En los procesos por el cartel de la toga se han presentado decenas de testimonios. Sin embargo, hubo uno que llamó especialmente la atención. Se trataba de la declaración de Melisa Arrieta, quien fue primero asistente y luego, ya graduada de la Universidad del Rosario, abogada del bufete de Gustavo Moreno por casi un año. La mujer fue llamada a testificar en el proceso contra Francisco Ricaurte, uno de los principales implicados en este escándalo y que compartía con Moreno una elegante oficina en el barrio La Cabrera en Bogotá.
Arrieta dejó ver en su testimonio no solo cómo se daban los movimientos de dinero del cartel de la toga, sino la faceta excéntrica de su entonces jefe Gustavo Moreno. Durante más de tres horas hizo una descripción detallada y sin tapujos, ventiló sus extravagancias, sus clientes, el manejo de sus cuentas y lo que ella llamaba una obsesión por figurar para convertirse en una persona importante y distinguida.
La mujer llegó a la vida de Moreno cuando él ya era una persona reconocida. En ese momento su nombre ya ocupaba titulares de prensa, pues se había convertido en uno de los expertos en derecho penal en el país acerca del tema de falsos testigos. Este reconocimiento le hizo ganar varios clientes tan emproblemados como reconocidos y con ellos también llegaban el dinero y los movimientos extraños de altas sumas en efectivo que Melisa se encargaba de consignar.
“Para mí cifras importantes es cuando estamos hablando de millones. Eran cifras que superaban los 50 millones de pesos, 30 millones de pesos, 20 millones, 100 millones, 300 millones. O sea, eran cifras de cientos, millones. Una consignación de 200.000 pesos yo jamás la vi”, explicó Arrieta. Tal era el movimiento de dinero en efectivo de Moreno que su banco empezó a dudar; lo requirieron debido a las normas que manejan las entidades contra el lavado de activos.
“Fue una práctica consignar dinero en efectivo a su cuenta bancaria. En una oportunidad le llegó un requerimiento del banco donde él tenía sus productos. Le daba un término para que explicara la procedencia de esos dineros, pero no le prestó atención. El banco le bloqueó los productos y eso causó una afectación gravísima porque él estaba sin cuenta sin nada”, contó la abogada.
De pago en pago y de consignación en consignación, casi todas en efectivo, Moreno adquiría propiedades como si se tratara un juego de monopolio. Apartamentos y oficinas en los sitios más exclusivos de Bogotá. “Él tenía varias propiedades que ya las había pagado. En ese momento estaba pagando unos proyectos, lo recuerdo muy bien. Uno era Rioja y otro La Toscana. La Rioja, porque él se va a vivir para ese apartamento, por Unicentro, por La Carolina. Y La Toscana, que era por la 92 o la 94. Sé que a septiembre de 2015 había pagado casi 700 millones y entre febrero y marzo (de 2016) hizo abonos de 400 millones. En La Toscana hizo abonos de 250 millones o 300 millones de pesos entre febrero y marzo”.
Moreno no solo mantenía altas sumas de dinero en efectivo o compraba lujosos bienes inmobiliarios. Entre sus excentricidades también estaban las joyas y hasta cirugías plásticas. Era, según su asistente y portadora de sus secretos, cliente de una reconocida joyería y pagaba millonarias facturas. “Él a mí me envió varias facturas de una joyería, que si no estoy mal queda en el Centro Andino; la más bajita era por 80 millones de pesos. No recuerdo si era un anillo, pulsera, cadena o reloj; creo que algo de lo que vi era Cartier, pero no me acuerdo. Una vez me pasó unas facturas de un cirujano plástico con el que él se había hecho unos procedimientos y también era un monto grandísimo”, contó Arrieta.
Gustavo Moreno quería brillar, buscaba reconocimiento y lo había logrado. Conforme se hacía visible, decidió buscar la manera de que su imagen personal fuera más contundente: quiso entrar a la política y ser edil. Apeló a clases de expresión oral para lograrlo. Cuenta Arrieta que contrató a un actor cubano para aprender a expresarse en público; lo hizo con su hermano José Luis Moreno. La finalidad era no sonar como politiqueros.
Las clases no eran solo para este escenario. Moreno, en un ejercicio de autoadulación académica, organizaba grandes eventos para el lanzamiento de sus libros. Con gastos pagos invitaba a más de 100 personas y a sus invitaciones respondían desde magistrados hasta políticos, a los cuales nunca les cayó el peso de la justicia. Más adelante se vino a saber que su poder no radicaba en su capacidad jurídica, sino en una supuesta red de corrupción que a cambio de millonarias sumas frenaba las condenas. Hasta reconocidos periodistas vieron en el joven Moreno a la revelación del derecho penal.
Nadie dudaba del exfiscal anticorrupción: no se conocían sus excentricidades, tampoco sus acuerdos debajo de la mesa. Compartía con las personas más importantes del país. De ese tamaño eran también sus eventos, en especial el lanzamiento de sus libros, como el de los falsos testigos. Así lo narró esta abogada: “Fue un evento grande en el hotel Las Américas. La persona que se encargó de la presentación fue Juan Gossaín, asistió el doctor Sigifredo López, la doctora Margarita Cabello, que era magistrada de la Corte, periodistas de la región y de medios de comunicación que viajaron desde Bogotá”.
Moreno, además de ese evento, realizó otro en el hotel Santa Clara, en esa ocasión para el libro Temas actuales de derecho penal y procesal penal, una visión constitucional. Se trató de un lanzamiento “muy costoso. De hecho, a mí me tocó explicarle a Moreno que era un hotel legend, una calificación que tienen los hoteles. En Suramérica solo hay dos. Es uno de los hoteles más costosos de Cartagena”, dijo Arrieta.
Muchos invitados desfilaron también por las oficinas que tenía Moreno, contó Arrieta. Los aforados “Nilton Córdoba, Zulema Jattin, Hernando Padaui, Hernán Andrade, Jorge Rozo, Dilian Francisca Toro, Nancy Patricia Gutiérrez, Lucas Gnecco, Alfonso ‘Turco’ Hilsaca, Álvaro Ashton, Musa Besaile, Bartolo Valencia”. También iban altos representantes de la justicia, muchos de los cuales hoy están siendo investigados en el cartel de la toga.
El exfiscal anticorrupción Luis Gustavo Moreno fue uno de los abogados estrella del país; hoy es el principal testigo en el mayor escándalo de corrupción de la justicia –el cartel de la toga– y por eso no lo quieren en ninguna parte: sus antiguos compañeros de parranda y de negocios niegan cualquier cercanía con él. Moreno se rodeaba con la crema y nata de la sociedad. Sus clientes eran políticos, en especial congresistas que acudían a sus servicios tratando de evitar que, por su condición de aforados, fueran condenados por la Corte Suprema de Justicia. Su carrera había sido meteórica y nadie dudaba de él. En la cúpula de la justicia también eran innegables sus relaciones con miembros de las altas cortes. Compartió oficina con los exmagistrados Francisco Ricaurte y Ruth Marina Díaz.
Ahí nació el escándalo que hoy investiga la Fiscalía y según el cual Moreno y los magistrados Francisco Ricaurte, Leonidas Bustos, Gustavo Malo y el auxiliar Camilo Ruiz torcían o engavetaban los procesos contra los aforados a cambio de millonarias sumas de dinero.
Detrás del entonces prestigioso abogado Moreno se escondía un excéntrico y ostentoso personaje al que le gustaban los lujos, las joyas finas, pero, sobre todo, el billete en efectivo. Finalmente fue por esa costumbre de transar en contante y sonante que cayó ante la justicia, cuando trató de sobornar al exgobernador de Córdoba Alejandro Lyons y le recibió en Miami, en el centro comercial de Dolphin Mall, 10.000 dólares en efectivo que habían sido marcados por la DEA.
Detrás del exitoso abogado, del académico, del investigador de los falsos testigos había un excéntrico personaje ávido de reconocimiento, al que le seducían las propiedades y las joyas. Ahora, tras las rejas, luego de pasar más de tres años en Estados Unidos, se espera que prenda el ventilador contra quienes fueron sus amigos, compañeros de parranda y cómplices en el escándalo que generó un terremoto en la cúpula de la justicia.