En los años noventa, en las ciudades principales del país aparecían las pandillas como primer gesto de una criminalidad incipiente. Pero en Medellín ya habían dejado de serlo para transformarse en empresas criminales eficientes que trabajaban para el mejor postor: el narcotráfico, las milicias, los paramilitares. El decano de la Escuela de Humanidades de Eafit, Jorge Giraldo, lo explica bien: “En Medellín, en materia de violencia, todo sucedió primero”.Eso llevó a que, a diferencia de otras ciudades del país, la línea entre las pandillas y la delincuencia organizada desapareció por completo. Este fenómeno social –producido por la desigualdad, la poca atención social en los barrios de invasión, la falta de oportunidades– terminó atravesado por el sicariato y la criminalidad. Fue una oportunidad perdida que en lugares como Cali o Barranquilla aún se puede aprovechar: vincular a estos grupos a programas que alejen a sus miembros de la violencia y el delito.Le recomendamos: Ahora construyen su futuro en la canchaEn Medellín, sin embargo, la institucionalidad mantiene los programas para rescatar a los jóvenes ya vinculados a actividades criminales o tratar de impedir que lo hagan.La Alcaldía de Federico Gutiérrez, solo en 2017, capacitó 804 personas en riesgo de caer en grupos criminales en el Centro de Formación para la Paz y la Reconciliación (Cepar). Allí gracias a la gratuidad, a las jornadas de formación flexibles e inscripciones permanentes, se forman en competencias ciudadanas. Además, también atendieron 360 niños junto a sus padres. Estas capacitaciones de Cepar brindan oportunidades de trabajo y de integración en proyectos comunitarios que permiten conformar colectivos barriales, y evitar, por ejemplo, que el crimen organizado capture a los grupos de jóvenes para sus actividades.Las administraciones municipales se han preocupado, entre otros temas, de los niños. Desde corta edad terminan por trabajar para grupos armados que los usan para transportar armas o droga, con lo que comienzan muy temprano una carrera criminal. En esta materia, la prevención debe empezar muy pronto. Para evitar ese reclutamiento se han creado estrategias con acompañamiento psicosocial, académico, cultural y deportivo, con los que se ha intervenido la vida de 4.399 menores de edad en vulnerabilidad.Le sugerimos: Salvados del crimenEl decano Giraldo dice que los fenómenos de las bandas y los combos de Medellín tienen diferencias importantes y puntuales y quizá el segundo es el más parecido al concepto original de pandilla. “Las bandas no son territorializadas: aunque tienen este origen, no significa que operen territorialmente. Son bandas dedicadas a un tipo de actividad criminal y la ejecutan en toda la región. Sabemos de algunas que pueden hacer operativos contratados por todas partes del país e incluso por fuera. Algunas de las más famosas en Medellín se conocen por esa característica: tienen mayor capacidad operativa, más especialistas, armas más sofisticadas y vehículos, y también una articulación más directa a una economía criminal más rentable”, dice.Por otro lado, explica, los combos tienen un territorio específico y nacen de fenómenos sociales. Están en el barrio, son el hijo de la vecina, tienen una relación importante con la comunidad, con sus problemas, “con la gestión de cierto tipo de normas dentro de la comunidad y eso para las bandas carece de todo interés. Los jefes de las bandas no viven en los barrios populares, sino que viven con las clases altas de Medellín: El Poblado, Llanogrande, Las Palmas, Envigado. Esto marca una diferencia social, el jefe del combo vive en el barrio y no trabaja; ciertamente, tiene unos ingresos superiores a los de cualquier otro vecino, pero de ninguna manera puede pensarse que sea un tipo rico para los estándares colombianos”.Puede leer: Oportunidades, el gran retoPor su parte, el sociólogo Max Yuri Gil cree que las pandillas como fenómeno social empezaron a cambiar radicalmente hace más de 20 años. Eso solo se hizo evidente a mediados de la década pasada, cuando empezaron las luchas territoriales y las fronteras invisibles como marca de una delimitación y una lucha por el territorio. “Hoy en día, casi cada barrio de Medellín tiene un combo en el cual actúa una agrupación armada. Se puede decir que casi no hay territorios donde no exista esa presencia, con excepción de El Poblado, Laureles, Estadio y sectores de la comuna 12. Por lo demás, el resto de la ciudad tiene su combo”.