Al grito de "guardia, guardia", más de 5.000 indígenas respondían "fuerza, fuerza". Era el cántico que desde la Universidad Nacional empezó a retumbar por la calle 26, una de las principales puertas de entrada al centro de Bogotá, y puede que se haya oído hasta el Cerro de Monserrate. Sí, más de 5.000 indígenas con sus bastones izados, con pitos, banderas y flores entraron victoriosos al corazón de la capital. Los vehículos dejaban escapar un bocinazo de aliento, y de los edificios de la zona del Tequendama se asomaban algunos pañuelos blancos.
Fotografía: Daniel Reina Romero / SEMANAEn el puente de la carrera séptima a la Guardia Indígena la esperaba una multitud de personas, la mayoría estudiantes. La ovación fue atronadora, una bienvenida emotiva, como si en ese aplauso la capital quisiera reivindicarse con los que siempre ha olvidado. Los mismos a los que todo el país se aferra, la voz que faltaba para gritar a los políticos que el acuerdo de paz es ahora y no admite dilación.Le recomendamos: Las imágenes que dejó la multitudinaria ‘marcha de las flores‘La “gran movilización para que la paz florezca” convocó a 102 pueblos indígenas, que van desde los wayúu de La Guajira hasta los murui de Tarapacá, en la Amazonia. Muchos tuvieron que recorrer miles de kilómetros por caminos, ríos y carreteras para llegar hasta la capital.
Fotografía: Daniel Reina Romero / SEMANA"Guardia, guardia" gritaba el coordinador. "Fuerza, fuerza" respondía la manifestación indígena más grande que se haya visto en los últimos años en Bogotá, por la calle que desde la época de los virreyes llamaban la Calle Real, la misma séptima donde asesinaron a Jorge Eliécer Gaitán, donde se encendió la mecha de la violencia política que aún no se ha podido apagar.-Víctimas del conflicto -gritaba ahora el coordinador.-Presente -respondían a coro.-¿Hasta cuándo?-Hasta siempre.Precisamente, en el teatro municipal que lleva el nombre de Jorge Eliécer Gaitán, esos gritos se volvieron baile cuando los coordinadores de los resguardos se pararon en el centro de la calle haciendo un círculo. Luego se juntaron, elevaron sus bastones al cielo como quien hace un rito para complacer a sus dioses. El "Guardia, guardia, fuerza, fuerza" se extendió hasta que pronunciaron "por mi tierra, por la vida".Desde los dos balcones de La Florida, sitio del chocolate de los cachacos de antaño, sorprendieron a los indígenas con una lluvia de claveles, la misma que se repitió en el edificio de la Empresa de Teléfonos. Los transeúntes que miraban desde las aceras se acercaban a los indígenas y les regalaban palmaditas de aliento en la espalda, como si se tratara de escarabajos ascendiendo el más empinado premio de montaña. Les ofrecían agua y uno que otro mensaje cariñoso.Lucho Acosta, detrás de una cadena de bastones, dejó escapar lágrimas en la cabecera de la marcha. Ha sido uno de los líderes más respetados de la organización indígena y este miércoles sobresalía en la multitud. Por sus casi 1,80 de estatura, por su boina negra con estrella dorada encima de la frente y su voz fuerte que se entrecortaba por la emoción del momento. "Guardia, guardia", no se cansaba de alentar. "Nuestro territorio se trabaja y se defiende", le respondían.Lucho, a quien los más jóvenes llaman ‘Mayor‘ con respeto reverencial, o casi que militar, viene de Toribío, Cauca. Se declara víctima del conflicto, como todo su pueblo; dice que los indígenas llevan 500 luchando sin armas, sólo empuñando "nuestro bastón, el bastón de la vida". Entonces, "nosotros sí sabemos de paz", por eso pide a quienes hoy tienen la sartén por el mango que entiendan que el país no aguanta otros 500 años de violencia."No se le puede decir no al agua, a la luz, a la vida. Que el espíritu los saque y los traiga aquí, a esta marcha, la más diversa, la de la verdadera Colombia", decía Lucho, cada vez más emocionado. A su lado, Elsa, con mochila terciada, sombrero en la mano para espantar moscas, y su sobrino a los hombros, era quien organizaba a los indígenas y con señales de bastón les indicaba cuándo apretar el paso, cuándo ponerle freno.A la altura de la calle 13, la antesala de la Plaza de Bolívar, justo en aquella pared donde Gaitán cayó el 9 de abril de 1948, cuando las voces líderes gritaban "Guardia, guardia", ya no sólo eran los indígenas los que respondían. Los que les hacían esa suerte de calle de honor también gritaban "Fuerza, fuerza", pero el grito que se impuso fue el de "No están solos", que se prolongó por toda la plazoleta del Rosario, donde los estudiantes de las universidades se agolparon para ver el paso de la marcha indígena.
Fotografía: Daniel Reina Romero / SEMANAEn la estación Museo del Oro, bajo la sombra del antiguo edificio de El Tiempo, Lucho volteó a mirarlos, dio la orden de girar hacia los estudiantes, y allí se fue a saludar. Las banderas blancas se mezclaron con los bastones indígenas. Lucho decidió mirarlos a la cara, a pocos centímetros, y respondió. "No están solos". Indígenas y ciudadanos aún gritan ese nuevo canto de batalla.Cada vez que la Plaza de Bolívar se veía cerca, la marcha parecía ralentizarse. Como si quisieran medir cada uno de sus pasos, como si quisieran que las ovaciones no terminaran.Una hora y media después de haber dado el primer paso dieron el último. La plaza se abría ante sus ojos, después de ese callejón trazado por el palacio de Justicia y la catedral. Ahí apareció la fachada del capitolio. Cuando Lucho la vio, dio la instrucción de levantar todos los bastones, orden que fue acogida de inmediato. Apretaron el paso, como si se tratara de un desfile de tropas. Y así, con las botas de caucho retumbando sobre los adoquines, los indígenas llegaron al corazón de Bogotá, que latía a mil pulsaciones por la atronadora ovación y el grito que se convirtió en la voz de la emotiva marcha. "No están solos, no están solos", gritaban los indígenas y las miles de personas que los recibieron en esa calle de honor de flores blancas.