“A veces pienso en regresar con la guerrilla porque esta vida aquí es difícil”, le dice una joven reinsertada a Nicholas Casey, jefe de la oficina de The New York Times de los Andes.En su más reciente portada, el diario estadounidense reseña las historias de varios niños colombianos que crecieron en las filas de las FARC y hoy intentan sobreponerse a la dureza de su paso por la guerra.Mélida es una de ellas. Tenía nueve años cuando empezó a ser parte de esa guerrilla. Como relatan muchos niños arrebatados de las entrañas de los grupos al margen de la ley, su militancia, en este caso en las FARC, fue por circunstancias fortuitas. Sólo quería un plato de sopa, pero cuando menos pensó ya sabía cómo resguardarse de los bombardeos del Ejército. No había marcha atrás. Incluso, según describe el diario estadounidense, una mujer holandesa, empezó a "darle clases" sobre la historia del comunismo, las FARC y la teoría de la evolución de Darwin. No se sabe si esa extranjera era Tanja u otra de la que no se tiene noticias.Fredy, otro niño, escogió la misma suerte. Se unió a las FARC cuando tenía 14 años "para vengar la muerte de un primo asesinado por los paramilitares". En el artículo, el periodista llama la atención sobre el compromiso que adquirieron los miembros del Secretariado de las FARC desde La Habana, pero que está lejos de dar resultados: frenar el reclutamiento de menores. “Los rebeldes dicen que no reclutan a los niños. Sin embargo, durante una reciente visita a un campamento de las FARC por The New York Times, una media docena de soldados de aproximadamente 15 años dijeron que habían sido reclutados por los rebeldes sólo meses anteriores”, precisa el diario. En su visita a la selva colombiana, uno de los hombres entrevistados e identificado como Teófilo Panclasta, justificó el reclutamiento de niños argumentando que muchos de ellos llegaban allí huyendo de problemas en sus hogares. “Si una niña de 15 años que antes era prostituta quiere unirse para dejar de serlo, ¿qué le vamos a decir?”, preguntó.La historia ahonda en la vida de Mélida, quien hace varios meses dejó de ser una "niña soldado". Atrás quedó la relación que sostuvo con el comandante de su frente y los vejámenes de los que fue víctima por casi siete años. Le dieron un nuevo nombre y le enseñaron a hacer minas terrestres. “Les dije: ‘Quiero irme a mi casa’”, recuerda. “Pero me respondieron: ‘Cuando entras a un campamento, no puedes irte’”.Mélida contó que fue testigo del destino de los combatientes que escapaban. Una vez, un chico de 20 años y su hermana de 14 desaparecieron antes del amanecer y no tardaron en ser atrapados al borde de un río lodoso porque no habían aprendido a nadar.Levantarse no ha sido fácil. Lo que sabe de la vida, lo aprendió en la guerra. "Ahora está atrapada entre dos mundos sin pertenecer a ninguno. Es cierto, éramos niños que solo esperaban el momento de su muerte. Pero me la paso pensando en regresar”, dijo. Hoy Mélida hace parte de un centro de rehabilitación y reintegración. Estando allí, sostuvo una relación con hombre al que las FARC le habían matado a un hermano. Finalmente, el diario resalta que es fundamental ofrecer oportunidades a estos "exsoldados" para conseguir cualquier éxito con el proceso de paz. “Si los programas de reintegración pobres o mal hechos no pueden ofrecer oportunidades a los niños excombatientes, los paramilitares poderosos y los grupos de traficantes Colombia pueden ofrecerles una alternativa tentadora”, dijo Adam Isacson, un analista de la Oficina de Washington para América Latina.En suma, se trata de un conmovedor relato sobre los niños en la guerra, un fenómeno que en tres años de negociaciones no ha sido posible acabar. Las FARC han dicho que no volverán a reclutar menores, pero los reportes son otros.