hurtados y en Bogotá la familia del supuesto secuestrado advertía a la Fiscalía de la desaparición. Como prueba presentaron la orden para el falso allanamiento. Como si fuera poco, el presunto secuestrado aprovechó un descuido de los uniformados, abrió la puerta del vehículo y se lanzó a la vía cuando aún estaba en movimiento; se levantó y corrió por el monte, se les voló.
Esa misma noche, según la fiscal del caso, el coronel le informó a su superior, el director encargado de la Policía de Tránsito, que fue víctima de un asalto en su casa. Sin embargo, omitió todas las irregularidades que cometieron ese día y cómo el presunto ladrón estaba prófugo. Al día siguiente la orden fue clara: lanzar una alerta en todo el departamento de Cundinamarca para lograr la “recaptura” de quien se robó el monedero del coronel.
En la mañana del 30 de abril el presunto ladrón llegó a la casa de una pareja campesina. Apareció en el jardín esposado de manos, sin un zapato, con la evidencia de caminar toda la noche y pidiendo una sola cosa: “Vengo secuestrado y quiero que me colaboren”. La respuesta de la mujer que lo recibió fue un testimonio que dejó en video y que la Fiscalía presentó en las audiencias para enviar a la cárcel al coronel. “Aquí llegó este hombre esta mañana, dice que viene secuestrado, que se le escapó a los secuestradores… ya llamamos a la Policía, estamos asustados, mi esposo le va a quitar las esposas para que se vaya”, dijo la mujer.
El coronel Gamboa y sus hombres nuevamente se desplazaron, pero ya no a recuperar lo robado, sino al fugado, al presunto ladrón que estaba con los campesinos. Regresaron a Bogotá y, según la Fiscalía, el trato de los uniformados con el capturado era diferente, “muy amables y hasta atentos”. Mientras tanto, en el Gaula de la misma Policía la investigación en contra de los uniformados estaba abierta, pues había una denuncia y una orden para verificar la legalidad del procedimiento del coronel y sus hombres.
Cuando llegaron a Bogotá, nada que hacer: el presunto ladrón de la herencia del coronel se convirtió en víctima de secuestro, tortura y otros seis delitos que fueron imputados por la Fiscalía; suficientes para que una juez de garantías considerara al oficial y sus subalternos, un riesgo para la sociedad y para el hombre que días antes robó al coronel.
La versión del coronel
El uniformado aseguró en varios informes remitidos a sus superiores y a la fiscal del caso, que se trató de un procedimiento de verificación como Policía Judicial, que esperaba recuperar los elementos hurtados y judicializar al responsable, pero cayeron en la trampa.
Advirtió el coronel que el hombre, secuestrado según la Fiscalía, se movilizaba sin problema; incluso llamaba a su hermano, mientras estuvo con ellos. Además, reconoció ser el responsable del hurto, por eso los llevó hasta Cucunubá voluntariamente para entregar todo. Así lo dejó consignado en una primera declaración, en la que advirtió que nunca estuvo secuestrado y que accedió acompañar a los uniformados en todo el procedimiento.
El coronel y los suboficiales capturados por la propia Policía aseguraron que en repetidas oportunidades se pusieron a disposición de la Fiscalía, pero nunca los escucharon. El único que pudo ampliar, incluso cambiar su declaración, fue el presunto ladrón, que ahora es víctima en un escándalo para la institución, que hasta ameritó un regaño de la justicia a los uniformados implicados, principalmente a su comandante, el coronel Gamboa. “Que decidió el coronel Gamboa tomar la justicia por sus propias manos y aplicar la ley del talión”, dijo la juez al cerrar el primer capítulo de esta trama judicial.