Lo conocí en mi casa de la carrera cuarta con motivo de la celebración de las bodas de plata de mis padres. Yo tenía siete años y me dicen que le dije: Laureano, ¿cómo estás? Tenía una cabeza muy grande, ojos claros, mirada penetrante y cabellera abundante con pómulos agresivos. Luego, lo vi un par de veces y siempre me pareció una figura descomunal. La última vez, fue en su casa de Teusaquillo para llevarle un obsequio de mi padre, con la condición de que se lo entregara en propia mano, requisito difícil de cumplir pero que logré a la perfección. Laureano se encontraba ese día y a esa hora en compañía de nadie menos que del presidente Alberto Lleras Camargo y del senador Camilo Vázquez Carrizosa, los tres sentados en una mesa pequeña, tomando el té, de espaldas a una chimenea prendida que le daba al ambiente la temperatura necesaria para hacer del salón un escenario espléndido que quedó grabado en mi memoria. La definición más atrevida e ilustrativa de Laureano, así le decían sus copartidarios, fue la del maestro Guillermo Valencia. “Formidable este Laureano Gómez. El hombre tempestad a quien solo se puede amar u odiar, cuya voz hincha, colma y sacude las hordas oquedades del pecado y del abismo…”. Eso explica la dificultad de entender a cabalidad la importancia y el legado de su trayectoria por este mundo. Depende de qué camiseta se ponga el analista, el historiador, si la del amor o la del odio, en la que lo perfiló el poeta payanés.
Ahora, una nueva generación de virtuosos profesores nacionales y extranjeros están uniformándose con otra camiseta, la de la admiración por el proceso y por los protagonistas del pasado histórico colombiano, con lo bueno y lo malo, sin incurrir en el ditirambo. Así, la posibilidad de encontrar una aproximación a la verdad empieza a hacer camino, y Laureano Gómez, el más beneficiado. En la medida en que haya más libros con nuevos y más jóvenes autores, Laureano Gómez será menos violento, menos sectario, menos fascista. Como lo afirma el presidente Barack Obama, para solucionar un conflicto, lo principal es la aceptación de la compleja realidad histórica, y en Colombia esa realidad en el siglo XX es que los dirigentes de ambos partidos fueron sectarios, sin excepciones; entre más sectarios, más exitosos.
El último libro del político y periodista Alberto Casas, Memorias de un pesismistas Concluir que la responsabilidad del fenómeno de la violencia en Colombia recae en los liberales y punto, o en los conservadores y punto, es de un simplismo torpe. Lo razonable es entender que los hechos son como son y no como uno quisiera que hubieran sido. El escritor Lucas Caballero, liberal de “racamandaca”, lo analizaba a lo Klim: “Los escritores liberales que desde hace quince años vienen ocupándose diariamente del doctor Laureano Gómez no han podido desprenderse para juzgarlo del prejuicio sectario. No le reconocen ni siquiera el derecho a la sal y al agua, como es de elemental humanidad entre cristianos. Lo presentan como un ser fornido y diabólico, destinado a cocerse en la otra vida, a fuego lento, en un ondulante mar de llamas y de azufre. En concepto de ellos, el doctor Gómez va a ser el compañero ideal de Satanás para jugar al tute en el infierno. Los conservadores, por su parte, para referirse a él acuden indefectiblemente al ditirambo. En su dorso poderoso, sobre las robustas paletas, le acomodan un par de delicadas alitas para que pueda volar, libre y feliz, por los espacios celestiales que fueron hechos presintiendo que algún día iría a nacer él. Leyéndolos, se tiene la impresión de que si un buen día el Señor se fatiga de gobernar el cielo y se toma un descanso, no lo hará sin antes delegar todos sus poderes y prerrogativas en el tímido y desaforado caudillo de Fontibón”.
Laureano Gómez es, tal vez, el colombiano más polémico del siglo XX. Se enfrentó con sus amigos “centenaristas” que ejercieron la presidencia, los liberales Alfonso López Pumarejo y Eduardo Santos Montejo, y los conservadores Mariano Ospina Pérez y Roberto Urdaneta Arbeláez, para citar solo a los que alcanzaron la notabilidad presidencial. En 1921 resultó elegido presidente de la Cámara con los votos liberales, quienes veinte años más tarde serían sus principales adversarios; no obstante, apoyó a los acuerdos de gobiernos compartidos hasta que asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán, con quien también mantuvo una cercana relación. Se hizo conocer por sus debates parlamentarios en los que denunciaba las irregularidades de influyentes funcionarios y los ampliaba con las publicaciones que aparecían en el periódico La Unidad, dirigido por él.
La foto histórica de un gesto de lealtad y amistad. Don Vicente Casas Castañeda, padre de Alberto Casas, acompaña a Laureano Gómez hasta la puerta del avión en el que el presidente saldrá rumbo al exilio, en 1953. No importaba la filiación de los principales protagonistas cuando se trataba de denunciar las indelicadezas contra el erario. “(…) fue el hombre que hizo tambalear todos los regímenes conservadores”. El doctor Laureano Gómez es una gran figura nacional, profundamente respetable y, en el fondo del ánimo renuente, por todos respetado. Pese a su marcada inclinación al golpe bajo, lo cual se puede considerar más un defecto de educación que una propiedad intrínseca, este hombre es todo un hombre por la limpieza de su vida, por la energía de su carácter, por la lucidez de su inteligencia, por la amplitud de sus conocimientos, por su tenacidad benedictina, por su inflamado patriotismo, por su valor civil, por su palabra de oro. Es todo un hombre, sobre todo, porque lo sigue el pueblo. Y el pueblo lo sigue, porque él es la bella voz de ese descontento, de esa disconformidad, de esa rebeldía que, contra los poderes establecidos y las situaciones creadas, sordamente se agita en todo corazón humano.
Tumbó presidente, tumbó ministros y se convirtió en el orador más destacado y escuchado de su tiempo. “Temido enemigo. Porque no basta protestar; la protesta es una de las fuerzas del mundo, pero para ser efectiva, necesita, antes que todo, un respaldo moral. Y el doctor Gómez respalda su protesta con una fuerza que no puede ser desconocida, bajo pena de caer en ridículo primero, y de exponerse luego a una desagradable sorpresa”. La constante de su acción política fueron la lucha contra la corrupción y el acuerdo entre los partidos. Esas características motivaron una larga y voluminosa colección de enemigos en ambas colectividades. Así, Laureano Gómez quedó convertido en el único “paganini” de la lucha entre liberales y conservadores, ya perfeccionado el pacto del Frente Nacional (1958-1974), creado por él y por Alberto Lleras.