Este año de pandemia le ha parecido más largo a Juan Gabriel Cendales, director de la Fundación Cardioinfantil de Bogotá. Sin duda, la última ola de coronavirus ha sido la más dura porque las decisiones que debe tomar a diario no son solo de tipo médico, sino también estructurales como, por ejemplo, expandir el área de la morgue. “Tenemos para 12 cadáveres, pero necesitamos ocho más. Son decisiones que no dan espera”, dice.

Más de un año después, la pandemia pesa sobre los hombros del equipo. “Cuando uno como médico no puede ejercer bien su vocación es muy duro. Y lo peor es cuando se mueren pacientes por no tener espacios para apoyarlos con ventilación, o verse forzado a tomar decisiones de a quién asignar los limitados recursos”.

Es lo que ellos llaman el triaje ético, un comité de especialistas que escogen entre un grupo de pacientes quién tiene menos posibilidades de morir. Recuerda la disyuntiva entre salvar a una niña con cardiopatía congénita del corazón, que requería una máquina de membrana de oxigenación de ventilación (Ecmo), o a un paciente de covid de 43 años que también la necesitaba. En el hospital solo tenían un equipo.

“¿A quién se lo pones? La probabilidad de sobrevida de la niña es de 30 por ciento y la del paciente de 43 es de más de 70 por ciento. Ese tipo de decisiones es de lo más difícil que debemos enfrentar hoy”.

Pero no menos angustiante es la falta de abastecimiento de medicamentos. “Continuamente tenemos problemas de oxígeno porque la demanda superó la producción, que está soportada por solo tres empresas. A eso se suma que hay otras industrias que utilizan más oxígeno que nosotros”, cuenta.

Para Cendales esta es una angustia permanente. “Cuando el encargado de operaciones me dice ‘doctor, quedan cuatro días de suministro de oxígeno’ –y al ritmo de hoy eso se gasta rápido– es angustiante”. Aunque los médicos están acostumbrados a lidiar con la vida y la muerte, ver fallecer a tanta gente genera traumas como de guerra. Y es común pensar que, en otras circunstancias, habrían podido salvarlos. Tuvieron una niña de 7 meses de edad que necesitaba un trasplante de riñón e hígado. Milagrosamente apareció un donante, “pero perdimos esa oportunidad por desabastecimiento de medicamentos sin los cuales no se podía hacer esa cirugía. Todo por este pico que estamos viviendo”.

Su gran temor es que continúen casos positivos y que esta ola se prolongue más de lo que ellos puedan resistir. “A este ritmo, en dos meses más no solo las personas no darán más, sino tampoco los suministros”.

Para cualquier médico, las imágenes de lo que se vivió en Italia o en Manaos, donde el sistema de salud colapsó completamente, son la pesadilla más recurrente en la pandemia. El doctor Gilberto Mejía, director de la Clínica Shaio, solo ha experimentado ese miedo una vez. Fueron seis horas críticas en las que el médico sintió que se les iba el aire, literalmente. “Ese día salimos a pedir ayuda: tanques, concentradores de oxígeno. Me sentí abrumado”, cuenta.

Gilberto Mejía, Director de la Clínica Shaio. | Foto: Juan Carlos Sierra

Estaban a pocas horas de no tener cómo atender a pacientes nuevos y la ocupación de urgencias superaba el 300 por ciento. Al final, la gente respondió y comenzó a llevar los tanques que no usaba y a donar lo que podía. Y el susto de no tener con qué atender a quienes llegaran se disipó.

En la Shaio, el dolor profundo y la alegría intensa se mezclan todos los días. La clínica se estremeció con la historia de uno de los suyos que perdió a cinco de sus familiares, dos de ellos en camas del mismo hospital. La familia entera se contagió y se salvó solamente el compañero de ellos, porque ya estaba vacunado.

Pero así como hay historias de tristeza, también hay de esperanza. Un día lograron salvar a un bebé de un año que parecía desvanecerse por la covid; este sábado le darán de alta a un hombre que llegó prácticamente desahuciado y que sacaron adelante con la terapia Ecmo. Lo más doloroso para Mejía no son las vidas que se esfuman, sino las razones por las que sienten que las han perdido.

“Habríamos podido llevar mejor esta pandemia. Somos el único país del mundo que vivió esa crisis en medio de aglomeraciones, provocando eventos que son superpropagadores. Colombia ha perdido 10.000 vidas que se habrían podido evitar en las últimas semanas. Eso es más que muchos de los eventos más graves del conflicto. Eso sí que nos parte el alma”.

Omar es el capitán de una flota de barcos en medio de esta tempestad. Dirige una subred en el Distrito, conformada por 44 sedes prestadoras de servicios de salud, entre las cuales están el Hospital de Kennedy, el pediátrico del Tintal y Floralia. Entre todos, suman 8.000 colaboradores que libran la más dura batalla contra este tercer pico de covid. En esa guerra de muchas batallas han ganado algunas que los enorgullecen.

Omar Benigno Perilla, Gerente Subred Integrada de Servicios de Salud Sur Occidente. | Foto: ESTEBAN VEGA LR

Antes de la pandemia, por ejemplo, tenían 24 ucis, pero hoy tienen 112. Sin embargo, el cansancio y la tristeza se asoman todos los días. “Lo más difícil: proteger la salud mental de nuestros colaboradores”, advierte, sin dudarlo, el doctor Perilla. Para él, este tercer pico ha sido muy prolongado “y esto agota, cansa y afecta la salud mental”.

Y eso, lo prolongado, es lo que nadie anticipaba que pasaría en Bogotá. “Juntamos el primero y el segundo en el tercer pico y todavía seguimos. Todavía nos falta”, relata Perilla.

“El tema de obtener recursos financieros es del día a día, conseguir los medicamentos analgésicos, narcóticos y todo lo demás que necesitamos en uci, antibióticos, conseguir los insumos médico-quirúrgicos, conseguir los elementos de protección personal. Es un trabajo de siete por 24 continuamente... un trabajo incesante”.

El doctor explica que “cada pico tuvo un afán”, pero que todos los han superado. En el primero, el problema eran los ventiladores. En el segundo, comenzó a escasear el personal, y en este la demanda de medicamentos ha superado todos los pronósticos. A su equipo le toca lidiar con una ocupación de uci que bordea el ciento por ciento todos los días. A veces tienen una o dos camas desocupadas y elegir a quién se le asignan, cuando la demanda es tan alta, es complejo y doloroso.