Como se dice popularmente, las Farc se fueron con todos los fierros para La Habana. La semana anterior llegó a Cuba un grupo de guerrilleros que salió de sus campamentos en las montañas de Colombia, directamente a la Mesa de conversaciones. Se trata de curtidos combatientes –con todo tipo de delitos a cuestas–, troperos, pero también con formación comunista y trayectoria política. Encabezan la lista Pastor Alape y Carlos Antonio Lozada, ambos miembros del Secretariado de las Farc. Alape es un veterano militante comunista que se alzó en armas a finales de los años setenta. En los últimos 15 años ha estado en el Magdalena Medio y es sin duda el hombre de confianza de Timochenko.        Lozada, por su parte, ha sido el artífice de la urbanización de las Farc, con experiencia negociadora ya que estuvo en la delegación de las Farc en el Caguán, y posiblemente uno de los jefes guerrilleros con más formación académica. Luego de acabada la zona de distensión en 2002, Lozada se concentró en el centro-oriente del país, desde donde ha sido el cerebro de la Red Urbana Antonio Nariño, que opera en Bogotá. En 2007 sobrevivió a un bombardeo de su campamento, junto con Tanja, la holandesa guerrillera. Alape y Lozada se suman a Iván Márquez y Pablo Catatumbo para llegar a cuatro miembros del Secretariado sentados en la Mesa de conversaciones. Es decir, la mayoría, ya que ese organismo cuenta con siete personas. Esto es una señal importante que permite inferir que se pueden decidir temas muy importantes en los meses a venir. Los optimistas dirán que esto significa que hay un compromiso a fondo de esa organización con el proceso y que existe unidad alrededor de él. Los pesimistas  que La Habana solo se convirtió en un sabático de jefes guerrilleros para escampar de la guerra. Ni lo uno ni lo otro. En el grupo también hay cuatro miembros del Estado Mayor conjunto que son una especie de ‘coroneles’ de las filas insurgentes, cada uno con un largo expediente de bombas, secuestros y combates. Pacho Chino, quien fue el hombre de confianza de Alfonso Cano, y ha sembrado terror en el Valle y el Cauca; Walter Mendoza, Rubín Morro e Isaías Trujillo. Y hay también guerrilleros de menos rango, entre los cuales se destaca Romaña, ingratamente recordado por sus secuestros masivos e indiscriminados en Cundinamarca y Meta hace una década, así como por la toma de Mitú. Este refuerzo de jefes guerrilleros en la Mesa pretende  poner a andar una subcomisión que aborde el tema del final del conflicto, cuyo almendrón son el cese de hostilidades y la dejación de armas. En esta subcomisión se sentarán diez guerrilleros de todas las regiones y bloques frente a una delegación similar del gobierno, encabezada por el general activo Javier Flórez.  Pero que esta subcomisión empiece a trabajar, y que en ella estén sentados los que toca (militares y guerrilleros activos) no significa que el armisticio esté a la vuelta de la esquina. De hecho puede durar años. El cese bilateral no depende solo de la voluntad política sino de aspectos técnicos como las reglas de juego del mismo, la verificación, la concentración de tropas, y el sostenimiento de los combatientes. En Colombia se han hecho treguas que han fracasado porque nunca han tenido en cuenta estos elementos.  Igualmente la dejación de armas será un proceso complejo ya que el país no tendrá la acostumbrada foto de cientos de combatientes entregándole el fusil al gobierno de turno. La subcomisión tiene el reto de proponer un desarme que sea creíble por la sociedad, pero que no necesariamente se convertirá en espectáculo público. Adicionalmente, el desarme de los guerrilleros requiere pactar sus esquemas de protección, y las garantías de seguridad para las zonas que ellos abandonarán. La buena noticia es que con la llegada de esta oleada de peces gordos de las Farc  a Cuba, se le puede dar más velocidad al proceso y el tema del desarme empieza a ser tomado en serio. A lo mejor este es el esperado principio del fin del conflicto. Pero sin duda, solo el principio.