La expectativa era inmensa. Por primera vez, algunas víctimas del horror del secuestro de las Farc se encontraban cara a cara con sus victimarios tras haber sufrido los vejámenes de estar encadenadas en la selva. Íngrid Betancourt, sobre quien estaban puestos todos los ojos, viajó desde París a fin de tener al frente a sus captores y decirles lo que sintió esos seis años, cuatro meses y nueve días de secuestro, y lo que ha tenido que vivir hasta hoy. Quería escuchar palabras de arrepentimiento y de perdón de sus captores, pero nunca llegaron; se encontró más con un discurso político en favor del acuerdo de paz que con un acto de contrición.

Aunque para las Farc el encuentro tampoco fue fácil, y la colombofrancesa reconoció el esfuerzo del grupo armado por desmovilizarse, entregar las armas y retornar a la vida civil, los excomandantes no tuvieron la capacidad emocional para conectarse con las víctimas. Rodrigo Londoño (Timochenko), Pastor Alape y Carlos Antonio Lozada, entre otros excomandantes, se quedaron cortos ante la expectativa y se excusaron en que pedirán perdón cuando lo sientan sincero. “Si ustedes quieren llegarle al pueblo colombiano, no se le llega con discursos políticos, sino tocándoles con el corazón”, reconoció el propio Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad, quien propició la reunión.

La imagen era inédita. En un costado, las víctimas: Íngrid Betancourt, el diputado Armando Acuña, Diana Daza, Ángela Cordón, Helmuth Angulo, Carlos Cortés y el ganadero Roberto Lacouture, todos conmovidos durante las más de cinco horas que duró el encuentro. La solidaridad entre ellos fue el bálsamo ante la indiferencia de los exguerrilleros. Cada relato, historia y lágrima los sintieron como suyos, y sus mentes –según le reconocieron varios a SEMANA– se transportaron de inmediato a la manigua, a las cadenas apretadas con las que estuvieron presos y al olor de la selva; del otro lado, los excomandantes, cruzados de piernas, algunos tomando apuntes, ni se inmutaron. “Era como si no se les hablara a ellos”, describió. El presidente de la JEP, magistrado Eduardo Cifuentes, lloró ante los relatos, pero entre los ex-Farc reinaba la frialdad. “Para ellos era un acto como cualquier otro, no vi ninguna emoción”, resumió Betancourt, incómoda por lo ocurrido.

“Algún día tendremos que llorar juntos (...) Me sorprende que nosotros, de este lado del escenario, estemos todos llorando y, del otro lado, no ha habido una sola lágrima”, dijo la excongresista, quien ha defendido este acuerdo de paz, pero ha mantenido sus críticas con los exguerrilleros desde que envió la carta a la JEP en la que pidió la pena máxima contra sus captores.

Betancourt, además de ser una de las víctimas más icónicas de este flagelo, es una teóloga que se aferró a su religión para conseguir el perdón pero no el olvido, y por eso lo importante de su relato. El miércoles, por primera vez, y teniéndolos a escasos metros de distancia, escuchó a quienes ordenaron secuestrarla y amarrarla. Y, como no se le había visto nunca, destapó todos sus sentimientos hacia ellos. Se notaba que hablaba desde lo profundo de su corazón, hacía pausas, lloraba y anotaba atenta cada uno de los discursos de los excombatientes, como se evidenció cuando habló. “¿Dónde están los recursos del narcotráfico que ustedes acumularon durante los años de guerra? Esos son los que tienen que ir a reparar a las víctimas”, le reclamó a Timochenko. Ángela Cordón, recordó Betancourt, quedó en la pobreza tras el secuestro, una historia que se repite en miles de colombianos que pagaron millonarias sumas por la liberación de sus seres queridos a cambio de no morir en la selva.

Abelardo Caicedo, conocido en las Farc como Solís Almeida, no dijo nada nuevo durante su intervención más allá de aplaudir el acuerdo de paz. Betancourt y las demás víctimas esperaban que confesara los secuestros que ejecutó o dictaminó cuando era comandante del bloque Caribe, y sus centros de operación eran el Cesar y la Sierra Nevada. “Queríamos saber si usted dio la orden de amarrar a alguien”, le preguntó la excandidata presidencial, en medio de las lágrimas.

Pedro Trujillo, quien se movía como pez en el agua en el Caquetá y actualmente es consejero político del partido Comunes en Santander, fue de los pocos que mostró arrepentimiento. “Lamento profundamente haber incurrido en esa práctica. He entendido que las familias son quienes llevaron la peor parte, que no sabían si sus seres queridos durmieron, comieron, si estaban vivos”, aseguró. “¿Qué siente con esa vergüenza, es una vergüenza social? Porque la sociedad colombiana le está reclamando por lo que hicieron, ¿o es la vergüenza del alma?”, le cuestionó Betancourt a Trujillo. Carlos Antonio Lozada fue el más político en su discurso. Sus palabras fueron frías, repetidas, distantes de las víctimas, quienes no vieron en él un verdadero arrepentimiento. Parecían más las de un candidato político, como lo dijo la propia Betancourt.

El exconcejal del Huila Armando Acuña –secuestrado por la columna Teófilo Forero de las Farc el 29 de mayo de 2009 y liberado después de 22 meses– no escuchó la palabra perdón; por eso le reclamó a Lozada, quien se encontraba en el atril conjunto. “No escuché perdón. No lo escuché. Yo he perdonado para no seguir envenenando mi espíritu”, le dijo.

En ese momento, la senadora Angélica Lozano, que se encontraba en el recinto como espectadora, le gritó a Lozada: “¿Y el perdón?”. “Por supuesto que pedimos perdón, pero queremos que no sea algo impostado; hemos pedido perdón muchas veces, por muchos actos, acá puedo pedirlo, no perdemos absolutamente nada, lo hemos solicitado en innumerables espacios, pero queremos que eso salga y brote del corazón, en un momento en que nazca y no algo impostado para efectos de un registro en la prensa”, contestó el hoy senador. La respuesta molestó a las víctimas.

La propia Betancourt cree que Lozada, uno de los grandes responsables de lo ocurrido en las Farc, tuvo la oportunidad perfecta para decir algo desde el alma, desde su corazón, pero, al contrario, se mostró a la defensiva y aseguró que ese no era el fin del evento. Lo paradójico es que el encuentro, organizado por la Comisión de la Verdad, se llamó ‘Verdades que liberen: reconocimiento de responsabilidades de secuestro por parte de Farc’.

SEMANA conoció que las víctimas se reunieron un día antes del evento, y, aunque se contemplaba un conversatorio, optaron por pronunciamientos individuales. Dos meses atrás, algunos de los exsecuestrados –cada uno, aparte– se encontraron con sus victimarios en la Comisión de la Verdad. Armando Acuña, por ejemplo, se reunió con alias Diván, quien lo plagió, pero tampoco hubo perdón. Al contrario, se percibió una división cada vez más grande entre los mandos medios y los exintegrantes del secretariado de las Farc por las responsabilidades en los secuestros.

Luego de cinco años de firmado el acuerdo de paz, los excombatientes tuvieron una oportunidad de oro para mostrar arrepentimiento, pero el momento se perdió. Los ojos del país, algunos más escépticos que otros en lo firmado por Juan Manuel Santos y las Farc, se llenan cada vez más de razones para criticar lo acordado al no ver los resultados esperados. Es cierto que Colombia necesita sanar las heridas, pero para eso los excomandantes deben comenzar por reconocer, pedir perdón, esclarecer los crímenes, los secuestros, entregar la totalidad de sus bienes, indicar el paradero de los desaparecidos y pagar una condena significativa. “Quiero una condena máxima dentro de lo que se acordó”, pidió Íngrid Betancourt.