Un apretón de manos entre dos desconocidos sella el negocio pactado en las redes sociales (Facebook, WhatsApp, Telegram, entre otros). Dos individuos que, sin haberse visto en persona, se tratan como si fueran amigos de años, llegando a tal confianza que se atreven a realizar una venta ilegal de narcóticos en plena calle y ante la mirada de todos.

Jíbaros y clientes se contactaron mediante las redes sociales para pactar la venta de alcaloides. Con cámaras ocultas, la Policía reveló sus movimientos.

Se trata de la mutación de la venta de drogas por cuenta de la persecución de las autoridades, la implementación de la medida de extinción de dominio de los predios donde funcionan las tradicionales ollas de venta de droga y la necesidad que tuvieron de continuar con el negocio ilegal en medio de la pandemia de covid. Ahora son las redes el canal para cerrar los negocios ilícitos al menudeo de narcóticos. Así queda en evidencia.

Dealer (distribuidor): Qué más, so (socio).

Andrés (cliente): ¿Cómo vamos, bro (brother)?

Dealer: Todo bello, mi so, qué hay que hacer…

Andrés: Bro para una carga…

Dealer: So, sí hay, cuánto necesita…

Andrés: Necesito un octavo.

Dealer: Claro, parcero…

Andrés: Qué calidad tiene, bro…

Dealer: Sativa, india (marihuana), so, lo que necesite…

Luego del saludo, el dealer y Andrés hablan de la disponibilidad de la mercancía. La transacción antes de verse físicamente se maneja virtual.

Andrés: ¿A qué horas llega, bro?…

Dealer: Estoy haciendo entrega en estos momentos, confírmame sitio y llega el parcero con la weed (marihuana)…

Andrés: Donde siempre, en el parque. La necesito pronto, que tengo una farra.

Dealer: (risas) También le tengo más cositas, tucibi, cocaína rosada, flores (flores secas de marihuana), blueberry (semillas de marihuana), buen material, por si le interesa.

Andrés: Por el momento solo el octavo; todo bello, mi bro…

Dealer: Todo bien, nada de visajes…

Andrés: Hágale, que yo soy todoterreno, mi bro, que sin visajes de nada…

Dealer: Cuando le llegue me cuenta cómo le pareció…

Pactada la venta del alcaloide viene el encuentro, la entrega de la mercancía, recibir el dinero y desaparecer como si nunca se hubiera dado la transacción.

SEMANA revela imágenes de cómo se desarrolla la operación clandestina con dealers en todo el país. Los jíbaros corrompen a estudiantes, universitarios y trabajadores, en un negocio criminal que está a un clic y no resulta necesario ir a las peligrosas ollas.

Los expendedores de droga llegan recomendados, tan simple como compartir un contacto. Para el primer caso, llega un joven en bicicleta (dealer), con ropa deportiva, una maleta de color negro y rojo terciada en la espalda, sostiene una breve conversación con su cliente. No saben que están siendo grabados, pasa la maleta hacia adelante, hacia el estómago, y de allí saca una pequeña bolsa con el estupefaciente.

Se la entrega al cliente, recibe el pago, se vuelve a poner la maleta en la espalda y desaparece. El negocio está cerrado, y por su actitud relajada se puede deducir que no es la primera vez que lo hace. En otro caso, el método de entrega es más ágil.

En la imagen se observa el momento exacto en el que el hombre de la bicicleta le paga a su dealer (motociclista) luego de haber recibido un paquete con una importante cantidad de marihuana, en plena vía pública de la capital del país.

El dealer llega en motocicleta, se parquea en vía pública, a los pocos segundos aparece su cliente en bicicleta; mientras el joven alista el dinero, el dealer saca un paquete que tenía camuflado en la espalda, rápidamente le pasa la bolsa con marihuana, la guarda en un canguro, de donde también saca los billetes para pagar. Se trata de un patrón que se repite.

Distribuidores en motos y en bicicletas, que se ponen citas en lugares abiertos, como se aprecia en otro caso ocurrido en Bogotá, donde un sujeto que está a bordo de una moto le hace una importante entrega a quien no sería un cliente, sino un distribuidor de marihuana. El motorizado saca un gran paquete de marihuana y lo guarda en la maleta que traía otro hombre, luego de cerrar la operación, los dos se despiden enfrentando los puños en señal de éxito.

Olla de vicio familiar

Este negocio criminal ha roto algunos parámetros sociales tras las millonarias ganancias que genera, como ocurrió en Santander, donde se descubrió que un clan familiar era dueño de una olla virtual que les generaba millonarias ganancias. Alias la Gorda y alias Páparo, una pareja de esposos, tenía diseñado un sistema de venta de estupefacientes utilizando plataformas virtuales.

Consistía en realizar negociación del narcótico con pagos previos, para posteriormente enviarlo bajo la modalidad de domicilio. Al momento de la captura de los ocho integrantes de esta organización, les fueron encontrados 1.250 gramos de base de coca, 50 gramos de marihuana, cuatro celulares, tres cartuchos calibre 16 milímetros, una gramera y una fuerte suma de dinero en efectivo.

De acuerdo con el director de la Dirección de Investigación Criminal, Dijín, el general Fernando Murillo, se identificó que estas organizaciones dedicadas al tráfico local de estupefacientes han cambiado las modalidades de comercialización, donde se ofrecen distintas clases de drogas predominando cocaína, marihuana y sustancias sintéticas.

Estos jíbaros cibernéticos no tienen límites ni fronteras, llegan a fiestas privadas, parques, entornos escolares, lugares de trabajo sin ser detectados.

En los últimos dos meses se han identificado, según la Policía, más de 250 páginas desde donde se ofrecían de manera abierta las drogas ilícitas. Estos jíbaros cibernéticos no tienen límites ni fronteras, llegan a fiestas privadas, parques, entornos escolares, lugares de trabajo sin ser detectados. Hay organizaciones que logran captar por medio de esta modalidad recursos diarios por 10 millones de pesos y más de 200 millones mensuales.

Según cifras del Ministerio de Defensa, durante los primeros meses de este año han sido incautadas más de 56 toneladas de cocaína y 29 toneladas de marihuana. La situación no solamente prendió las alarmas entre las autoridades, sino también en las organizaciones de padres de familia, que ven con preocupación que sus hijos prácticamente con un clic están cayendo en la trampa de estos cibercriminales.