El pasado 20 de julio, un grupo de hombres mayores encabezó el tradicional desfile del Día de la Independencia. Detrás de ellos, marchaban el presidente Juan Manuel Santos, la primera dama y miles de militares y policías acompañados de modernos helicópteros y aviones. Pero los ancianos saltaban a la vista. Vestían de negro, y sus gorros y medallas hacían parecer que venían de otro tiempo. Y así era: se trataba de un grupo de veteranos de la guerra de Corea.Hace 60 años, el 27 de julio de 1953, los hombres del Batallón Colombia se enteraron de que esa guerra había terminado y pronto volverían a casa. Durante los tres años que duró el conflicto de Corea del Norte y sus aliados comunistas contra Corea del Sur y sus aliados liderados por Estados Unidos, 5.204 colombianos desembarcaron en las costas de ese país y recorrieron sus montes, muchas veces entre la nieve, para apoyar la lucha de Washington contra el comunismo.De ellos, 557 resultaron heridos, 143 murieron, 71 desaparecieron y de los 30 que las tropas enemigas capturaron dos nunca volvieron. Con el paso de los años la mayoría ha muerto y de los 795 que aún viven muchos se sienten olvidados.Para entender lo que los veteranos vivieron hay que recordar el año 1950. El 25 de junio, 75.000 soldados norcoreanos cruzaron el paralelo 38, una línea que dividía a Corea en dos: el norte, aliado con la Unión Soviética y China, y el sur, que gobernaba un dictador amigo de Occidente. Esa invasión dio pie a la primera conflagración militar de la Guerra Fría, ese periodo de tensa calma se inició después de la Segunda Guerra Mundial. El choque entre comunistas y capitalistas en la península coreana estremeció la política internacional.Estados Unidos decidió apoyar al sur agitando las banderas de la democracia y la libertad y difundiendo la idea de que se trataba de una “guerra contra las fuerzas del comunismo internacional”. La Casa Blanca no tardó en tocar a las puertas de sus aliados.Con el amparo de las Naciones Unidas, 16 países mandaron sus tropas y Colombia fue la única nación latinoamericana que participó. De Buenaventura y Cartagena salían barcos cargados de colombianos. La mayoría tenía menos de 20 años y se había ofrecido voluntariamente. Muchos no sabían qué era pelear en tierra ajena y tras un breve entrenamiento llegaron a las trincheras, donde conocieron los horrores de la guerra.La guerra de Corea devastó a esa península y dejó 5 millones de muertos, de los cuales la mayoría eran campesinos que ignoraban los vaivenes de la geopolítica. Hubo masacres, crímenes de guerra, y Estados Unidos llegó a considerar una ofensiva atómica. Pero la posibilidad de que las hostilidades se expandieran hacia China y la Unión Soviética y que se desatara una tercera guerra mundial obligó a los bandos a llegar a un acuerdo. Los veteranos colombianos saben más que nadie que esa guerra, además de olvidada, no tuvo triunfadores. Corea sigue hoy dividida. Y ellos la recuerdan como si la hubieran vivido ayer.“Nos lo tomamos, cueste lo que cueste. ¡Viva Colombia!”El general (r) Álvaro Valencia Tovar tenía 29 años cuando debió aplazar su boda y zarpar rumbo a Corea. A sus 90, recuerda que allá aprendió a ser un buen soldado.La noticia lo tomó por sorpresa. Se suponía que los colombianos que lucharían del lado de Estados Unidos solo serían voluntarios. Y Álvaro Valencia Tovar, entonces capitán del Ejército, no se había ofrecido. Es más: tenía previsto casarse. Pero una lista en el periódico dio al traste con esos planes y él debió embarcarse con otros 1.100 hombres en un buque que lo llevó de Buenaventura al puerto coreano de Busan en 1951. “Era deprimente, todo estaba destruido”, dice. Aunque pronto varios de sus hombres quedaron heridos, él estaba resuelto a cumplir. Recuerda que cuando le ordenaron tomarse un cerro mientras lo atacaban con granadas, él les dijo a los suyos: “Nos lo tomamos, cueste lo que cueste. ¡Pelotón, al asalto! ¡Viva Colombia!”. Así, de triunfo en triunfo, se mantuvo con vida y volvió a Bogotá a finales de 1952. En el aeropuerto lo esperaban su familia y su prometida, con quien se casó y vive hasta hoy. Valencia Tovar fue general y comandó el Ejército. Sobre su experiencia hace 60 años dice: “Haber ido me enseñó todo lo necesario para ser un buen soldado”.“Si tuviera que repetirlo, lo haría”Hernando Gómez era un niño cuando se ofreció para la guerra. Pero un año de batallas le sirvió para nunca más volver al Ejército.El Ejército necesitaba todos los voluntarios que fuera posible reunir, pero había una excepción: solo los mayores de 18 podían ir a Corea. Hernando Gómez, que tenía apenas 16, lo sabía cuando se presentó. Pero nada le impediría cumplir su sueño de luchar en ese país lejano. La primera vez que apareció en el batallón de reclutamiento, lo enviaron de vuelta a casa. Pero insistió tanto que, cuando llevó una autorización de su padre, los militares accedieron. En 1952 zarpó de Cartagena rumbo a Incheon, una ciudad de la costa coreana donde lo enlistaron en un escuadrón de salud. “Me supo a cacho”, dice. Aun así, su actuación fue sobresaliente y lo quisieron ascender a cabo. Pero Gómez se había dado cuenta de que la vida militar no era lo suyo. Rechazó la oferta, y cuando regresó al país lleno de triunfos, se desvinculó del Ejército. Sentía que había aprendido suficiente: “Tenía solo 18 años, pero ya era un hombre”. Encontró un puesto en el Ministerio de Obras Públicas, donde trabajó hasta su retiro. Hoy es miembro de la Asociación de Historia Militar y dice de la guerra: “Si tuviera que repetirlo, lo haría”.Una granada mortalCarlos Latorre y Pedro Vergara se conocieron en el barco que los llevó a Corea. Hoy se quejan del Estado que, según ellos, los abandonó.Carlos Latorre y Pedro Vergara no habían hecho más que darles brillo a sus botas durante el vuelo que los trajo de regreso. Querían llegar como héroes, y al principio, así fue. En Bogotá celebraron hasta el amanecer. Tenían apenas 19 y 20 años, pero la batalla los había hecho madurar. “Me había ido a Corea tranquilo, porque no sabía qué significaba la guerra”, dice Vergara. Pronto conoció el horror: como enfermero vio morir a docenas de compañeros de Huila, Valle, Tolima, la costa… Su amigo Carlos, quien debió luchar con el fusil al hombro, se salvó de ser un cadáver más. “Yo era cansón”, dice. Le gustaba visitar a las geishas, pero también incumplir órdenes. Y así se salvó: “Los comunistas arrojaban cajas con propaganda. Estaba prohibido recogerlas, pero una vez dejé mi puesto para guardar una. Cuando volví, una granada había destruido mi lugar y matado a mi compañero”. Los amigos no olvidan la guerra. Latorre quedó mal de los oídos y Vergara llora al escuchar la música de las trincheras. Ambos dirigen la Asociación de Veteranos y se sienten abandonados. “No nos dieron más que una fiesta”, dicen.Dejó una costilla y un pulmónJosé Vidal Beltrán es uno de los pocos veteranos que recuerda con felicidad su paso por la guerra.En la casa de José Vidal Beltrán hay un lugar que él llama el minimuseo. Se trata de una repisa llena de viejas fotos y recuerdos militares, adornada con banderitas de Corea del Sur y de Colombia. La conserva para mantener vivo un recuerdo feliz: el de su participación en la guerra. Tenía apenas 23 años, cuando viajó al frente para luchar con el Batallón Colombia. “Yo doy todo por la democracia”, dice de los motivos que lo impulsaron. Hubo, por supuesto, momentos difíciles. Un amigo suyo cayó muerto tres días antes de regresar a Colombia. Y él mismo, en pleno combate, perdió una costilla y medio pulmón. Estas secuelas no le permitieron hacer una carrera militar en Colombia, pero no le impidieron mantener el optimismo hasta hoy. Vidal Beltrán es un hombre lúcido y elocuente, que habla con gran orgullo sobre sus días en Corea. Pero se ensombrece cuando piensa en el Estado colombiano, el cual, según él, nunca le dio un peso para su rehabilitación. En cambio, el gobierno de Corea ha sido generoso. Lo ha invitado a Seúl y algunas empresas le han ofrecido pagar la educación de sus nietos.El que no quiere recordarMiguel Cabra viajó con su hermano a Corea. Pero hoy ha tratado de borrar todos los recuerdos. A Miguel Cabra le gusta estar en su casa en Bogotá. Y allí le cuesta devolver el tiempo y hablar de la guerra. No solo porque hace poco sufrió una trombosis, sino porque decidió “dejar atrás” lo que vivió. “Eso fue hace tanto tiempo que ya ni me acuerdo”, dice este hombre de 86 años de forma simpática y, a la vez, evasiva. Pero un álbum de madera basta para ablandar su posición. Allí, Cabra viste el uniforme del Batallón Colombia. De repente, los recuerdos empiezan a fluir: el viaje hasta las costas coreanas, la cocina maloliente del barco, la comida enlatada que soportó durante meses… Las fotos lo muestran sobre un tanque de guerra o con un casco entre las trincheras. De sus días en el frente, Cabra guarda silencio radicalmente. Cuando volvió siguió la carrera militar y construyó una nueva vida para no vivir del recuerdo de esa guerra. Hoy recibe una pensión por sus años de servicio. Dice que nunca ha pedido dinero por lo que hizo allá. Y se ha aislado: no le interesa reunirse con otros veteranos, y solo porque su hermano se lo rogó, salió a marchar el 20 de julio.