La última vez que Liz Decxy Zamora vio a Luis Mateo, el menor de sus hijos, fue hace ocho años. Era el domingo 13 de mayo de 2012; un Día de la Madre. El pequeño había nacido cinco meses atrás y ese último recuerdo que se quedó a vivir en su memoria apenas si logra matizarlo con un par de imágenes del niño que ella conserva como un tesoro, adheridas a un cuaderno escolar.Mientras lo hojea, sale al encuentro una foto reciente en la que Luis Mateo luce feliz, vestido de camisa a cuadros y sombrero, sentado sobre un caballo de juguete. A Decxy le gusta imaginarlo siempre así: dichoso, a pesar de una mamá ausente. En otra foto sonríe Sorangie, la mayor, de 18 años, en una de esas poses de adolescente que se retratan, celular en mano, frente a un espejo. En otra más, de saquito rosa, está la mirada dulce de Deisy, de 12 años; un par de páginas más adelante, aparece Ángel Duván, un joven apuesto que está punto de graduarse del colegio. A su lado, Kevin, de 13 años.—Tengo cinco hijos y todos saben que estoy en prisión, dice, sin apartar la mirada del cuaderno, mientras sigue repasando las hojas con delicadeza.Le puede interesar: Johana Bahamón: “En la cárcel son más libres que muchos de los que estamos afuera”Habla desde el patio 4 de la penitenciaria El Buen Pastor, en Bogotá. La suya es una celda que cabe en la mirada y que comparte con otras cuatro internas; limpia y ordenada en medio de la estrechez y el hacinamiento, decorado de fotos de hijos que aprendieron a conjugar el verbo extrañar; de cartas de amor y los regalos que las reclusas reciben en sus visitas. El mobiliario de Deisy es el más pequeño; y ese cuaderno es una de las pocas pertenencias que le han hecho la vida amable durante 8 años que completa en prisión.Condenada a 19 años por narcotráfico, es una de esas prisioneras de la fallida guerra contra las drogas en Colombia. Según el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario, Inpec, cerca del 72 por ciento de las mujeres privadas de la libertad en el país, que suman 5.397, están condenadas por ese delito. Pagan sus penas en 56 establecimientos carcelarios con pabellones femeninos y en 8 penitenciarías exclusivas para ellas.Una cifra que desconoce Deisy, como la llaman todos en El Buen Pastor, y una de las 3.559 mamás de Colombia presas por algún delito. Solo sabe que ese 13 de mayo, la mañana que vio por última vez a Luis Mateo, un grupo de policías la sorprendió cerca a Puente Aranda traficando marihuana y cocaína.Andaba en esas desde hacía 7 años. Desde que una amiga la convenció de abandonar una vida sacrificada, pero honesta, que le permitía ganar entre 20 y 30.000 por día, trabajando como ayudante de construcción. Tentada por el dinero fácil, se involucró en un negocio que en los buenos días le dejaba en los bolsillos hasta un millón de pesos. “La ambición rompe el saco”, repite todo el tiempo.Nadie en su familia sabía que ese era el ‘oficio’ de Deisy. La rebelde, la respondona, la joven que se iba de fiesta por días enteros. Ni siquiera María Magdalena, su mamá, que había levantado a sus hijos en medio de la rudeza del trabajo del campo, trasegando de finca en finca por varios municipios de Cundinamarca.La infancia y juventud de esa hija contumaz transcurrió en el barrio El Lucero, de Ciudad Bolívar, viviendo en casas de varias tías que administraban el dinero enviado por doña Magdalena para que a su hija no le faltara nada. “Para mi mamá la falta de amor se suplía con cosas materiales. En medio de la humildad, tuve el privilegio de vestir bien y estudiar en colegio privado, sí, pero crecí sin mis padres. A mi papá solo lo he visto dos veces: siendo muy niña y al cumplir los 15. Y esta cárcel está llena de infancias tristes como la mía”.No pasó mucho tiempo para que las cosas comenzaran a marchar mal. Deisy se hizo madre a los 19 años, pero mucho antes había perdido a un bebé en una pelea con su pareja de entonces. Quiso aliviar su desamparo en una relación con un hombre que le llevaba casi 15 años, pero terminó como madre soltera y con cuatro hijos más, en medio “de una vida desordenada e irresponsable, donde incluso consumía drogas”.Luego vendría el microtráfico. Y la prisión por primera vez en 2013. Pasó cuatro meses detenida y le permitieron luego pagar su condena en casa. Pero de nuevo entró al negocio. “Yo le prometía a Dios todo el tiempo que me iba a retirar. Decía: es la última vez que lo hago”. Pero la sorprendieron nuevamente en las calles. Reincidir fue la razón de su alta condena.Sentada ahora en el salón de lectura de un jardín para niños (Desarrollo Infantil en Establecimiento de Reclusión El Esplendor, se lee a la entrada del lugar), que funciona dentro de El Buen Pastor, Deisy habla de cómo aprendió a ser madre de cinco hijos que nunca la visitan, que viven en hogares distintos y a los que les envía algo de dinero, cuando puede, con lo que gana aseando celdas, loza y ropas de sus compañeras y trabajando en el taller de confecciones de la reclusión.Mientras cuenta su historia, al fondo se escucha el llanto de varios de los niños que son atendidos allí. Pequeños entre los 0 meses y los 3 años, hijos de internas, a quienes se les permite convivir con sus madres si no cuentan con una familia que pueda hacerse cargo de ellos.La dragoneante Elizabeth Rosas, coordinadora de este espacio, dice que hoy 25 niños permanecen en el lugar, entre las 8:00 a.m. y las 4:00 p.m., de lunes a viernes, mientras sus madres se ocupan en algunas de las actividades de resocialización (panadería, artesanías o confecciones) que ofrece El Buen Pastor para reducir penas y obtener permisos de salida de 72 horas.Seis meses antes de cumplir 3 años, los chicos inician un doloroso proceso de ‘desprendimiento’: una fase en la que psicólogas les explican que ya no vivirán junto a sus mamás.El Inpec gasta anualmente 20 millones de pesos en compra de pañales; y el ICBF, que administra El Esplendor, hace cada mes una dotación de Bienestarina para niños y madres. La propia dragoneante reconoce que una cárcel no es precisamente el lugar más adecuado para un niño, “pero la idea es que compartan con sus mamás en esa primera etapa de la vida. En junio, gracias a una iniciativa de la actual ministra de Justicia y del Derecho, Gloria María Borrero, se habilitará un patio solo para las madres y sus hijos, con 32 celdas que les permitirán estar más cómodos y alejados de alguna manera del ambiente hostil de la cárcel”.Es un lunes de abril (faltaban pocos días para el domingo de celebración de las madres). “Un día gris para mí, me llena de una tristeza infinita. Mi mamá, la única que me visitaba en prisión, no viene desde hace cuatro años, porque ya está muy mayor. Pero la llamo todos los días para saber de mis muchachos; intento extrañarlos menos con lo que me cuenta”.Gracias a esas charlas diarias —cordón umbilical con el que intenta mantenerse unida a sus hijos—, Deisy se enteró que a Sorangie le falta menos de un año para convertirse en paramédica. Que un día, consciente del error que le costó la libertad a su mamá, quiso torcer el destino y dedicarse “a estudiar y salir adelante. Creo que verme entre estas rejas la hizo madurar a la fuerza. Ser consciente de que debía tomar un camino distinto”, reflexiona la bogotana de 38 años.Conoce también que Kevin les cuenta a todos sus sueños de transformarse en actor. Y en que en el barrio son famosas sus jugadas y su talento para el fútbol. Sabe que la pequeña Deisy se imagina convertida en bailarina. Y que Luis Mateo vive en Soacha con una tía, “que calza 33 y es muy avispado”. Piensa en ello mientras entretiene las horas muertas en el taller de confección. Cada semana ayuda a fabricar entre 100 y 200 uniformes para las internas. Su misión es retirar las hebras sobrantes de los uniformes y hacer las prensillas. “A lo mejor con esto consigo una buena rebaja que me saque pronto de aquí”, cuenta rodeada de más fotos de sus hijos.—¿Y cómo se imagina esa vida afuera, cuando sea libre?—Al comienzo pensaba que el día más duro de mi vida fue cuando crucé la puerta de la cárcel con una condena de 19 años. Hoy creo, más bien, que ese día no ha llegado. Será realmente cuando salga de aquí. La única certeza que tengo es que nadie afuera me estará esperando porque lo más duro de estar en prisión es eso: entender que me perderé lo mejor de cada uno de mis hijos. Esa es mi mayor condena. Una que no se puede redimir”.*Periodista.