Todo está listo para que se empiece a escribir la nueva historia de la marihuana en Colombia. Esta vez no como una planta proscrita y asociada al narcotráfico, sino como un producto legal para usos medicinales y científicos. El gobierno expidió el decreto general que fija las reglas para ese negocio sin precedentes en Colombia, la explotación del cannabis tanto psicoactivo como no psicoactivo.
El primero es la marihuana con un contenido superior al 1 por ciento de THC (tetrahidrocannabinol) en peso seco, y el segundo la que tiene un nivel inferior. Esta última se conoce como cáñamo y no tiene mayor misterio: es una fibra poderosa con múltiples aplicaciones como fabricar sogas y costales, piezas biodegradables para automóviles, lubricantes e incluso prendas de vestir. Aunque el Estado mantendrá el control de este producto habrá mayores alternativas para los cultivadores pues no habrá restricciones de uso.
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Pero el quid de la nueva industria está en el cannabis psicoactivo cuyo uso está restringido al terreno de la medicina y la ciencia. Tres grandes negocios se admiten: cultivarlo y comercializarlo en el país y fabricar derivados, ya sea para el mercado interno o el externo. Las compañías o particulares que quieran meterse en la industria deberán contar inicialmente con licencias expedidas por los Ministerios de Justicia y de Salud. Pero, por otra parte, también deben lograr que el Estado les asigne cupos de los aprobados por la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, con sede en Viena. Colombia dispone de un número limitado de esos cupos para producir cannabis psicoactivo, y la cantidad depende del análisis anual de ese organismo internacional. El país cuenta para su debut en esta industria con una aprobación de 40 toneladas de cannabis transformada con fines de exportación, de las cuales el 10 por ciento (4 toneladas) pueden ser distribuidas para consumo a nivel nacional.
Miles de pacientes podrán beneficiarse de los derivados del cannabis psicoactivo. Según la Asociación Colombiana de Neurología, en el país hay 480.000 enfermos de epilepsia, y el 60 por ciento de estos no reciben tratamiento alguno. Las farmacéuticas están desarrollando para ellos medicamentos a base de cannabis, los cuales podrán ser distribuidos en el sistema de salud, droguerías y demás establecimientos autorizados bajo vigilancia del Invima. Los derivados van desde “preparaciones magistrales” para pacientes con diagnóstico de cáncer, párkinson, fibromialgia o VIH, hasta pomadas, gotas, kits de vaporización, aceites, linimentos, bálsamos y cremas para atender dolores crónicos, trastornos de sueño y dolencias posquirúrgicas, entre otros.
Cinco empresas instaladas en Colombia ya han tramitado licencia para producir y fabricar derivados de cannabis. Según la reglamentación expedida, las grandes empresas deberán comprar al menos el 10 por ciento del cupo total asignado de cannabis a pequeños cultivadores, y estos, además, contarán con asistencia técnica y otros incentivos, para garantizar que participen del negocio. Quienes posean cultivos preexistentes y quieran continuar con la actividad deberán erradicar las plantaciones y arrancar de cero, bajo el amparo y directrices de una licencia y un cupo asignado. Una partida de los recursos recaudados por las licencias irá a Colciencias para impulsar la investigación científica sobre los usos médicos del cannabis, la cual también puede ser aprovechada en el sector veterinario. La promisoria industria apenas está encendiendo motores.