Mauricio ‘el Chicho’ Serna camina por las calles de Buenos Aires, Argentina, con su camiseta azul y amarilla y una sonrisa que se asoma en medio de su barba gris. Además, orgulloso de portar la camiseta de Boca Juniors, equipo que ama y dirige en las reservas a sus 54 años, que cumple el 22 de enero. Desde temprano se siente el ambiente de festividad. Escuchar el ritmo de la salsa lo hace sentir más cerca de su familia en Medellín, la misma que sabe que su torta preferida de cumpleaños es un ponqué Ramo. Este año no están cerca, pero Cristina Marín, la mujer con la que se casó hace 25 años, tratará de que la distancia no se sienta. Una videollamada junto a sus tres hijos es suficiente para recordar que lo que le da fuerzas al Chicho para levantarse cada mañana son ellos.
Aunque algunos dicen que 54 años no son tantos, pero el exjugador de la selección Colombia piensa lo contrario. “No crea, son un montón, un montón”, dice Serna entre risas cuando piensa que lleva décadas haciendo historia. Desde niño sabía que su destino se escribiría en una cancha de fútbol. En su ADN está el balón, dos tíos abuelos fueron jugadores profesionales, Alfonso y Rafael Serna. Al primero no lo conoció y del segundo aún recuerda los consejos que le dio en largas tertulias y que viene aplicando desde 1988, cuando jugó en el Deportivo Pereira, aunque su debut oficial fue dos años después. Su equipo principal fue Atlético Nacional, club que quiere mucho, pero no tanto como a Boca. Aclara que no por estar hablando son SEMANA, que es un medio colombiano, va a mentir para congraciarse con sus seguidores.
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Los años acumulados le han enseñado que en la vida se habla sin tapujos y siendo coherente con sus convicciones, así eso le traiga problemas. Cree que en un camerino en Bogotá se empezó a escribir su despedida de Nacional, precisamente por ser franco y acelerado. Era capitán del equipo para ese entonces y antes de empezar el calentamiento un directivo entró diciendo que él quería que Nacional perdiera frente a Millonarios porque su hijo, “un muchacho de apellido García”, jugaba en el azul capitalino. “Si en mi camerino hay un tipo que quiere perder se tiene que ir”, dice 17 años después aún con molestia y su característica voz ronca.
Esa discordia se la cobraron, pero no fue la única que tuvo con los dueños del equipo. En 2005, Chicho no quiso decretar una huelga de futbolistas, que querían que él apoyara, teniendo en cuenta que a él le pagaban sin problema. “Cuando regresé a Medellín recibí una llamada del dueño del equipo diciéndome que estaba muy triste por mi decisión”, dijo el exfutbolista. Cuenta que a partir de ese momento la relación se empezó a fragmentar, a tal punto que lo echaron del equipo faltando siete meses para completar su contrato.
En ese entonces comprendió otra lección de la vida. Los amigos están en los momentos más difíciles sin importar la distancia. Diego Armando Maradona sabía que salir de esa manera del equipo era difícil para Serna, así que no tuvo problema en llamarlo y decirle que aceptaba una vieja invitación a Medellín, en cuestión de horas tomó un vuelo que lo trajo de Argentina a Colombia, lo acompañó durante varios días, mientras el jugador de 1,67 de estatura entendía que su aporte en el fútbol ha dejado más alegrías que derrotas.
Lo que vivió en Japón el 28 de noviembre de 2000 resume la alegría. Estaba subido en la portería con una bandera de Colombia que le entregaron desde la tribuna, y en la otra mano tenía el trofeo que lo mostraba como campeón de la Copa Intercontinental que Boca Juniors le arrebató al Real Madrid con un 2 a 1. Después del nacimiento de sus hijos y el día de su matrimonio, este es uno de los momentos que más dicha ha tenido en sus 54 años.
Las lesiones, desplantes, el qué dirán, los pleitos jurídicos por presuntos nexos con el narcotráfico en Argentina, que aún están en investigación, pasan a un segundo plano cuando entiende que cada día de vida es un regalo y que ni la plata ni la fama son más importantes que poder decir “son 54, con la esperanza de que sean más” para poder cumplir su sueño de ser director técnico de Nacional, de la selección Colombia y ver a sus hijos crecer. Además, ser abuelo mientras envejece junto a la mujer a la que le juró amor eterno.