Banquete en medio de la guerra Hacia 1899 las altas personalidades del Gobierno nacional celebraron esta curiosa fiesta. Todas las condiciones estaban dadas para que las tensiones políticas que vivía el país a finales del siglo XIX se resolvieran con otra guerra civil. Desde la corta guerra de 1895, cuando en escasos 60 días el gobierno conservador derrotó al ejército liberal, el ala belicista de este partido comenzó a preparar el siguiente enfrentamiento para resolver con las armas y no con la política la situación planteada por la intolerancia del gobierno conservador de Manuel Antonio Sanclemente. De hecho, con la Regeneración este partido se había atado al poder casi de manera absoluta. Si a esto se le sumaban la persecución a los opositores liberales y la crisis económica, el combustible para una nueva contienda estaba listo. Para abril de 1899 era un secreto a voces que los liberales estaban comprando armas en el exterior que debían ser introducidas al territorio nacional por Venezuela hacia el departamento de Santander, su principal fortín político. Ante la situación, Jorge Holguín, ministro de Guerra, declaró que “el gobierno no quiere provocar la guerra, pero tampoco la va a esquivar”, y adoptó ciertas medidas preventivas, entre ellas, adquirir armamento. Aun así, entre abril y octubre el ala moderada del liberalismo intentó llegar a un acuerdo político con el gobierno en torno a la aprobación de la Ley de Elecciones, pero al final las negociaciones fracasaron. La guerra era inevitable. Le recomendamos: ¿Cómo nacieron nuestras ciudades? Estalla la guerra El general Rafael Uribe Uribe partió secretamente hacia Bucaramanga para unirse a un movimiento revolucionario que preparaba el general Paulo E. Villar. La guerra estalló el 17 de octubre. Aunque el levantamiento era de carácter nacional, las operaciones se centraron principalmente en Santander, región que desde la época del Olimpo Radical era el principal fortín liberal y además concentraba a un gran número de caficultores que habían sido afectados por la crisis internacional de los precios del café y por las medidas económicas tomadas por el gobierno nacional. A estos factores se sumaba el hecho de que en la limítrofe Venezuela había triunfado en 1899 una revolución liberal encabezada por Cipriano Castro, quien apoyaba abiertamente el levantamiento de sus copartidarios en Colombia. El apoyo al ejército liberal se evidenció después con el permanente tráfico de armas que permitió mantener viva la guerra a pesar de las continuas derrotas de las milicias liberales. Estas eran conformadas por jóvenes artesanos voluntarios y por peones de las haciendas cafeteras que acompañaban, forzados o no, a sus patrones en la batalla. La mayoría de estos soldados ciertamente no lo eran, pues carecían de entrenamiento, armas, uniformes y pertrechos. En realidad eran más una gran milicia dirigida por veteranos oficiales de guerras anteriores. El ejército del gobierno se encontraba un poco mejor dotado que las milicias revolucionarias, aunque en sus filas se encontraban niños, ancianos y enfermos. Durante el primer mes de combates, los liberales sufrieron varias derrotas, pero su suerte cambió el 13 de noviembre de 1899, cuando asestaron un certero golpe a las tropas oficiales en la batalla de Peralonso. Esta hubiera conducido a la victoria de los liberales si el generalísimo Gabriel Vargas Santos, quien se adueñó de un triunfo que no le pertenecía pues había sido fruto de la arremetida del general Rafael Uribe Uribe, no hubiera considerado deshonroso perseguir al grueso de las tropas del gobierno en desbandada y llegar a Bogotá. A cambio, las tropas liberales terminaron acuarteladas durante casi tres meses en Cúcuta. Allí el ejército se adormeció y se descompuso entre querellas internas. Le puede interesar: ¿Por qué volcar la mirada en la historia de Colombia? Mujeres en la guerra

La cucuteña. Álbum de dibujos, recuerdos de campaña. 4 de enero de 1900. Peregrino Rivera Arce. ‘Las Juanas’ fue el nombre con el que se bautizó a las mujeres que participaron en la Guerra de los Mil Días. Sus funciones eran prestar servicios como lavanderas, cocineras, enfermeras y hasta amantes. Aunque pocas veces se les permitió integrarse en calidad de combatientes, durante el calor de las batallas muchas de ellas, encargadas de dar auxilio a los heridos, suministrar agua a los soldados, abrir las cajas de municiones y repartirlas, terminaban recogiendo las armas de los compañeros caídos y combatiendo. En el bando revolucionario, las mujeres tenían mayor libertad de acción, pues la milicia liberal relajó mucho más sus reglas de reclutamiento para atraer a más personas y así reemplazar a los muertos en batalla. Allí las mujeres participaban de manera más activa en combate, y en algunas ocasiones llegaron a tener capacidad de mando; varias de ellas fueron elevadas al rango de capitán. Este hecho permitió al ejército oficial reorganizarse y lograr un triunfo casi definitivo sobre los liberales en la batalla de Palonegro, ocurrida entre el 11 y el 26 de noviembre de 1900. Esta fue la batalla más importante de la Guerra de los Mil Días, en la que se mostró la imposibilidad de los liberales de tomarse el poder y transformó la dinámica del enfrentamiento: se pasó de una guerra entre dos ejércitos regulares a una guerra de guerrillas que terminó por alargar innecesariamente la confrontación. Pero también fue una de las batallas más horrorosas ocurridas en la historia colombiana. En los 15 días que duró, murieron entre 2.500 y 4.000 personas. Las narraciones sobre la batalla muestran una imagen espeluznante: el hedor de los cadáveres era insoportable, y las medicinas y el personal médico eran insuficientes, lo que obligó a abandonar a su suerte a muchos heridos en el campo de batalla. Puede leer: 15 datos para entender a Antioquia El agotamiento de la guerra En medio del triunfo en la batalla de Palonegro, los conservadores históricos fraguaron a finales de 1900 un golpe de Estado en favor del vicepresidente José Manuel Marroquín, con la esperanza de negociar un tratado de paz. Sin embargo, él arreció su lucha en contra de las guerrillas liberales. De esta manera la guerra se prolongó durante dos años más. Las acciones de los liberales se concentraron en el Magdalena medio, la costa atlántica y Panamá. Finalmente, el empeño liberal por sostener su último baluarte en manos del general Benjamín Herrera en el istmo de Panamá hizo que el mundo fijara sus miradas en el conflicto. La guerra sirvió para que los norteamericanos fondearan sus acorazados en el puerto y desplegaran sus marinessobre la vía férrea y ciudad de Panamá, con el pretexto de mantener abierta esa fundamental vía comercial. De paso, alentó las pretensiones separatistas del istmo, que era un gran negocio y un lugar estratégico que no podía estar en manos de un país debilitado y que mostraba un asombroso apego por resolver sus conflictos con las armas y continuas guerras civiles. Lea también: 200 años de creación literaria A mediados de 1902, ninguno de los dos bandos podía asegurar el triunfo, la economía estaba arruinada y el gobierno había dejado a un lado la negociación con Estados Unidos para construir el Canal de Panamá. Estas razones obligaron a los contendientes a negociar un tratado de paz que concluyó con el Tratado de Neerlandia el 24 de noviembre de 1902, que se consolidó con el de Wisconsin, llamado así por el acorazado gringo fondeado en Panamá, a bordo del cual lo firmaron los representantes de ambas partes. Terminó así la guerra más dramática que había sufrido el país después de la Independencia. Según los cronistas de la época, la confrontación dejó un saldo de 100.000 muertos. Además de la catástrofe demográfica, la guerra demostró otra cosa: la Regeneración no salvó al país de la catástrofe. La intransigencia de los conservadores, por un lado, y el guerrerismo de los liberales radicales, por el otro, cerraron toda posibilidad de diálogo. Los dirigentes se dieron cuenta de que el proyecto regenerador debía ser moderado para evitar futuras confrontaciones.