Si hay algo claro sobre el papel de Marta Lucía Ramírez en el actual gobierno, al aproximarse a los primeros seis meses como vicepresidente, es que tiene un perfil distinto al de sus antecesores. Hasta el momento, los vices se dividían entre los que llegaban a esa posición porque tenían una gran experiencia gubernamental y peso propio –como Germán Vargas Lleras con Juan Manuel Santos–, o los que complementaban la imagen del jefe y equilibraban sus debilidades durante la campaña electoral, como Humberto de la Calle con Ernesto Samper. Solo Marta Lucía tiene un poco de los dos: perfil propio hasta el punto de haber sido candidata presidencial y mayor experiencia que el presidente Iván Duque y que casi todos los ministros. Con otra condición fundamental: es la primera mujer que llega a ese cargo desde que apareció en la Constitución de 1991. También había sido la primera ministra de Defensa, en el primer cuatrienio de Álvaro Uribe. Por eso ahora, como vice, ha puesto énfasis en participar en debates sobre la equidad de género, no con una perspectiva feminista de izquierda, sino más cercana a la ideología de su partido conservador. Puede leer: “La libertad de Guido Nule es totalmente inaceptable”: Marta Lucía Ramírez Duque y Ramírez han tenido una relación fluida. No se han visto los roces que en el gobierno de Ernesto Samper llevaron a renunciar Humberto de la Calle, o en el de Juan Manuel Santos a reemplazar a Angelino Garzón. Ni siquiera a las diferencias de menor nivel hechas públicas entre Álvaro Uribe y Francisco Santos, cuando el presidente dijo que su vice le había pedido nombrarlo en el cargo. Duque y Ramírez son amigos íntimos, pero se respetan y comparten la convicción de que a ambos les conviene que el gobierno salga bien librado. “Cuando ella levanta la mano, el presidente inmediatamente le concede la palabra”, dice un miembro del gobierno. Ellos se encuentran en los consejos de ministros o en actos públicos en los que el número uno quiere aparecer con la número dos y almuerzan juntos una o dos veces al mes, una frecuencia que no tienen los consejeros presidenciales y que desearían muchos ministros.
Marta Lucía Ramírez en campaña por Iván Duque La vicepresidencia de Marta Lucía Ramírez tiene un perfil que combina los asuntos en los que ella se ha interesado a lo largo de su extensa carrera pública, las normas que lo regulan y las decisiones del presidente. La cercanía de la vice con el sector privado y el Ministerio de Defensa llevó a que le asignaran funciones en materia de transparencia y de supervisión del posconflicto. En cuanto a la reglamentación, además de la función natural de reemplazar al Presidente en una falla absoluta, un decreto le asignó tareas que encajan tanto con la trayectoria de Marta Lucía como con asuntos cercanos al corazón de su jefe. Pero si se quisiera definir en forma sucinta la misión de la vicepresidente, consiste en apagar incendios. El presidente Duque ha puesto en sus manos chicharrones difíciles de manejar, por su propia complejidad o por la descoordinación entre distintas entidades del Estado. El lío del galeón San José, por ejemplo, que tiene connotaciones económicas, jurídicas y diplomáticas muy complejas. O la supervisión al alcalde encargado de Cartagena, Pedrito Pereira, para superar problemas ancestrales de la ciudad como la falta de cobro del impuesto predial en la parte vieja. Duque le ha dejado ver a su segunda a bordo que, después de la Heroica, le encomendará tareas semejantes en otras ciudades afectadas por una trabazón administrativa, encabezadas por Mocoa. Confidencial: El número equivocado de Marta Lucía En la agenda de la vicepresidente también figuran asuntos del alma de Duque. Es el caso de los preparativos para la celebración del bicentenario de la Independencia, que requiere una coordinación efectiva de entidades diversas que no necesariamente pertenecen a la misión fundamental de alguna entidad. Duque le pasó a la vice esta tarea, que antes estaba en manos del Ministerio de Cultura, porque le quería dar proyección. Y ha echado mano de su segunda a bordo para que lo reemplace en eventos diplomáticos en los que la vice se desenvuelve con experiencia y peso específico. Estuvo en la posesión del nuevo presidente del Brasil Jair Bolsonaro, el primero de enero, y en la cumbre iberoamericana de Antigua, Guatemala, en noviembre. el perfil de la actual vicepresidente combina sus intereses del pasado con las nuevas prioridades de Iván Duque Marta Lucía Ramírez no tiene el peso burocrático que alcanzó Germán Vargas Lleras en el gobierno de Juan Manuel Santos. La ministra de Transporte, Ángela María Orozco, ha sido su aliada en la política –su viceministra de comercio exterior y socia en proyectos de asesoría– y el consejero para el posconflicto –Emilio Archila– llegó allí por sugerencia suya. La vice, de hecho, encabeza el gabinete de paz encargado de ejecutar los acuerdos firmados con las Farc para desmovilizarse. También es la jefa natural de la secretaría presidencial para la transparencia, encabezada por Andrés Rugeles. Y es conocida su proximidad con Camilo Gómez, director de la Agencia Nacional para la Defensa del Estado, quien formó parte del equipo de la campaña presidencial de Ramírez. Estos funcionarios no están directamente a cargo de la vice, pero se entiende que ella ejerce influencia. Su despacho, de hecho, no tiene un personal significativo: 39 personas.
Con Iván Duque en el cierre de campaña Marta Lucía Ramírez tuvo un comienzo accidentado en el gobierno. Se cayó en su casa y se fracturó el coxis, por lo que tuvo que estar quieta durante cuatro semanas, justo cuando el gobierno decidía las funciones de sus miembros de más alto nivel. Paradójicamente, ese tiempo le sirvió para “ordenar la casa” en términos de definir cuál sería su papel definitivo en la administración de Iván Duque. Para sus cercanos colaboradores se caracteriza por un perfil moderado si se compara, por ejemplo, con el que tuvo Germán Vargas Lleras en la misma posición. Sin embargo, para nadie es un secreto que, después de haber sido candidata a la Presidencia y en el nuevo régimen de no reelección, Marta Lucía Ramírez está en la lista de aspirantes posibles. Su imagen se ha perjudicado con la baja en la popularidad de Duque –en la última encuesta de Invamer en noviembre cayó a 35 por ciento– pero tiene un perfil alto en asuntos rentables desde el punto de vista político: la lucha contra la corrupción, la transparencia en la contratación, las críticas al gobierno de Nicolás Maduro, el combate contra la mermelada. Le sugerimos: Gobierno denunciaría a Gabriel Camargo por ofensas a mujeres futbolistas Tan agitada como su agenda es su actividad en las redes sociales. Algunas frases suyas han dado qué hablar y se han repetido muchas veces, como cuando dijo que “una cosa es el gobierno y otra el partido (Centro Democrático)” que le sirvió para distanciarse de la clase política, una obsesión en su carrera en los últimos años. También ha tenido metidas de pata, como cuando expresó su pésame por la muerte del expresidente Belisario Betancur la víspera de que ocurriera. Y en la última semana recibió palo por un trino –muy coloquial para una vicepresidente– en el que le pedía “a Dios que haya una salida a la dictadura venezolana”. Marta Lucía Ramírez, en fin, va a dar que hablar. Ha respetado las fronteras que delimitan los campos de ministros y otros funcionarios con menor perfil que ella. Pero sus extensas entrevistas en medios formales y el uso dinámico de sus redes sociales son mucho más sonoros que las expresiones públicas de un gabinete de tecnócratas.