Mide 106 kilómetros de largo por 100 metros de ancho y su historia es igual de larga y conflictiva como la de Colombia. El Canal del Dique, pese a ser todavía una arteria fluvial importante para el comercio del país, vuelve a ser noticia, esta vez por la tragedia que protagoniza. Al navegar de sur a norte por el río Magdalena, justo en el municipio de Calamar (Bolívar), se ve cómo se desprende un brazo artificial. Es el mismo que construyeron cuatro siglos atrás esclavos e indígenas bajo el dominio español. Esa obra es hoy la ‘frontera’ que divide Bolívar con el Atlántico. Y son, precisamente, los habitantes de este último departamento los que desde el pasado 30 de noviembre ven cómo el agua del Canal, la misma del río Magdalena, se llevó todo: sus animales, sus cultivos y sus casas. Las lluvias de este año, las más fuertes de la historia, sumadas al eterno problema de sedimentación, elevaron metro y medio el nivel del río Magdalena. La fuerza del agua abrió un boquete de 214 metros en la carretera que lo bordea y por donde ahora ingresan 1.400 metros cúbicos de agua por segundo. El nivel del río no cede y ya deja más de 102 mil damnificados y medio departamento inundado. Cinco municipios están bajo el agua: Manatí, Santa Lucía, Candelaria, Campo de la Cruz y Repelón. Cien mil de sus habitantes sobreviven en refugios que no dan abasto y mientras siga lloviendo y no se cierre el boquete, las esperanzas de volver no se ven a corto plazo. En Suan, la población aún lucha por impedir que el agua les quite lo suyo. Mujeres, niños y ancianos ya evacuaron. En el lugar sólo se quedaron los hombres para intentar reforzar las zonas más vulnerables a las aguas del Canal del Dique. Eje económico de la región El Canal del Dique fue construido para “dar un salvador impulso a la existencia económica” de Cartagena y proporcionar “un centro de transacción cómodo y barato a todas las poblaciones del Estado”, como lo resumió en su momento el presidente Rafael Núñez. Por sus aguas pasa el petróleo de Barrancabermeja con rumbo a la refinería de Cartagena. De hecho, gran parte de la carga con destino a la ciudad amurallada pasa por el Canal. “Por allí se moviliza el 85 por ciento de la carga que anualmente pasa por el río Magdalena”, en su mayoría carbón y derivados del petróleo, explica Juan Gonzalo Botero, director de la Corporación Autónoma Regional del río grande de la Magdalena, Cormagdalena. Pero su importancia no es sólo comercial. El Canal es clave para la región y el país por su riqueza ambiental, que se deteriora con rapidez y hace más vulnerable a la población que vive en sus alrededores. El dique atraviesa un complejo de humedales, que se considera la segunda oferta de humedal más importante del país, después de la Ciénaga Grande de Santa Marta. Es el hábitat de 41 especies de mamíferos, 81 de aves, 32 de reptiles, 137 de anfibios y cinco de especies de flora, que están en riesgo: desde 1959, todo el humedal del Canal ha perdido más de 11 mil hectáreas de espejos de agua. Sedimentación, su gran conflicto Si bien este afluente ha sido clave para el desarrollo económico del país, es desde hace años objeto de discusión por la sedimentación del río Magdalena y los efectos que esta tiene no sólo para el Canal sino para la bahía de Cartagena (donde desemboca), incluso, para las Islas del Rosario. “Es un debate sumamente importante. (...) La sedimentación llega al mar y se ha hablado mucho de la preocupación que hay porque ésta ha venido dañando los corales de las Islas del Rosario”, explica Juan Mayr, ex ministro de Ambiente y experto en el tema. Sin duda, la más perjudicada es la Bahía de Cartagena. Se estima que el Dique transporta cerca de 10 millones de metros cúbicos de sedimento al año; de ellos, 35 millones llegan a esta ensenada. El presidente Juan Manuel Santos ha reiterado que la tragedia que viven los atlanticenses se hubiera podido evitar o mitigar. Y aunque la Procuraduría General de la Nación ya inició investigaciones para determinar quiénes serían los responsables, en la práctica, los colombianos también tienen gran parte de la culpa. Según Mayr, la sedimentación se debe al “mal manejo (ambiental) que se ha hecho de todas las cuencas en el país y a la deforestación de las partes altas. Cuando se talan las montañas, los aguaceros arrastran la tierra y ésta se convierte en sedimentación y termina metida en las cuencas que pierden profundidad y no conducen la misma cantidad de agua”. Esa, hasta ahora, es una de las razones que explican el por qué de la emergencia que se vive en el sur del Atlántico. Si bien el director de Cormagdalena recalca que el caudal del río Magdalena llegó a niveles nunca antes vistos, la sedimentación agrava la situación y no es un tema nuevo. “El problema es integral: la cuenca está deforestada en más del 80 por ciento, los sistemas de alcantarillado de los 129 municipios ribereños caen sin tratamiento al río Magdalena, también desembocan los ríos Bogotá, Cauca y Saldaña, y los caños y las ciénagas también están sedimentados. Eso genera que no haya descanso en el río”, agrega Botero. Los expertos de la firma estadounidense que está en Colombia con el ánimo de asesorar al país para manejar la emergencia han sido claros: algunas zonas del sur del Atlántico no podrán volver a ser habitadas. Nadie se atreve a dar respuestas sobre cuándo podría ser superada la emergencia. Decir una fecha sería un “atrevimiento”, afirman los expertos. El agua sigue entrando con fuerza, el nivel del río Magdalena no baja y la solución esta vez necesita de una gran inversión económica, política y social, aquella que según Mayr, no se hizo en su momento y cuya cuenta de cobro estamos viviendo.