Hace veinte años, cuando Íngrid Betancourt (Bogotá, 25 de diciembre de 1961) descolló como la mayor votación en la Cámara de representantes en las elecciones de 1998, Colombia vivía vientos de paz por cuenta de los diálogos que el gobierno de Andrés Pastrana inició con las FARC, pero que antecedieron a los de la más dura confrontación entre las fuerzas del Estado con la guerrilla. Fue en ese contexto en el que la entonces congresista del partido Verde Oxígeno decidió lanzarse a la Presidencia, y en el que encontró la mayor tragedia de su vida: el secuestro. Algo más de seis años en poder de las FARC en lo más profundo de las selvas colombianas.
Tras su rescate, el 2 de julio de 2008, en la exitosa operación Jaque, Íngrid renunció a las aspiraciones políticas que en algún momento cultivó. Se radicó en Francia, país del que adquirió la nacionalidad por su primer matrimonio. Aunque se ha mantenido al margen de la situación política y social, no es ajena a cuanto sucede en el país que alguna vez quiso gobernar.
Esta semana, Íngrid Betancourt aterrizó en Bogotá para reunirse con diferentes líderes de sectores sociales, políticos y empresariales, a fin de buscar salidas a la crisis que atraviesa Colombia.
El lunes se reunió con el presidente Iván Duque, pero el encuentro central de su visita se dará este miércoles, como invitada por la Comisión de la Verdad al acto de reconocimiento de su secuestro por parte de las FARC. Por primera vez desde su rescate, Betancourt estará cara a cara con quienes fueron sus captores, y aprovechará para reunirse con algunos de sus antiguos compañeros de cautiverio, caso de Alan Jara, Luis Eladio Pérez y el policía John Frank Pinchao.
Aunque Íngrid llegó a Bogotá “en un día soleado y muy bello”, la atmósfera contrastaba con la verdadera impresión que se llevó de la situación del país. “La impresión que tengo es de zozobra, de angustia, noto el miedo de las personas. Siento a la gente aislada y siento que tenemos una narrativa que no nos favorece (...). Estamos viviendo un momento difícil, donde se dan inicios como de escalar una violencia de nuevo, y eso nos preocupa a todos”, dijo Íngrid en entrevista que concedió a Vicky Dávila para SEMANA Noticias.
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Por eso, Íngrid se declaró alarmada por las imágenes que de Colombia se reproducían en la prensa y los medios de comunicación europeos. “Enfrentamientos, violencia, tiros, ruidos de bala, gente herida, bombas, el país en llamas, periodistas heridos… En realidad, una guerra civil”.
Para Betancourt, la situación del país está más que sobrediagnosticada, pero que se agudizaron con algunas causas que ella califica de “exógenas”. Una de ellas, la pandemia, que según la excongresista colombiana “exacerba la apertura social, pone de presente las necesidades de trabajo, del hambre que hay en Colombia, la insatisfacción de los jóvenes”.
Tal situación –dice– se disparó como una “malavenida” reforma tributaria “en el momento que no tocaba”. Así lo registró la prensa internacional, confiesa. “De mil maneras se decía, ¿cómo un país se da el lujo de darles premios tributarios a las grandes empresas del país y castigar a los más necesitados que no tienen cómo pagar la comida diaria? (...) Fue insensible al dolor de la gente”.
La segunda causa “exógena”, según Íngrid, no es otra que el clima de profunda polarización por el que atraviesa el país, agudizado por una “matriz ideológica” que en su criterio “hace mucho daño”.
“Las ideologías son un veneno para Colombia. Por un lado hace que los jóvenes pobres de Colombia sean catalogados de delincuentes, terroristas, vándalos. Es un error de apreciación y es un error táctico, porque cuando un gobierno los matricula así, corta la posibilidad de diálogo con ellos. Y por otro lado, esa zozobra y esa polarización lleva a señalar que quienes están en contra de los manifestantes son los ricos, y pone una oposición entre ricos y pobres muy lesiva, porque pone a los empresarios de lado de los malos. La fractura es peor. Como si la solución fuera un sistema sin empresa privada, que es motor del desarrollo, del progreso para poder pagar la factura social que tenemos. El panorama es muy complicado. Si algo debemos aportar es a que se decanten las aguas”.
Para la excandidata presidencial, la guerra fue una “cortina de humo” para no solucionar los problemas sociales. “La injusticia y la desigualdad son más graves. No podemos seguir postergando esto. Hoy tenemos que empezar a pagar esa factura social”.
Por eso cree que tras el proceso de paz, la desmovilización de las FARC, la gente sintió que, al no estar la guerrilla disparando, podía salir a expresar esa insatisfacción “que por años no pudo expresar, por miedo”. “La tristeza es que no haya habido una respuesta inmediata. La manera como hemos analizado lo que sucede, con ese lente ideológico, nos encasilla, no nos dejó reaccionar a tiempo. Esto no es problema entre fachos y comunistas”.