La gripa del congresista Jorge Eliécer Tamayo, del Partido de la U, parecía inofensiva. Una tos acompañada de escasa fatiga en los pasillos del Congreso lo motivaron a viajar por carretera desde Bogotá hacia Cali, su tierra, para huir de las heladas. Pero en la capital del Valle del Cauca descubrió que estaba contagiado de covid-19. Él, uno de los defensores de la presencialidad legislativa, fue víctima del virus, que ya deja más de 100.000 muertos en Colombia. Piensa que pudo contagiarse en sus visitas al Capitolio.
Terminó en la Clínica Imbanaco, postrado en una cama. Y, desde allí, el pasado 9 de noviembre, conectó su tableta e ingresó a la sesión virtual. Debatían el Código Electoral (él era el coordinador ponente), pero al vallecaucano le ganaron la tos y el cansancio. Por su cansino tono de voz no se entendía lo que decía y sus compañeros le pedían que no se esforzara. Tamayo –confiesa a SEMANA– no recuerda su participación en la sesión parlamentaria. El coronavirus lo había afectado de manera grave.
Ingresó a una uci, pasó 14 días intubado y, cuando despertó, se contagió con una bacteria que agravó su salud y prolongó su estadía en cuidados intensivos por 16 días más. Pasó inconsciente varios días y cuando abrió los ojos, se descontroló. No recordaba nada, no reconocía los rostros, las voces. Ni siquiera a Alexandra Hernández, su esposa. Ella le hablaba y él la observaba con asombro. Lo amarraron a la camilla, forcejeó muchas veces para desprenderse de las sondas de la nariz y los catéteres de los brazos. Quería escapar de la escena, pero no podía. Tampoco entendía qué hacía en una uci.
Poco a poco su mente, aún nublada, empezó a recordar, mientras él se preguntaba qué ocurría. “Pude morirme tranquilo. No me hubiera dado cuenta”, relata el congresista. De la uci salió en silla de ruedas, con serios problemas de movilidad. Su cuerpo no era el de antes y sus movimientos en brazos y piernas eran escasos. No podía cerrar las manos, mover los dedos y la extremidad derecha sufrió el síndrome del pie caído, una dolencia que le dejó el coronavirus y de la que le ha costado librarse, pese a sus constantes terapias. Hoy mueve con más facilidad los dedos del pie derecho; pero para evitar un accidente, el representante Tamayo se sostiene con la ayuda de un bastón.
Así apareció esta semana en el Congreso, donde participó presencialmente del cierre legislativo de 2021. “Muchos me dicen que no muestre el bastón, pero al contrario, es un símbolo que me ha dado muchas oportunidades”, expresa.Aunque defiende la presencialidad legislativa, cree que después del 20 de julio, cuando el Congreso vuelva a sesionar en el Capitolio, tras más de un año de la pandemia, piensa que se deben tomar estrictas medidas. Ese día, por ejemplo, no vería con buenos ojos que todos los dirigentes estén concentrados en un solo escenario. Propone que se instalen en recintos diferentes. O se alterne con la virtualidad.
Y más cuando el político lamenta que su papá no logró superar la covid-19. Martín Tamayo murió ocho días atrás. No lo salvaron las dos vacunas de Sinovac que le pusieron. Se contagió, lo ingresaron en la uci y murió. También perdió a su tío Alfredo Tamayo, a su tía política y a uno de sus primos. Los datos diarios de covid-19 preocupan al dirigente. Lo mismo que al senador Iván Agudelo, del Partido Liberal, quien acaba de salir de un contagio complejo que, aunque no requirió de cuidados intensivos, lo llevó a sobrellevar cuatro días angustiosos. A Agudelo le habían puesto la primera vacuna y aceptó la invitación a cenar de un grupo de amigos, todos vacunados. En la comida se quitó el tapabocas, con tan mala suerte que la persona que estaba a su lado tenía coronavirus. Dos días después, le notificaron el contagio.
Las noches –relata– fueron un suplicio. No dormía, perdió el apetito, sentía malestar en todo el cuerpo, pero no quería hacer parte de los números de muertos. Es diabético, de tensión alta y tenía claro que podía correr con la peor suerte. En su cama evitaba las noticias. No podía ver las cifras diarias de contagiados porque él hacía parte de los números. “¿Y los muertos?... menos, pensaba que podía estar en la estadística”, relata. Pasaba las noches desconsolado y desvelado, chequeando cómo su oximetría subía y bajaba. Por esto, temía cerrar los ojos y no despertar. Debió aislarse en su apartamento y la puerta se convirtió en el único puente con su familia.
Agudelo, de 53 años, tuvo la fortuna de salir avante de un virus que está matando hasta 700 colombianos en un solo día. Y hoy, lleno de vida y alejado cada día más de sus terapias respiratorias de oxígeno, entendió que la covid es canalla. “Un virus cobarde que con una gota de alcohol muere”, asegura.Hay que tener cuidado, dice Agudelo. “Desconfianza del otro, estar alejado, no quitarse el tapabocas y lavarse siempre las manos”. Por esto, le genera dudas la presencialidad del Legislativo después del 20 de julio. El Congreso, dice él, no es el escenario para concentrar a todos los dirigentes.
Lo ideal, considera, es otro lugar más amplio que los congregue. “No creo que el distanciamiento sea el suficiente, tendrían que ser más amplios los espacios. Adquirí el covid con una persona vacunada en una cena a un metro de distancia y en el Congreso estamos a 40 centímetros”, explicó el político vallecaucano y quien analiza su presencia porque solo tiene una vacuna y no puede inmunizarse nuevamente hasta los próximos meses.
El senador Richard Aguilar, de Cambio Radical, es joven. Tiene 39 años, pero ha padecido dos veces el coronavirus. La primera, en agosto de 2020, tras una visita a Santander. La segunda, en abril de 2021, en el Congreso. En las dos oportunidades quedó postrado en cama, con ahogo, dolor en el cuerpo y visión borrosa, pero el segundo contagio fue cuatro veces peor, describe a SEMANA: sin olfato, sin gusto, un cansancio indescriptible, falta de respiración y las plaquetas por el suelo. “Perdí la visión”, dice.
Por el ojo derecho no ve igual, pero está en tratamiento y confía en que algún día será como antes. Por ahora, cree que lo importante es dar el primer paso y vacunar a los congresistas, pero no desconocer que, así estén inmunizados, el coronavirus puede reaparecer. Su propuesta apunta a que la presencialidad después del 20 de julio debe darse, pero no de tajo. Sugiere que sea gradual porque, así hablen de distanciamiento en el Legislativo, no existe entre sus compañeros. Rememora que en su último contagio también resultó afectado el exviceministro de Hacienda Juan Alberto Londoño, con quien sostuvo una reunión.
Pese a lo sucedido, Esteban Quintero, congresista del Centro Democrático, cree que es hora de retornar al Capitolio. Y más aún tras las recientes encuestas que dejan mal parado al Legislativo ante la opinión. “Se requiere volver”, señala, pero reflexiona sobre los congresistas mayores, que pueden adquirir el virus y pasarla peor. Él, por ejemplo, padeció momentos amargos, pese a sus 34 años. Se contagió en una de sus reuniones. Empezó con congestión nasal, dolor abdominal similar a gastritis, y tras conocer el resultado positivo vino lo peor: fiebre, cansancio, malestar general y dolor de cabeza. A renglón seguido, la necesidad de una clínica. “Me faltaba el aire, subía escaleras y no podía. Paraba en la mitad”, dice. La ambulancia en su casa en Rionegro, Antioquia, fue el momento más amargo.
Él saliendo de su casa, y su esposa despidiéndose. Pensó lo peor, pero pasó pocos días en la unidad respiratoria, pese a su neumonía. De vuelta a su hogar, con oxígeno, se recuperó, pero meses después no es el mismo.Germán Blanco, presidente de la Cámara, anunció que después del 20 de julio podría retornar la presencialidad de los congresistas. Y confirmó la vacunación de los dirigentes. Indica que 62 por ciento de los legisladores está vacunado con una y dos dosis y 38 por ciento no se ha beneficiado por su edad, además de los funcionarios de las plenarias.
No obstante, el retorno no será tan sencillo. Los dirigentes que han padecido covid recientemente no podrán vacunarse de inmediato. Y otros mayores tienen dudas porque nadie garantiza que con la segunda dosis estén ciento por ciento a salvo.