“(...) Los muchachos, inocentemente, niños que no tenía nada que ver con nada, ni con nadie, se meten al cañaduzal”. El testimonio es de Jefferson Marcial Ángulo Quiñonez, uno de los dos capturados por la masacre de los cinco niños en Llano Verde, oriente de Cali. Angulo y el otro detenido, Juan Carlos Loaiza, aceptaron que estuvieron el 11 de agosto en el lugar de los hechos y participaron en la emboscada contra los menores que estaba en un paraje del cañaduzal disfrutando de unos trozos de caña que habían arrancado cuando caminaban hacia un pequeño lago del sector. SEMANA obtuvo el interrogatorio de indiciado de ambos capturados. En esos testimonios relatan cómo abordaron a los jóvenes y atribuyen la culpa a un tercer implicado, que la Policía tiene identificado como Gabriel Alejandro Bejarano, alias Mono, quien finalmente habría accionado el arma de fuego contra Juan Manuel Montaño, Leyder Cárdenas, Jean Paul Perlaza, Jair Andrés Cortés y Álvaro José Caicedo, todos afrodescendientes entre los 14 y los 15 años.
Contrario a lo que reveló el fiscal Francisco Barbosa el viernes pasado en Cali, junto al presidente Iván Duque, cuando informó de las capturas, ninguno de los implicados trabaja en ingenios de caña. Jefferson Ángulo es operario de maquinaria pesada y tiene contrato con la empresa Arquitectura, Ingeniería y Construcciones Aico Ltda., de Guacarí, compañía que adelanta obras de reforzamiento del jarillón del río Cauca dos kilómetros más adelante de donde ocurrió la masacre. El otro imputado, Juan Carlos Loaiza, trabaja en esa misma obra, pero como vigilante de esa maquinaría, y está vinculado a la empresa Control Interno y Transporte SAS. La tercera persona vinculada a esta masacre, alias mono, aún está prófugo de la justicia, y -según el testimonio de los capturados- hacia las veces de escolta, pero nadie sabe para qué compañía trabajaba, ni quién le pagaba.
Los testimonios Según los documentos que tiene en su poder SEMANA, los cinco menores fueron vistos por sus agresores a eso de la 1:00 de la tarde, caminaban en grupo y tenían algunos cuchillos para cortar trozos de caña y comer. Esto dijo Juan Carlos Loaiza en el interrogatorio: - Me llama el mono por radio y me dice que si puedo arrimar un momentico a la guaya (entrada vehicular al cañal), entonces yo cogí mi moto para recogerlo. Jefferson estaba con el mono, cuando llegué Alejandro estaba detrás de una piedra escondido, entonces yo fui frenando y él me hizo una seña con la mano derecha para que no arrimara tanto, le pregunté qué pasó y él me dice “allá vienen unos chinos”, yo le digo que son trabajadores y él me dice que no, que estaban robando, entonces cuando los pelados se van acercando un poco, estaban con unos cuchillos, yo me monté en una montañita para mirar bien quiénes eran los que venían, los pelados voltearon por el cañaduzal. Alejandro nos dice a Jefferson y a mí, háganse ustedes por la parte de atrás. Yo me fui por la izquierda y Jefferson por la derecha, Alejandro se mete por la parte de atrás de la caña, entonces Jefferson les dice: “muchachos, qué hacen”. Yo me quedo más atrás y le digo a los muchachos que suelten los cuchillos; Jefferson se los quita y los tira por el cañaduzal, yo le dije Alejandro (por radio) aquí tenemos a los pelados. En ese momento me acerco más y les digo que mucho cuidado porque por acá estaban robando mucho, que si se pueden ir, luego le pregunté a uno de ellos cuántos años tenía, y en ese momento salió Alejandro con la cara tapada con una pañoleta y les dice: “todos al suelo, que miraran al suelo, que no le miraran la cara”, los menores no opusieron ninguna resistencia para entregar los cuchillos. Cuando les quitan los cuchillos, los muchachos dijeron que iban a coger caña y luego a bañar a un lago, yo me iba arrimar donde Alejandro cuando él detonó la primera bala en la cabeza, yo me cogí mi cabeza y dije Díos mío, salí asustado porque de pronto Alejandro atentaba contra mi vida, yo salí de una, y cuando prendo la moto escuchó dos impactos más y Jefferson también dijo: Dios mío, qué hizo ese man. Jefferson se fue conmigo, llegamos a las máquinas. A los 15 minutos llegó Alejandro preocupado, quitándose la ropa para irse. Él mencionó “por allá pasó algo, como que estaban robando”, lo dijo todo nervioso, entonces sale en su bicicleta y yo me voy detrás de él y le preguntó qué había hecho, y él me levanta la voz y me dice “después hablamos, después hablamos”.
Jefferson Ángulo en su interrogatorio insistió en que los adolescentes no estaban robando -como lo aseguró Alejandro en su momento-, dijo que apenas fueron requeridos, ellos soltaron los cuchillos sin oponer resistencia. Contrario a lo que contó Juan Carlos, Jefferson asegura que él botó las armas blancas solo después de que los cinco menores fueron asesinados. - Me dice Alejandro, el supuesto escolta que mantenía por allá en esa zona, no sé quién lo haya contratado, solo sé que recibía pagos de ahí, que tiene un porrito, llegamos a un punto donde hay una guaya (...) vemos un tumulto de gente y él llama a un compañero por radio y le dice que venga que hay unos manes que van a robar. (...) Los muchachos inocentemente, niños que no tenía nada que ver con nada, ni con nadie, se meten al cañaduzal
En este lugar ocurrió el asesinato de los cinco menores. Las dudas A pesar del testimonio de los dos capturados, aún quedan muchas dudas sobre lo que ocurrió el 11 de agosto en el cañaduzal contiguo al barrio Llano Verde. Por ejemplo, ¿por qué cuando los menores fueron encontrados -seis horas después del crimen- dos de ellos tenían señales de tortura y uno más una herida abierta por arma blanca en el cuello? El abogado Elmer Montaña, apoderado de la familia de uno de los jóvenes asesinados, cree que hay hipótesis que aún no han sido contempladas por las autoridades. “Estos señores dicen que se fueron a fumar marihuana, ¿quién camina casi tres kilómetros para hacerlo? ¿Cuál era el interés real de atacar a estos jóvenes? ¿Por qué simplemente no los ahuyentaron, si los menores no estaban haciendo nada malo?”. Los familiares creen que la culpa de este crimen no recae solo en Bejarano, porque él solo no habría podido asesinar a los cinco menores. Para ellos, es evidente que desde la emboscada había una intención de asesinarlos, estas tres personas tenían una especie de escuadrón de la muerte en esos cañaduzales.
La otra hipótesis es que los asesinos intentaron intimidar a los menores y, en medio de los golpes, se les fue la mano con las cortadas y, por esa razón, decidieron asesinarlos a todos. “Una versión que tampoco podemos desechar es que de pronto los estaban buscando a ellos específicamente porque seguramente los menores vieron algo”, dice uno de los investigadores del caso. Esta última hipótesis no es descabellada, el cañaduzal donde ocurrió la masacre hace parte de una ruta rural que conecta a Cali con el norte del Cauca. Son pasos porosos que unen a Llano Verde con la vereda El Estero, y luego con el corregimiento Hormiguero. SEMANA recorrió esa zona días después del hecho y pudo constatar cómo ese camino es un paso estratégico utilizado por grupos ilegales para entrar grandes cantidades de droga a Cali. “Aquí no hay dios, ni ley. Esto es un corredor del narcotráfico”, le contó una fuente oficial a SEMANA. Así es la vía que conecta con el norte del Cauca
“No queremos que esto suceda como con algunos casos que capturan a los primeros y se para la investigación, pero aquí hay que establecer si eso fue un hecho aislado de esos tres personajes que conformaron un escuadrón de la muerte y asesinaron a esos cinco niños o si ellos obedecieron órdenes de alguien más”, insiste el abogado Elmer Montaña y agrega que también se debe precisar por qué solo uno de los menores tenía una herida por arma blanca en el cuello. “La otra duda es por qué estos tipos se desplazan desde donde están trabajando hasta el cañaduzal, casi tres kilómetros, y por qué toman esa decisión de emboscar a esos niños”. ¿Quién es Alejandro Bejarano?
Tanto Jefferson como Juan Carlos, los dos capturados, dicen con insistencia que Bejarano, alias mono, es un tipo raro. Lo vieron varias veces en la obra deambulando en una bicicleta blanca, pero nadie sabe quién le pagaba, ni para quién trabajaba. Llevaba consigo una daga del Ejército y chaqueta negra con pañoleta, y cada tanto les recordaba que él había pasado por las fuerzas militares. Se definía así mismo como un “tipo caliente, con muchos problemas” y un justiciero solitario. “Una vez me mostró un video donde tenía unos pelados de allá de Llano Verde tirados en el piso boca abajo trabándolos y les decía que ellos eran los que mantenían robando por ahí”, asegura Juan Carlos Loaiza. Bejarano fue el único de los tres implicados que, tras la masacre, abandonó su lugar de trabajo de residencia en el barrio República de Israel. Pero antes de irse -según los interrogatorios de indiciados- visitó a Loaiza y Ángulo en sus casas con una camioneta azul manejada por otra persona y les habría advertido que si hablaban los asesinaba a ellos y a sus familias. “El siempre estaba armado, tenía un revólver pequeño y otro más largo. El día de los hechos él salió con el revólver largo”, contó Jefferson Ángulo. Por Bejarano las autoridades están ofreciendo una recompensa de hasta 20 millones de pesos por quien entregue información que pueda conducir a su paradero. Mientras tanto, la investigación apenas comienza para esclarecer plenamente este hecho que conmocionó a todo un país.