El más reciente capítulo en la tormenta de sangre que afecta al Cauca se dio en la vereda El Águila, jurisdicción de Santander de Quilichao, el domingo pasado. Precisamente las tres víctimas –todos jóvenes entre 15 y 21 años, y pertenecientes a una misma familia– asistían a una velada casera para conmemorar la fiesta de 15 años de una de sus primas. Hombres armados los acribillaron a la vista de todos. En la improvisada pista de barro quedaron los cuerpos tendidos boca abajo.

Sus nombres eran Yesid Mera Mera, Sergio Iván Banguera Carbonero y Gustavo Adolfo Zapata Mera. Desde el preciso momento del asesinato, sus vidas pasaron a ser números: cifras exactas que reposan en carpetas donde se guardan los registros de la nueva violencia en esta región. Los tres ahora son parte de los 15 muertos por incursiones armadas en lo corrido de este año en Santander de Quilichao, norte del Cauca.

En la fotografía, de izquierda a derecha, Sergio Iván Banguera, Gustavo Adolfo Zapata y Yesid Mera.

Pero las cifras no paran ahí, de acuerdo con registros de la Secretaría de Gobierno del Cauca, en 27 días de agosto han sido asesinados diez jóvenes en el departamento: tres en Santander; cuatro en Argelia, uno más en Popayán, y los dos restantes en zonas rurales donde el control lo ejercen disidencias de las Farc, el ELN y el Clan del Golfo. Esta ola de violencia en el Cauca está pasando desapercibida y se queda en viajes fugaces del ministro de Defensa, Diego Molano, recompensas que nadie cobra y casos que nunca se esclarecen.

Pero lo cierto es que el Cauca, desde hace un par de años, asiste a uno de sus periodos más violentos contra la población civil. Los registros solo son comparables con reportes de comienzo de siglo, cuando las Farc y los paramilitares libraban una guerra sin ningún tipo de códigos, ni piedad contra el ciudadano de a pie.

Las masacres de Colombia.

Lo que está pasando en el Cauca se asemeja a ese terrible periodo de la historia reciente de Colombia: los muertos son campesinos, afrodescendientes, indígenas, líderes comunales, presidentes de juntas de acción comunal y hasta concejales, pero no son ellos los protagonistas de esta nueva guerra.

El panorama violento en el Cauca tiene su génesis en el cultivo de marihuana –en el norte del departamento– y coca –en el sur–. Las disidencias de Gentil Duarte, agrupadas en el Comando Organizador de Occidente, controlan la zona norte. Bajo su yugo tienen a los municipios de Miranda, Corinto, Caloto, Toribío, Santander de Quilichao, Suárez, Timba y Buenos Aires, así como la salida terrestre a la región del Naya, pacífico caucano. A esta zona llegó recientemente la Segunda Marquetalia, disidencia de Iván Márquez y el Paisa.

Programa de sustitución de cultivos ilícitos. Foto: Carlos Julio Martínez / SEMANA | Foto: Carlos Julio Martínez / SEMANA

La idea es arrebatarles el negocio a las columnas Dagoberto Ramos y Jaime Martínez, que responden a órdenes de Gentil Duarte. La disputa es por el control del territorio, los cultivos de droga y las rutas de salida al Pacífico. Lo mismo ocurre en el sur del departamento, donde están los sembradíos más grandes de coca; sin embargo, allá también hay presencia del ELN, el Clan del Golfo y pequeños colectivos narcotraficantes herederos de los paramilitares, por lo que la intensidad de la violencia es mucho mayor.

En municipios como Argelia hay riesgo de desplazamiento masivo en las veredas Primavera, Mirolindo, Miraflores, Las Perlas, Botafogo y La Cumbre. Precisamente, en estos sitios es donde ocurrieron los últimos hechos violentos contra jóvenes y líderes campesinos.

¿Por qué los matan?

La pregunta tiene muchas respuestas, pero hay una hipótesis que sobresale entre las demás, sobre la cual trabajan las autoridades, y es que los jóvenes han quedado en medio de un ping-pong de culpas y señalamientos por parte de los grupos armados.

El ELN, disidencias, Clan del Golfo y demás culpan a personas visibles de la comunidad de ser supuestos colaboradores de las autoridades, así como de filtrar información al grupo contrario para incursiones armadas.

De otro lado, también toma fuerza la hipótesis de supuestos reclutamientos en los que no se aceptan respuestas negativas. Los jóvenes –y comunidad en general–, están en medio de una nueva guerra en la que pierden con cara y con sello; un baile de sangre que solo se baila con los menos favorecidos, aquellos que después de muertos se convierten en números.