Los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela armaron un tsunami político y judicial. Divulgaron una carta en la que aclaraban que otra misiva, revelada hace más de 20 años, escrita también por ellos, en la que señalaban al expresidente Ernesto Samper y al exministro Horacio Serpa de recibir plata del cartel de Cali, fue fruto de un chantaje. Detrás de la carta había un mensajero: el reputado médico Santiago Rojas, quien es citado 14 veces en el texto enviado por los Rodríguez Orejuela desde sus centros de reclusión en Estados Unidos.
Chantajear. Es el verbo con el que los hermanos Rodríguez Orejuela se refieren a la presión del expresidente Pastrana para que señalaran a Samper y a Serpa con la amenaza de que, de no hacerlo, serían extraditados. Rojas es considerado una eminencia, más que un médico, un referente espiritual que logra que florezca el amor ante la inminencia de la muerte, un humanista. Este galeno está en medio de la disputa entre dos expresidentes, y surge la pregunta: ¿se prestó para un chantaje?
Buena parte de este renovado escándalo del Proceso 8.000 tiene que ver con que no se hizo justicia, no se supo la verdad y parecería que esta vez pasará lo mismo. Además de las versiones cruzadas entre quienes fueran los jefes del cartel de Cali y Pastrana, solo Rojas sabe qué pasó, pero no está dispuesto a hablar del tema.
SEMANA se comunicó con el médico y su respuesta fue clara: “No tengo nada que decir. Prefiero que el país pase esa página, no tengo interés de aclarar, justificar o matizar nada. Cada uno sacó sus conclusiones y eso es lo que ocurre ante estos casos”.
El asunto no es de poca monta, por lo que, ante la insistencia por una respuesta, advirtió que “su trabajo es averiguar, el mío acompañar y mitigar el dolor, daño o sufrimiento. En este caso, lo he ayudado a crear, y cada explicación lo hará más. Si hablara todo, sería más caos, y explicar cada cosa abriría heridas que no quiero para nadie”.
Sus respuestas no ofrecen claridad. Sin embargo, sus pacientes y quienes han trabajado con él no se atreven a relacionarlo con un chantaje. La sorpresa es el común denominador: lo califican como una persona correcta, el mejor jefe que han tenido y quien ayuda a amar la vida a un paso de la muerte. “Lo veo como un apóstol”, dijo un exministro.
Su cercanía con Pastrana se dio porque ayudó a una prima en el doloroso proceso de cuidados paliativos; lo mismo hizo con su papá, Misael Pastrana. Pero el asunto determinante en esa relación ocurrió en junio de 1994 cuando Samper ganó las elecciones. Se encargó de atenderlo, de ayudarlo a superar lo que para el candidato era un duelo. Además, fue el representante del Gobierno en las cárceles en las mesas de trabajo para la paz por cerca de tres años.
Rojas ya había vivido una polémica en 1999. El entonces comandante del ELN, alias Gabino, lo acusó de realizar labores de inteligencia con un aparato detector de señales durante una fallida reunión en Venezuela entre el alto comisionado Víctor G. Ricardo y el comandante del ELN Antonio García. “Rojas no estaba invitado ni reconocido oficialmente”, dijo Gabino. El asunto fue resuelto, y el médico se convirtió en un anónimo promotor de la paz.
Ha escrito libros, tiene un programa de radio, su reputación es innegable, es un referente. Expresidentes, entre ellos Alfonso López Pumarejo, ministros, empresarios y reconocidos actores han desfilado por su consultorio. Hablan de gratitud y admiración. Rojas, cercano al poder, es más que prudente al referirse a su visita a la cárcel La Picota, un silencio que deja bajo llave una verdad que hoy quiere conocer el país, y una duda que pocos se atreven a plantear. ¿Fue protagonista de un chantaje?