César Rincón, Juan Mora y Enrique Ponce con toros de Ernesto González, cuarta corrida de la temporada 1995. Ponce se adelantó en el marcador, una oreja al tercero. Rincón salió en el cuarto a adueñarse de la tarde. Pidió la muleta, el estoque simulado y la montera, y caminó barbeando tablas para brindar la que parecía ser la faena de la tarde. En la puerta del túnel que conduce a la enfermería, levantó su mano y ofreció la lidia del toro. El torero esperaba que el público aplaudiera la dedicatoria, pero lo que escuchó fue una estruendosa silbatina, que en cuestión de segundos adquirió decibeles de escándalo.
La soportó, con la montera de Rincón en la mano, Darío Arizmendi, director de 6 AM en Caracol Radio, y Cara a cara de Caracol Televisión. El torero le agradeció por un reportaje que le hizo en España, pero el público condenó al homenajeado y la bronca invadió los terrenos del matador: la arena. Arizmendi era el periodista estrella del Grupo Santo Domingo, que por esos días libraba un pulso en las tiendas de barrio con el del industrial Carlos Ardila Lülle, que había entrado a competir en el mercado de la cerveza. La ‘guerra de las polas’ tuvo la más célebre de sus batallas en la plaza de toros de Bogotá.
Arizmendi desafió los silbidos. Se puso en pie, levantando la montera de Rincón como si estuviera correspondiendo ovaciones. El público se rebotó. La mitad del tendido de sol dio la espalda al ruedo, despreciando la faena. La otra dio su veredicto al gritar “Leona, Leona, Leona…”, nombre de la nueva cerveza que le estaba rugiendo a las de la fábrica Bavaria. César Rincón era el protagonista del comercial de televisión de la cerveza Club Colombia, y como antes de ser famoso en el mundo lo había sido del de la gaseosa Colombiana, el público también le pasó factura.
Inclinó la balanza en favor del industrial santandereano, que se encontraba en la plaza como cada domingo de corrida de toros. Además de los silbidos, el torero escuchó los tres avisos. Como si hubiera sido invocado para calmar los ánimos, san Pedro abrió los grifos y mandó la lluvia. “Rincón llora en su plaza”, tituló el diario El Tiempo al día siguiente. El público, que esperaba las actuaciones de los españoles Mora y Ponce, se refugió con plásticos y sombrillas. Arizmendi lo hizo bajo una capa amarilla, y salió de incógnito antes que terminara la corrida. “La gente empezó a gritar cosas bastante feas. No lo entendía. Recuerdo haber llorado en el callejón. Sabíamos de la competencia de los dos grupos empresariales más grandes de Colombia, pero nunca entendimos el porqué de tal silbatina. Fue el día más duro de mi carrera”, recordó César Rincón.
Camilo Llinás era el empresario de la plaza, y aportó su versión. “Cada vez que toreaba César se formaban unas colas tremendas. En una de esas vi que Darío Arizmendi se coló, algún amigo le dijo ‘venga para acá’. Eso enfureció a la gente que se demoraba en entrar. Cuando César le brinda a Darío, un periodista respetable, en esa época el número uno, el público se la cobró y la reacción fue esa chiflatina. Cómo será que el maestro Rincón me dice: ‘¿Qué pasó, hermano, no que a Darío lo quiere la gente y mire cómo me están chiflando?’. Yo tampoco lo entendía. Nunca había visto a Rincón tan preocupado”.
“La Santamaría era el termómetro que medía la reacción de los ciudadanos a cada momento político. Aquella silbatina coincidió con el proceso 8.000 y el público aprovechó para expresar su repudio”, recordó el exvicepresidente Francisco Santos, testigo presencial, una de las 14.000 personas que se lavó esa tarde, la de la tormenta del 5 de febrero de 1995.
La Santamaría, 90 años de primera, de Víctor Diusabá, Diego Caballero y Rodrigo Urrego. Bogotá, editorial Gente Nueva.