Carolina Galván saltó a la luz pública por un caso que estremeció a todo Colombia: Sara Sofía Galván, su hija de dos años, está desaparecida, no se sabe si viva o muerta. Los hechos son materia de investigación, las autoridades la han buscado por todo el país y, en especial, en un caño del sur de la capital colombiana en el que tanto Carolina como Nilson Díaz –su expareja sentimental– aseguran que fue arrojado el cadáver de la menor.
Vea en video a la mamá de Sara Sofía:
La vida de Carolina no ha sido fácil y se complicó aún más cuando su hija desapareció. A la fecha, la mujer de 20 años de edad, oriunda de Puerto Berrío (Antioquia), afirma, en entrevista exclusiva con SEMANA, que ella no la mató y tampoco se atreve a asegurar que Nilson lo haya hecho.
Nilson y Carolina llevaban poco tiempo de haberse conocido, compartían un apartamento junto con Sara Sofía y los hijos de su pareja. Ella cuenta que conoció a Nilson en un parque, donde solía estar, luego de haberse ido de la casa donde vivía con su familia.
“En septiembre del año pasado yo me fui de la casa, dormía en la calle, en un parque. Como a las seis de la tarde, él llega al parque donde yo estaba y me dice: necesito que por favor me ayude con los niños mientras yo trabajo”, relata la madre de Sara Sofía.
Ella accedió irse con el hombre tras haber pasado varios días divagando por las calles del sur de Bogotá. “Entonces lo que hice fue aprovechar, le dije que sí. Él me llevó para la casa”, dice.
Nilson Díaz le contó sobre su pasado con las drogas y las mujeres, e incluso que había estado en la cárcel, lugar donde volvió después tras la desaparición de la pequeña Sara Sofía.
“Él un día empezó a contarme que él también dormía en la calle, empezó a meter marihuana, bazuco, hasta perico y todo eso. Empezó a robar bancos, después conoció a una gente que trabajaba en negocios de mujeres, en prostitución. Él empezó a contarme esa historia, de que él empezaba a trabajar en eso, a emborracharse, a estar con las viejas, con una y con la otra. Que estuvo en la cárcel y que al papá le tocó pagar para que lo sacaran de la cárcel. Por ese motivo, el papá no lo deja entrar a la casa”, relata Carolina Galván.
Al poco tiempo de haber llegado a la casa de Nilson, el hombre –que le había propuesto ser la cuidadora de sus hijos– le dijo que debía aportar económicamente en la casa y el camino, para ella, sería la prostitución.
“Él me decía: si usted no quiere pasar pena en la calle, estar aguantando frío, tiene que empezar a trabajar, y aportar algo con la casa”, señala Galván.
A su corta edad, Carolina afirma que nunca había tenido que trabajar en su vida, por lo que poco era lo que sabía hacer. Para ella las oportunidades de ser contratada en algún lugar eran remotas y así se lo hizo saber a quien ella acusa de ser un presunto proxeneta.
“Yo le dije: ¿en qué voy a trabajar si nadie me da trabajo? Yo prácticamente no sé hacer nada, nunca en mi vida he trabajado. ¿Cómo quiere que haga?”, lo increpó. Situación a la que Nilson, según Carolina, respondió: “Pues las mujeres que trabajan en la prostitución ganan harta plata”.
La madre de Sara Sofía no había estado en el mundo de la prostitución y le daba miedo adentrarse en él. “Yo le dije que la verdad era que nunca había hecho eso y me daba miedo y él me decía que no había de otra. El día que yo no iba a trabajar él se ponía rabón”, relata.
La mujer de 20 años terminó accediendo a la propuesta de Nilson Díaz y empezó prostituyéndose por las calles de Patio Bonito, un barrio de la localidad de Kennedy, en Bogotá.
“Empezaba a caminar, a pararme por ahí, hasta que los hombres me buscaban o me hablaban”, cuenta Carolina, quien por persona dice que cobraba 30.000 pesos. Todo el dinero que recogía se lo entregaba, peso tras peso, a Nilson.
Así trabajó Carolina por un par de semanas, pero luego, tras la desaparición de Sara Sofía, Nilson Díaz le pidió que se fuera de la casa e incluso dice que le ayudó a buscar el que sería su nuevo hogar, donde también ejercería la prostitución.
“Después, cuando él desapareció a la niña, me hizo empacar. Yo me puse a llorar, me dijo: le va a tocar que se vaya a vivir a un negocio de mujeres. Yo no quería eso. Él coge y me lleva a Patio Bonito y empieza a buscarme pagadiarios. Encontramos uno de 7.000 pesos diarios y allá me dejó. Habló con las muchachas para que yo empezara a trabajar en esa zona”, relata Carolina Galván en entrevista con SEMANA.