El 4 de febrero de 2004, Mark Zuckerberg, un joven de 19 años, fundó Facebook y cambió el mundo. La plataforma permitía estar en contacto con familiares y amigos y compartir con ellos cualquier cosa. El proyecto empezó a recibir millones de usuarios y se convirtió en la red social por excelencia. Dejó saber que en internet es posible encontrar algo similar a un vecindario, un espacio donde los humanos pasan tiempo juntos, donde pueden admirarse o rechazarse, quererse u odiarse, donde pueden estar cerca y otras veces, sencillamente, solos. Ha pasado una década, y ya queda claro que el mundo digital ha dejado de ser un lugar distante para convertirse en uno muy real, que se ha fijado de manera casi permanente en la vida de las personas: en la calle, el trabajo, el hogar e incluso en los corazones. El espacio donde las redes sociales han desplegado su potencia ha sido el creado por Zuckerberg, que hoy cuenta con 2.200 millones de usuarios, lo equivalente a que uno de cada tres habitantes de la Tierra está presente ahí. Facebook es una sala de experimentos sociales que han impactado la forma como se conciben las amistades. Sus usuarios han creado normas sociales y un lenguaje propios. Chatean, comparten, comentan y dosifican sus acciones según sus propios intereses: ¿qué impresión dejar? ¿A quién quiero caerle bien? Una persona promedio registrada en esa red tiene 130 amigos. En solo 20 minutos, los usuarios intercambian 1 millón de vínculos de páginas de internet, actualizan 1.851.000 veces el estado de su perfil y aceptan 1.972.000 solicitudes de amistad. Existe una herramienta que permite decir que algo le gusta a alguien: el botón Like o ‘Me gusta’. Cada minuto, ese botón es oprimido 1,8 millones de veces, y su uso se ha convertido en una ciencia. Oprimirlo muchas veces o pocas o nunca permite graduar el nivel de contacto que alguien quiere tener con otra persona. Tal es la influencia del Like, que desde hace un tiempo psicólogos y sociólogos debaten en las oficinas de Facebook sobre si la empresa debería lanzar un botón de inconformidad: el ‘No me gusta’. Otras redes sociales como Twitter o Instagram se han valido del principio del Like para ofrecer sus propias formas de estar presentes en la vida de los otros. Las redes sociales son, en el fondo, plataformas para expresar emociones. Una medición de la consultora Comcast muestra que en Colombia la gente en Twitter no siempre habla de política y discutiendo sobre la última reforma tributaria. Es más, la mayoría se pasa el tiempo allí compartiendo música y conversando con sus amigos. Así, las redes sociales le han dado un vuelco también a las relaciones de pareja. Una aplicación llamada Tinder, muy de moda por estos días en Colombia, permite encontrar una pareja fugaz o permanente mediante un sistema de ubicación geográfica. Lo que sucede en esa y otras redes sociales tiene repercusiones en la realidad, para bien y para mal. A través de ellas, los usuarios pueden tener sexo real o conseguir una novia de verdad, pero sin quererlo también pueden terminar arruinando una relación de años. En Estados Unidos, un tercio de las actas de divorcio contienen la palabra Facebook. Y en Gran Bretaña, uno de cada 20 usuarios de redes sociales las revisa mientras tiene sexo. Ya el sociólogo polaco Zygmunt Bauman describió una vez las relaciones digitales como “amor líquido” por su fragilidad. Hay antropólogos que dicen que las generaciones de hoy ven las relaciones como simples “conexiones” que pueden crearse o terminarse con solo oprimir un botón. Esto no significa que la sociedad actual sea mejor o peor que antes, pero algunos datos dejan pensar que la nueva sociedad digital no hace necesariamente sentir mejor a la gente. Una encuesta de la Universidad de Humboldt de Berlín concluyó recientemente que uno de cada tres usuarios de Facebook dice sentirse más “insatisfecho, frustrado o enfadado” con la vida cuando está conectado a las redes sociales. La paradoja es grande. En tiempos en que la gente está más conectada que nunca, no ha dejado de sentirse sola.