Manzur es uno de los grandes artistas colombianos. Sin embargo, para muchas personas, para el común de la gente, el ‘pero’ que siempre acecha su obra es el mismo que aqueja a todos los grandes maestros: pasan los años y no hay cambios evidentes en sus cuadros. Hace años, antes de que Fernando Botero fuera considerado héroe nacional, no era raro escuchar comentarios como: "Si… pero… ¡siempre pinta gordas!". Botero pinta gordas y Obregón hizo toros y barracudas. Rayo sigue creando variaciones de líneas y efectos visuales.Ana Mercedes Hoyos continúa explorando las palenqueras y su colorido. Los temas de Manzur, durante los últimos años, han sido los San Sebastianes, los San Jorges y los bodegones. Por eso, la exposición del Museo de Arte Moderno de Bogotá, es una sorpresa. Porque 10 de los 12 óleos que se exponen en la planta baja del museo son parte del clásico Manzur: caballeros a caballo, vestidos de azul y rodeados de doncellas sin rostro; caras de San Sebastián y parte de su pecho atravesado por flechas; un San Jorge en un paisaje apocalíptico clavándole una lanza al serpienterno dragón y con tanta fuerza como un rejoneador en la plaza de toros. Esas diez obras deberían bastar para que un admirador de Manzur saliera satisfecho, incluso con una nota dramática que, a pesar de ser un poco exagerada, da una pista de la clase de país que es Colombia.En el centro de la sala hay un cuadro de dos metros de altura con un San Sebastián inacabado, la ficha técnica dice por qué: en 1993, el 15 de abril de 1993, la misma fecha en que estalló una bomba en Bogotá por cuenta del narcotráfico, otros criminales entraron al taller de Manzur, lo amenazaron con una pistola, y antes de llevarse el cuadro lo obligaron a que lo firmara. El cuadro se recuperó, pero Manzur dio la obra por concluida. Sin embargo, nada de eso es tan importante como los otros dos cuadros que le dan el título a la muestra: Un pez en mi estancia. Se trata de dos óleos de tamaño respetable que, más que un par de obras colgadas en las paredes de un museo, son la promesa de un nuevo Manzur. La escena que representan los cuadros es bastante sobrecogedora. En el primero hay una especie de estante oscuro en el que reposa una fruta verde y un pez muerto. En el segundo, el mismo pez se halla en el piso de un salón oscuro y abandonado. Las lecturas que pueden tener estos dos cuadros son un lío que se puede mezclar con la realidad del país, con el estado de ánimo del artista o con el del espectador, pero lo más importante es una ruptura del Manzur "decorativo" de los bodegones de instrumentos musicales y los objetos dorados con este Manzur dueño de una naturaleza muerta que poco o nada tiene que ver con esos bodegones de conejos o faisanes muertos ubicados perfectamente en una composición de viejo maestro holandés. No. Este pez ofrece algo oscuro, sordido y que, de ninguna manera, puede dejar a nadie indiferente.