A raíz de la invasión alemana a Polonia el primero de septiembre de 1939, que marca el inicio de la Segunda Guerra Mundial, el presidente colombiano Eduardo Santos se dolía de que “a golpes de la barbarie” cayera en Europa “la antorcha del saber y del bien, la antorcha del arte, esa antorcha de todas las cosas mejores que tiene la humanidad.”

Esas palabras elevadas escondían una realidad ruín. Un mes después de tomar posesión de la presidencia de la República en agosto de 1938, Santos y su ministro de Relaciones Exteriores, Luis López de Mesa, dictaron el decreto 1723, el cual señala:

Los funcionarios consulares de la República no podrán sin autorización especial y concreta en cada caso del Ministerio de Relaciones Exteriores, visar pasaportes de individuos que hayan perdido su nacionalidad de origen, o que no la tengan.

El decreto tenía nombre propio: los judíos privados de su nacionalidad de origen por el régimen nazi, los alemanes que a la fuerza habían sido convertidos en apátridas. En los cuatro meses anteriores al decreto, los consulados colombianos en Alemania y en otros diez países europeos expidieron 1.190 visas. Dos meses después del decreto el cónsul en Berlín solamente refrendó seis visas.

En noviembre de 1938, el embajador colombiano en Berlín, Jaime Jaramillo Arango, pidió instrucciones a la Cancillería sobre las solicitudes de asilo que presentaban los judíos en Alemania. López de Mesa respondió: “Rogamos reflexionar cuidadosamente sobre los problemas que ello plantea pues podría tener como consecuencia inesperada el que se nos endose asilados obligándonos a traerlos a Bogotá o a ampararlos indefinidamente.”

En enero de 1939, López de Mesa remitió una circular a los cónsules en Berlín, Hamburgo y Varsovia, solicitándoles que “opongan todas las trabas humanamente posibles a la visación de nuevos pasaportes a elementos judíos.”

En febrero de 1939, López de Mesa reiteró la orden, pidiendo a los cónsules “impedir, hasta donde sea humanamente posible, que entren a Colombia judíos rumanos, polacos, checos, búlgaros, rusos, italianos.”

El canciller antisemita

Esa expresión —humanamente posible— de López de Mesa (Don Matías, Antioquia 1884-Bogotá 1967), que posaba de sabio, pues fue médico, siquiatra, sociólogo y historiador, recuerda el cinismo de los nazis cuando advertían a los judíos que arribaban a los campos de exterminio que pasarían primero a una sala de baño, cuando en realidad ingresaban a las cámaras de gas para morir asfixiados víctimas del gas Zyklon B, un pesticida que impide la respiración de las células.

El antisemitismo cerril de López de Mesa no estaba limitado a las circulares reservadas que la Cancillería dirigía a los cónsules. Lo expuso también en la Memoria de Relaciones Exteriores de 1940, donde escribió que los judíos tienen una “orientación parasitaria de la vida.” En uno de sus libros, López de Mesa afirmó que los judíos se dedican a la “asimilación de riqueza por el cambio y la usura, por el trueque y el truco”, y en cambio alabó a los alemanes como “disciplinados, laboriosos, patriotas y, algo muy importante para nuestro cruzamiento, fuertes. A través de las generaciones persiste el temperamento ordenado y organizador de su cepa madre.”

Los que se hubieran salvado

Por lo menos tres personas perecieron en el campo de concentración de Auschwitz que se habrían podido salvar si López de Mesa no hubiera impuesto un veto inmisericorde contra los judíos.

Huyendo del nazismo, el joven austríaco Hans Ungar llegó a Bogotá el 7 de agosto de 1938, fecha en que Santos comenzaba su mandato. Ungar adquirió luego la Librería Central. Trató de conseguir visas para sus padres y su hermano que se habían quedado en Viena. Ungar reveló en una entrevista en 1984: “Mis padres murieron en campos de concentración alemanes, porque no pude conseguirles una visa colombiana. Me ofrecieron visas en venta, pero costaban el equivalente de medio millón de pesos de hoy y yo no pude conseguirlos”.

Lina María Leal, historiadora de la Universidad Nacional, entrevistó en 2006 a Samuel Gutman, un judío polaco que sobrevivió al Holocausto y después de la guerra se radicó en Colombia. Su padre logró llegar a Bogotá en enero de 1939, pero aquí no pudo conseguir visas para su esposa Hena, su hijo Joseph y sus hijas Cesia y Lola, que murieron en el campo de exterminio de Treblinka.

Según Samuel Gutman: “El famoso Ministro de Relaciones Exteriores Luis López de Mesa dio la orden de que no permitieran entregar visas a ciertos judíos. Así que nosotros tuvimos que quedarnos en Polonia. Mi papá tuvo la mala suerte de que no pudo regresar a Europa ni traer a su familia.” Para Lina María Leal, López de Mesa se oponía al ingreso de judíos pues recelaba de “que el ‘judío’ llegara a mezclarse con el ‘colombiano’ por la consiguiente reproducción de características negativas en la población colombiana.”

Seis mil judíos vivían en Colombia en 1940, de un total de 35.000 extranjeros censados, en un país de casi 9 millones de habitantes.

La ‘semilla’ de Hitler

Que se conozca, ningún otro gobernante de la jerarquía de Luis López de Mesa ha manifestado un antisemitismo insolente como el suyo. Pero Hitler sembró la semilla en otros colombianos.

Mateo Navia Hoyos, doctor en historia de la Universidad Nacional, en su tesis sobre los judíos en Colombia reveló el artículo “Colombia, colonia hebrea”, uno de los textos antisemitas más enconados que se hayan divulgado en el país. Lo publicó en octubre de 1938 el médico santandereano Mario Acevedo Díaz, que estudió medicina en Alemania en 1931-32.

A los judíos que desembarcaban en puertos colombianos huyendo del terror hitleriano los llamaban “mercancía humana que nadie quiere aceptar.”

Escribió el médico: “Hasta el año de 1932, había en Alemania medio millón de judíos, frente a una población de 63 millones de alemanes. Esta exigua minoría fue suficiente para dominar aquella nación por muchos años.” Agregaba: En Alemania, “Pude apreciar su poderío absorbente en provecho exclusivo de esta raza.”

Los cónsules colombianos en Hamburgo y Berlín tramitaban las visas para judíos “con espanto patriótico,” escribió Mario Acevedo Díaz. “No quieren la Patria pero sí la disfrutan y usufructúan ampliamente”, añadía sobre los judíos que llegaban a Colombia. El vendedor de drogas judío, anotaba, se convertía en médico en Colombia: “Ese mercachifle ambulante es un compatriota nuestro.”

La diatriba se publicó en Colombia Nacionalista, un periódico editado en Medellín, y en la revista de la Federación Médica Colombiana.

Mario Acevedo Díaz (1911-1998), oriundo de Zapatoca, fue jefe conservador en Bucaramanga, presidente de la Academia de Historia de Santander y gerente del acueducto de esa ciudad.