En la rueda de prensa que dio para anunciar su renuncia, Néstor Humberto Martínez dijo que la razón era que tenía que ponerse al frente de su bufete de abogados, ya que este había adquirido una nueva dimensión al fusionarse con DLA Piper, la firma de abogados más grande del mundo. Esa explicación no era mentira, pero tampoco era toda la verdad. Detrás de la salida del superministro había mucho más que la nostalgia por el mundo del derecho. De por sí la salida fue sorpresiva. Esa misma mañana, cuando le preguntaron si iba a renunciar, lo negó. Pocas horas después había dado la vuelta con el anuncio del regreso a su bufete. Martínez quería dejar la impresión de que todo lo sucedido estaba dentro de lo planeado, pues nunca se había contemplado que su gestión fuera de largo plazo. Aunque eso es verdad, tampoco se había contemplado que se hubiera reestructurado el organigrama del Estado para que el principal protagonista del cambio durara solo diez meses. Por todo lo anterior, inmediatamente surgieron las especulaciones sobre cuáles, además del regreso al bufete, fueron los verdaderos motivos de su retiro. Rápidamente tres temas salieron a relucir: 1) su aspiración a ser el próximo fiscal general de la Nación. 2) Sus encontrones con el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, y con el de Justicia, Yesid Reyes, por la ley de equilibrio de poderes. 3) Su incompatibilidad de caracteres con el grupo de mujeres que rodea a la ministra consejera María Lorena Gutiérrez. Aunque todas estas hipótesis tienen algo de cierto, la última es la que más le atina a lo que verdaderamente pasó. Desde que Martínez llegó a la Casa de Nariño como ministro de la Presidencia, tuvo lugar un pulso entre él y la ministra Gutiérrez. Esta última había sido la eficaz coordinadora del gabinete y la persona que tenía el sartén por el mango en Palacio. Con la reestructuración de la Presidencia y la llegada de Martínez se presentó lo que podría denominarse crónica de un conflicto anunciado. Miembros del gabinete encabezados por Gina Parody y Cecilia Álvarez admiran y respetan a María Lorena y alrededor de esos tres nombres se ha conformado una poderosa troica femenina de poder. Por otra parte, teniendo en cuenta que Néstor Humberto Martínez es uno de los mejores amigos de Germán Vargas y que este último va a ser candidato a la Presidencia, el binomio Vargas-Martínez se volvió otro centro de poder con sus propios seguidores. Ante esta situación, todos los funcionarios que requerían apoyo o aprobación de la Casa de Nariño no tenían muy claro por cuál de las dos aguas era mejor navegar. Para muchos esa circunstancia se volvió incómoda y la animadversión entre ambos grupos no hizo sino aumentar. La cúpula del gobierno quedó dividida en dos y cada uno de los bandos sentía que el otro le hacía zancadillas. Tarde o temprano la cosa tenía que explotar. Eso fue exactamente lo que pasó la semana pasada y la consecuencia fue la renuncia del superministro. Martínez, quien siempre ha sido uno de los mejores y más poderosos abogados del país, había afirmado cuando lo nombraron que no hay honor más grande que ser llamado para prestarle un servicio a la patria. Pero con tanta intriga palaciega y tanto desgaste en el Congreso su paciencia se agotó. Él no necesita el poder del cargo. Con su prestigio como abogado y su lista de clientes, poder tenía antes y lo va tener después. Y ahora en su nueva situación va a tener aún más. Sin embargo, con su salida el gobierno pierde un peso pesado muy difícil de reemplazar. El recién renunciado ministro tenía un conocimiento excepcional del Estado, un gran olfato político, acceso a todas partes y gran habilidad manzanilla. Era bien recibido en el Congreso, en las cortes, en los medios y entre los empresarios. Una persona que combina todas esas habilidades puede tender muchos puentes en momentos en que el gobierno los necesita, ayudar a resolver grandes problemas de Estado o anticipar a tiempo bombas políticas o sociales que le pueden estallar al presidente cuando ya es muy tarde, como ha sucedido en el pasado. Néstor Humberto Martínez tiene tanto vuelo que es difícil visualizar qué reemplazo podría manejar todos los frentes a los que él le ponía el pecho. Servía como intermediario con Uribe, como defensor del gobierno en el Congreso, como interlocutor del Consejo de Estado para el problema de Isagén, como hombre de credibilidad ante los empresarios antisantistas, como enlace con los medios, y hasta como líder de la reconstrucción de Gramalote. A pesar de todas esas virtudes, su nombramiento no era del todo lógico. La reestructuración de la Presidencia, que fue presentada como recomendación tanto de Tony Blair como de la Ocde, nunca convenció. Consistió en crear cuatro ministerios consejeros adscritos a la Presidencia. Uno de ellos, que precisamente llevaba ese nombre, se perfilaba casi como el segundo cargo en importancia del nivel Ejecutivo. Un cargo que existe en varios países y que en Estados Unidos es particularmente famoso, por su notoriedad e influencia: el chief of staff es la mano derecha de quien ocupa el despacho oval de la Casa Blanca. En teoría, el cargo de ministro de la Presidencia tenía como principal tarea la coordinación de todos los miembros del gabinete. Pero esa es la primera responsabilidad del presidente, quien cuenta con el secretario general para cumplirla. Ese es el cargo que tenía María Lorena Gutiérrez y lo ejercía a la perfección, hasta que la pusieron a competir con Néstor Humberto Martínez. El sistema anterior era el lógico y no era necesario tanto revolcón. El superministro de la Presidencia les pisaba las mangueras a los otros ministros y cuando ellos tenían peso político propio como Mauricio Cárdenas o Juan Fernando Cristo el choque de poderes se hacía más evidente. Los pesos pesados le reconocen jerarquía al jefe del Estado pero no a un colega. Con los congresistas pasaba lo contrario. Como daban por hecha la jerarquía de Martínez con frecuencia se saltaban a los ministros para temas que eran de su competencia. La creación de superministros por encima de los ministros ha sido una innovación de este gobierno, con efectos desinstitucionalizadores. Hasta la semana pasada, Germán Vargas controlaba dos ministerios (Transporte y Vivienda) y Néstor Humberto Martínez el resto. Lo lógico es que el presidente coordine a todos sus ministros sin superministros, como se había hecho siempre en Colombia hasta la semana pasada. Aunque Vargas Lleras puede transformar la infraestructura del país por su capacidad de ejecutor y hombre de resultados, su talento debería haber sido utilizado nombrándolo en propiedad ministro de Transporte e Infraestructura. La Constitución permite que el vicepresidente sea simultáneamente ministro y eso es mejor a que sea jefe de ministros. El nuevo invento crea el inconveniente de que los ministros no solo pierden estatus, sino que asumen todas las responsabilidades penales y administrativas, mientras que sus jefes, como Germán Vargas y Néstor Humberto Martínez, tienen el poder, la pantalla y se llevan el crédito sin responsabilidad alguna. Las recientes experiencias deberían servir para no volver a recurrir a fórmulas de esta naturaleza. Germán Vargas fue vicepresidente y un buen ministro de Vivienda en propiedad y ese es el formato que se debería repetir. Y si el presidente considera necesario tener un hombre fuerte en la Casa de Nariño, no es necesario crear nuevos puestos. En el gobierno de Virgilio Barco, Germán Montoya fue igual o más importante de lo que fue Martínez en este. Sin embargo, toda su gestión tuvo lugar en el cargo de secretario general de la Presidencia. Eso demuestra que el poder y la influencia no dependen del cargo sino de la persona y del juego que quiera darle el primer mandatario.