Eran las 19:00 horas del viernes 22 de octubre cuando fue insertado un comando de las fuerzas especiales del Ejército en la zona selvática de Turbo, Antioquia, donde se tenía información de que estaba Dairo Antonio Úsuga, alias ‘Otoniel’, el máximo cabecilla del Clan del Golfo y el narcotraficante más buscado de Colombia.

Un teniente, un cabo y un soldado salieron desde la base militar en Carepa, Antioquia, en un helicóptero de combate. Al abordar la aeronave no sabían de qué se trataba la misión, solo tenían información de que iban por un objetivo de alto valor y no había espacio a errores. Iban de cacería.

El punto de inserción había sido plenamente estudiado por los altos mandos. Se trataba de una operación quirúrgica, ningún detalle se podía dejar al azar. Los comandos recibieron instrucciones sobre los caminos estratégicos que debían recorrer en tierra, las áreas que había que rastrear y asegurar para no dejar puntos ciegos. La clave era evitar ser vistos o atacados por los hombres de ‘Otoniel’, lo cual generaría una alerta al capo y su posible fuga. “Fuimos una flecha, silenciosos pero letales”, dice uno de los comandos que habló en exclusiva con SEMANA.

La zona era accidentada, agreste y montañosa. En el área se desplegó más fuerza pública, lo que aumentaba la posibilidad de cometer errores de coordinación; por eso, cada paso tenía que darse de acuerdo con lo planeado por la inteligencia de las agencias del Estado. Su blanco estaba a un kilómetro de distancia y tenían que ser prácticamente invisibles, indetectables para el enemigo.

‘Otoniel’ siempre tenía un amplio anillo de seguridad que lo custodiaba, contaba con perros que habían sido entrenados para reaccionar ante cualquier movimiento entre los matorrales; los caninos tiraban a matar. Sin hacer ruido, en medio de la espesa selva, este reducido equipo de las fuerzas especiales avanzaba metro a metro entre la maraña. El cielo estaba cerrado y la noche era muy oscura. Sus visores nocturnos les daban rangos de movimientos limitados, el equipo de guerra era pesado, y cualquier paso mal dado podría develar su ubicación. En ese momento ya conocían su misión.

En el vuelo les entregaron fotos de cómo era el aspecto más reciente de ‘Otoniel’, sus hombres cercanos, la zona donde se encontraba viviendo, cuántas personas lo acompañaban, qué comía, a qué horas dormía y se levantaba, el licor que acostumbraba tomar y los medicamentos que consumía para la diabetes. Datos clave que les servirían a los comandos como material de apoyo para saber el momento exacto en el que debían ejecutar la misión de captura del narco. Tras mimetizarse y lograr un camuflaje a la perfección, los soldados llegaron en la madrugada hasta el punto exacto donde se encontraba Dairo Antonio Úsuga, alias ‘Otoniel’.

Esperaron pacientemente ocultos entre los matorrales, sin moverse ni musitar palabra, era una prueba de fuego. Esperaban que la noche quedara atrás, pues intentar la captura en ese momento significaba firmar una sentencia de muerte y el fracaso del operativo. Con el entrenamiento recibido y la experiencia adquirida en otras operaciones de infiltración, sabían cómo permanecer ocultos durante horas entre el monte sin levantar la más mínima sospecha.

Mientras la noche se desvanecía y asomaban los primeros rayos del sol, los comandos se movían para estar más cerca del escurridizo capo y observar sus movimientos, saber con quién se encontraba y lograr una posición estratégica. 'Otoniel' estaba lejos de imaginar que ese sábado sería su último día en libertad. Se encontraba caminando por la región de San Pedro de Urabá, zona selvática en Turbo, Antioquia, la que convirtió en su fortín, en donde se creía intocable. 'Otoniel' no cometía errores, por eso había logrado esquivar el cerco de las autoridades durante años. Pero en esta ocasión la confianza se convirtió en su verdugo. Esta vez no estaba rodeado con un gran número de escoltas cuando fue capturado.

Se encontraba caminando muy cerca de su cambuche, sin sospechar que horas antes se había desplegado una gigantesca operación militar en su contra. Más de 500 hombres de la Policía, Ejército, Armada y Fuerza Aérea eran parte de quizás el dispositivo más grande desplegado en los últimos años para capturar a un peligroso delincuente. Helicópteros, aviones de combate, aeronaves no tripuladas y drones participaban del planeamiento táctico. Mientras tanto, el teniente, el cabo y el soldado esperaban en tierra el momento para ponerle fin a la vida criminal de Dairo Antonio Úsuga.

Tras completar casi 20 horas de infiltración, acudieron al factor sorpresa y emprendieron la persecución cuando estaba caminando junto con dos de sus secuaces. Cada paso era monitoreado desde el aire con sensores de movimiento. Para ese momento la suerte estaba echada, 'Otoniel' se dio cuenta de que estaba cercado y ordenó a sus hombres irse por otra ruta mientras él se metía entre la manigua, donde se sentía más seguro.

Al verse acorralado, sin rutas de escape, previendo lo peor, el narco les gritó a los militares: “Soy quien buscan, soy ‘Otoniel’, respétenme la vida”. La extracción Los Comandos había logrado, a las 14:30 del sábado 23 de octubre, tras 19 horas de infiltración en el área, lo que parecía imposible, la captura de Úsuga, una misión que había comenzado siete años atrás, cuando se puso en el radar de las autoridades al Clan del Golfo y sus cabecillas.

Una organización acusada de crímenes de líderes sociales, sicariato, terrorismo, desplazamiento forzado, violaciones contra mujeres, tráfico de migrantes, narcotráfico y tráfico de armas, entre otros. Reducido y bajo custodia de los tres militares, venía la otra fase de la operación militar: sacarlo con vida del área evitando una confrontación con su anillo de seguridad. Durante 40 minutos estuvieron solos los cuatro (el teniente, el cabo, el soldado y ‘Otoniel’).

“Soy quien buscan, soy 'Otoniel', respétenme la vida”, fueron las primeras palabras que dijo a los comandos de las fuerzas especiales que lo capturaron. El capo del narcotráfico no opuso resistencia y fue sacado rápido de la zona y trasladado a la sede de la Dijín en Bogotá.

Eran momentos de máxima tensión, la adrenalina afloraba por el cuerpo de los militares manteniéndolos en un estado de alerta, pues en cualquier momento se podrían encontrar de frente con la escolta del capo y repetir la historia. Estar a punto de neutralizar a ‘Otoniel’, pero fracasar por errores tácticos, marrullas del capo o mala suerte.

Tenían claro que 'Otoniel' no intentaría fugarse, estaba agotado, viejo y con las fuerzas por el piso al ver que había fracasado su plan de evasión de la fuerza pública. Solo hablaba para pedir agua y calmar su sed, el hombre más buscado del país estaba derrotado.

También hubo espacio para un halago del narco, al referirse a los comandos como buenos muchachos, no hubo un intento de soborno, sabía que esa estrategia no les iba a funcionar. Detrás de esos comandos que se empezaban a vestir de héroes había todo un movimiento de tropas. Tras caminar por la espesa manigua de San Pedro de Urabá, en medio de ramas y animales peligrosos, un terreno hostil, los militares hablaban constantemente con sus superiores entregando las coordenadas exactas de sus movimientos y pidiendo una zona segura para hacer la extracción.

Luego de casi una hora de recorrido a pie con ‘Otoniel’, lograron llegar a un punto donde logró aterrizar el helicóptero y entregaron con vida al capturado. La extracción fue un éxito, no hubo novedades ni disparos, sabían que habían logrado la hazaña militar más importante de sus carreras.

Eran, y siguen siendo, unos héroes anónimos. El teniente que comandó la operación en tierra lleva cerca de diez años de carrera militar y su meta es convertirse en general de la República, y cree que esta operación le dará un empujón hacia su sueño. El cabo, que también lleva una década en la fuerza y sueña con cumplir los 20 de servicio para pensionarse, asegura que seguirá combatiendo el crimen, pues para eso fue entrenado y es su vocación.

El soldado profesional lleva 14 años en el Ejército y desde que prestó el servicio militar recuerda que su sueño siempre fue convertirse en un hombre de las fuerzas especiales; hoy celebra ser parte de ese selecto grupo que participó de la Operación Osiris, que fue especialmente diseñada para poner tras las rejas a quien ha dejado una estela de terror y muerte en el país.

Los uniformados y su comandante, un coronel que estuvo a cargo de sus movimientos, son conscientes de que el Clan del Golfo no va a desaparecer de la noche a la mañana por la captura de ‘Otoniel’, pero sí saben que el crimen no es el camino y que tarde o temprano los grandes delincuentes siempre caen. Fueron estos tres hombres quienes cumplieron esa sentencia: los cazadores de ‘Otoniel’.