Yo, al inicio, no fui demasiado enfático cuando el presidente anunció la medida del aislamiento obligatorio para los mayores de 70 años. Lo que planteé fue que nosotros tenemos, en principio, el derecho a decidir si queremos o no asumir un determinado riesgo como el de salir a la calle tomando todas las precauciones. Sentía que con esa medida nos trataban como si fuéramos menores de edad: el exceso de madurez, equiparable a la falta de ella. Me pareció una decisión innecesaria y pensé que podría haberse hecho otra cosa, como publicar algunas recomendaciones de cuidado personal. Y digo que al inicio no fui muy enfático porque las cosas han evolucionado hacia lo peor: ahora, con el aumento de la medida hasta el 31 de agosto, es prácticamente una condena de casa por cárcel más o menos equiparable a haber robado un banco a mano armada.  Vea el video del reportaje de SEMANA rebeldes con canas

Y entiendo que toca tomar medidas especiales en épocas especiales, pero también pienso que esa decisión atenta contra la libertad de una parte de la población con el único argumento de que pasa de cierta edad. Y cuando uno pregunta por qué, si los mayores no somos más infectivos que el resto de la población, responden que es para mantener baja la ocupación en las salas de cuidados intensivos. Y así añaden una ofensa a la otra, porque es como si nos dijeran “no vengan a ocuparnos las salas de cuidados intensivos que necesitamos para otra gente”. 

Yo no estoy entre aquellos que hablan de desobediencia civil, porque creo que ese tipo de medidas hay que guardarlas para cosas más importantes y radicales, pero sí es válido hacer una argumentación contra la medida: el objetivo del aislamiento no era detener la diseminación del virus, porque eso es imposible, sino postergar el pico de la enfermedad para que en ese tiempo se pudiera mejorar la infraestructura médica con más unidades de cuidados intensivos. Y sí, efectivamente, se logró aplazar el pico de la enfermedad, pero en ese tiempo no se construyó la infraestructura que se iba a construir. Y entiendo que puede haber causas objetivas para que eso no ocurriera, pero el hecho es que no se aprovechó el tiempo. Y ahora nos dicen por televisión, de forma muy dura, que si nos portamos mal y pasamos de 50 al 70 por ciento de ocupación nos van a enclaustrar a todos, y en realidad se trata de un fracaso de quienes están manejando la crisis, no de los viejos ni de la población indisciplinada. 

Y claro que después de los 70 años uno sabe que la muerte es una posibilidad y que estamos en la recta final, pero no tiene mucho sentido pensar que por ese motivo uno debe dejar de vivir.  Yo, por suerte, he estado ocupado haciendo cosas durante el encierro. Hay veces en las que no me alcanza el día. Pero la sensación de no poder salir porque está prohibido es muy diferente a la de no poder salir por voluntad propia. Lo que más extraño son las pequeñas cosas cotidianas como ir a tomar un tinto o encontrarme con unos amigos para almorzar. Y, claro, aunque estamos en comunicación electrónica, también extraño mucho poder viajar para ver físicamente a mi hijo, mi nuera y mi nieta.