Cuando los presidentes se posesionan, tienen lo que se denomina el año de gracia. Es decir, un periodo de tregua en el que el Congreso los deja llegar, tirar línea, plantear una hoja de ruta y les aprueba sus proyectos sin mayores complicaciones. Eso a Iván Duque no le tocó. Paradójicamente, después de haber ganado la segunda vuelta con una votación histórica y con el apoyo de prácticamente todos los partidos, asumió el mando y se convirtió rápidamente en uno de los presidentes más solos de los que se tenga memoria. Esto a pesar de que desde que inició su campaña, Duque sentó las bases de lo que pretendía hacer en el poder: 1) Cambiar la estructura de los acuerdos de paz. 2) Nombrar un gabinete técnico y alejado de la política. 3) Acabar con la relación clientelista entre el Congreso y el Ejecutivo.

En efecto, el presidente cumplió su palabra y desde el primer día se enfocó en cumplir esos propósitos. Sin embargo, hacerlo resultó más caro y más difícil de lo que se esperaba por falta de gobernabilidad. En primera medida, muchos de los partidos que lo apoyaron, aunque no lo digan en público, esperaban que Duque nombrara en el gabinete a personas que tuvieran un perfil técnico pero que los hicieran sentir representados. Eso, como se sabe, no pasó. El jefe de Estado decidió buscar funcionarios con experticia en los temas, que fueran de su entera confianza y que conocieran muy bien las carteras que iban a asumir, sin pensar en consideraciones políticas. Así mismo, se la jugó por acabar con la mermelada, al punto de que muchos de sus colaboradores cercanos le han repetido hasta el cansancio que se le fue la mano y empezó a confundir mermelada con representación política. Aunque todavía se habla de paros y protestas para 2020, estas probablemente no tendrán la misma fuerza que las del año pasado. Sin embargo, saber manejar el descontento en las calles será uno de los grandes retos del Gobierno este año. Pero tal vez lo que más daño le hizo al presidente en 2019 fue haberse metido en la aventura de cambiar la columna vertebral de los acuerdos de La Habana. Lo cierto es que, de alguna manera, Duque no tenía otra opción. Mal que bien, esa era la principal bandera del Centro Democrático, partido que lo llevó a la Presidencia y que en esencia había nacido para frenar ese proceso. Si bien la propuesta de Duque de modificar lo acordado tuvo gran acogida entre un sector importante del electorado, no alcanzó a darle una mayoría decisoria al Centro Democrático en el Congreso. Así las cosas, el recién posesionado presidente estaba muy lejos de tener el músculo parlamentario para poder hacer realidad sus promesas de campaña.

Esto se vio claramente cuando, como consecuencia de las objeciones presidenciales a la ley estatutaria de la JEP, un bloque de partidos se unieron en torno a la defensa de los acuerdos de paz y, a partir de ese momento, le bloquearon al Gobierno todo lo que quisieron en el Congreso. Así, el presidente trató de tender puentes y buscar puntos de encuentro, pero quedó en el peor de los mundos. Era visto por la oposición como un hombre con la camisa de fuerza del uribismo, mientras que los de su partido le lanzaban fuego amigo por considerarlo demasiado moderado. Entonces el año de Duque empezó con una serie de fracasos en el Congreso, y terminó con la tumbada de su ministro de Defensa y una ola de protestas en las calles en el marco del paro nacional. Hoy, la gran incógnita de 2020 es qué va a pasar en las calles. Se han anunciado una serie de paros, sin embargo, no se percibe en el ambiente mucho entusiasmo en torno a estos. Se sabe que algunos grupos saldrán a protestar, aunque probablemente será de forma pacífica y sin actos violentos. En todo caso, el número de colombianos perjudicados por las marchas parece no ser inferior al número de los que protestan. Eso hace pensar que el fenómeno no será tan intenso como el año pasado y que se irá debilitando gradualmente. Los del comité del paro no dan señales de ceder en sus pretensiones, aunque muchas de estas sean inviables. Lo anterior no significa que el problema esté resuelto. Los del comité del paro no dan señales de ceder en sus pretensiones, aunque muchas de estas sean inviables. El Gobierno, a pesar de sus buenas intenciones, tampoco está dispuesto a entregar al Estado para satisfacer a los líderes de las manifestaciones. Siempre estará la espada de Damocles de que estos pararán y volverán a las calles, pero se tratará de sectores puntuales y no de movimientos masivos nacionales como los de noviembre y diciembre.

No obstante, las manifestaciones de fin de año podrían tener un desenlace inesperado. Aunque en la gran conversación nacional la paz social está aún en veremos, en el entretanto el presidente ha venido trabajando en la paz política. Si el Gobierno mueve bien sus fichas y logra concretarla, 2020 podría convertirse en el año de gracia que hasta ahora el presidente no ha tenido. En Palacio son conscientes de que para este año que comienza están pendientes temas tan importantes como la reforma a la justicia, la reforma política, la pensional y la laboral. La única manera de conseguir que estas iniciativas tengan futuro es llamando a los partidos a formar parte del Gobierno para garantizar las mayorías. Como consecuencia del paro nacional, Iván Duque ya empezó a dar pasos en esa dirección, y se reunió con Germán Vargas, César Gaviria, Aurelio Iragorri y los líderes de los partidos con los que hoy no cuenta. Los rumores de una crisis ministerial a principio de año para darle un revolcón al equipo de gobierno y poner al frente de los ministerios a figuras de la entraña de los partidos cobran cada vez más fuerza. Con esa estrategia, más la elaboración de acuerdos programáticos con Cambio Radical, los liberales y La U, el presidente podría labrar el terreno para que 2020 se convierta en un año con más resultados y menos dolores de cabeza que el que termina. Si esto se materializa, seguramente se acrecentarían las divisiones internas en el Centro Democrático, pues en esa colectividad hay un sector importante que aún no se baja de la idea de cambiar los acuerdos de paz, y que considera que el equipo de gobierno de Duque debe ser de la entraña del partido que lo eligió. Ese será un riesgo que el jefe de Estado tendrá que correr a la hora de decidir si quiere un Gobierno con el Congreso bloqueado o uno con mayorías parlamentarias, así como un partido de gobierno que no está del todo conforme con el presidente.