El asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moïse, en el que hubo presunta participación de militares en retiro colombianos, puso sobre la mesa el debate sobre el futuro de los hombres que integran las Fuerzas Militares y su estabilidad laboral cuando dejan la institución. Los exmilitares que se han ido a trabajar fuera de Colombia para reforzar la seguridad de otros países se sienten estigmatizados, tratados como sicarios a sueldo, y aclaran que mercenarios es el nombre de aquellas personas con experiencia militar que luchan una guerra ajena, motivados por intereses económicos y personales. “Sí, somos mercenarios, porque el ser militar es una profesión como cualquier otra y nos ofrecen oportunidades laborales en el exterior bien remuneradas”, aclara Jesús García.
Señala que tras su retiro muchos de los militares participantes en operaciones especiales en Colombia terminan, en su mayoría, en Emiratos Árabes u otros países recibiendo altos salarios. “Yo lo llamo el sueño americano de muchos exmilitares”. En 2010 empezó el auge de las ofertas laborales en el exterior. García estaba en el comando de las Fuerzas Militares cuando escuchó el rumor en los pasillos de que un coronel en retiro estaba llevando a los mejores a Dubái y Abu Dabi. “Pensé: de eso tan bueno no dan tanto, yo creía que eso era solo para sacar plata”. En 2009, Emiratos Árabes empezó a conformar el primer batallón con exmilitares extranjeros.
Inicialmente, convocaron a panameños, chilenos, ecuatorianos, sudafricanos y un pequeño grupo de colombianos, pero, cuando vieron la calidad de estos últimos, decidieron conformar otros dos batallones con solo connacionales; esa era la razón por la que al año siguiente urgía conseguir personal (unos 1.500 hombres) dispuesto a viajar. “Llegué a una casa en la 53 con décima, en Bogotá; en el segundo piso estaban las oficinas del coronel. Había carpetas, los escritorios no daban abasto, así que muchas estaban apiladas en el piso. Eran de tres colores: rojas, azules y negras”, dice García.
Explica que las primeras correspondían a soldados; las segundas, a suboficiales, y las terceras, a oficiales, todos en retiro. El rojo era el color predominante. En las bases de datos de las Fuerzas Militares, se reporta que solo en el Ejército, entre 2010 y 2020, más de 106.000 uniformados se retiraron; en promedio, 10.621 por año. Fuentes consultadas por SEMANA aseguran que en los primeros años se inició una labor de inteligencia y contrainteligencia para identificar si había algo irregular en el reclutamiento debido a que se estaban llevando a los comandos más capacitados de las instituciones, pero nunca reportaron algo anormal.
“No nos pidieron renunciar a la Fuerza, y todos los que salimos del país lo hicimos con documentación al día”, dice Juan Pérez, quien se presentó cuando estaba cerca de recibir su asignación de retiro tras cumplir 20 años de servicio en la Armada Nacional. Muchos aplican, pero pocos tienen la oportunidad de viajar. Son meses en un proceso en el que pasan por filtros de pruebas físicas –natación, resistencia–, psicológicas y también tácticas. “No basta con tener buen estado físico y mental, sino también buena puntería, hay que pasar unas pruebas de polígono”, enfatizan los entrevistados. Luego de las pruebas, en cualquier momento reciben la llamada esperada: “Pasó el proceso de selección. Aliste camisetas negras y blancas, pantalonetas y medias negras, artículos de aseo personal y despídase de su familia”, afirma García. Al recibir la noticia, sintió alegría, pues podría ganar miles de dólares, pero, a la vez, tristeza de tener que despedirse de su esposa e hijos.
En febrero de 2011 viajó. Un día antes le entregaron los tiquetes, y 60 exmilitares más se convirtieron en su familia desde el momento en el que fueron despachados en el aeropuerto El Dorado de Bogotá. Todos iban con una carpeta en la mano, eran fáciles de identificar. “Los de Migración me dijeron cuando se enteraron en qué iba a trabajar: ‘Mucha suerte, Dios los bendiga’. Al igual que los muchachos que se fueron a Haití, no hacíamos más que tomarnos fotos por donde pasábamos y mandábamos a la casa”, recuerda García. Cuando llegó a Dubái, entendió por qué llaman a ese el sueño ‘americano’ de los exmilitares. Desde la infraestructura en adelante, es sorprendente, en los cajeros electrónicos existe la posibilidad de no retirar dinero, sino lingotes de oro. Todos los que contaron su experiencia coinciden en que los trataron como reyes, se sintieron valorados como soldados, no hay insultos, ni afanes. “Mandaron a construir para los colombianos una cancha de fútbol sintética de lujo, con luces como en un estadio, en el complejo militar”, narra Pérez.
Si no estaban combatiendo a los miembros de Estado Islámico o de los Hermanos Musulmanes en la frontera, estaban soportando fuertes entrenamientos. Vieron morir a un joven teniente que se retiró del Ejército con la ilusión de ganar más dinero. “El teniente Guzmán no soportó la presión en una prueba bajo el agua y se ahogó”, relata García.“Muchas veces yo decía: si muero acá, cómo hace mi familia para repatriar el cuerpo. Antes de viajar pasé todas mis pertenencias a la que era mi esposa para evitar mayor traumatismo de papeleos si llegaba a morir en combate en otro país”. SEMANA conoció los videos que él grabó en los lugares donde batallaban y entrenaban cientos de colombianos. Se ven en medio del desierto con sofisticadas armas. “Las que más utilizan son italianas. Yo tenía un fusil Pietro Beretta, y los equipos de comunicación son con tecnología de última punta. Uno queda boquiabierto”, describe García.
El dinero que ganan los mercenarios colombianos pasa por una empresa intermediaria que facilita los trámites bancarios en Colombia. En la última década, gran parte de las divisas de la economía nacional proceden de Emiratos Árabes, donde hay cerca de 2.000 mercenarios. Sus ingresos son altos: actualmente, un uniformado puede devengar 12 millones de pesos mensuales. Fuera de eso, ganan bonificaciones de servicio, cada año les pagan 45 días de vacaciones, con tiquete de ida y regreso a Colombia. “En dos años conseguí lo que no tuve en 20 de servicio a mi país. Llegué con 100 millones de pesos”, asegura García. Ya no solo ofrecen servicios en Dubái, sino también en Somalia, Afganistán, Irán, Catar, México y muchos más. Julián Rodríguez es un soldado retirado que viajó en 2018 a Somalia y asegura que, a pesar de ser un país con pocos recursos, paga a cada mercenario alrededor de 2.500 dólares mensuales, aunque no hay lujos como en Emiratos Árabes.
Es ahí donde está el negocio para las empresas que ofrecen personal de seguridad en varios países, ya sea en ejércitos, petroleras u otras instalaciones, incluso en protección a políticos y empresarios. La compañía reclutadora recibe sumas altas de bonificación. Es tan rentable el negocio que la empresa del coronel rápidamente empezó a tener competencia. Según fuentes consultadas, generales en retiro han intentado quedarse con el contrato de Emiratos Árabes. Actualmente, hay otras tres firmas fuertes en reclutamiento de exmilitares. Lo curioso está en que no es claro quién las regula. SEMANA se abstiene de dar los nombres, pues algunas de ellas son investigadas por la posible participación en la incorporación de quienes viajaron a Haití. Sin embargo, en la Superintendencia de Vigilancia aseguraron que no es de su resorte, pues no son empresas de seguridad, sino que funcionan como bolsas de empleo especializadas en personal militar.
Por su parte, el Ministerio del Trabajo indicó que, de las cuatro compañías consultadas, solo una está registrada en la base de caracterización de empresas con permiso para actuar de manera transnacional. Y esa, precisamente, es a la que, según información recopilada, le dieron el contrato para suministrar alrededor de 800 exmilitares más a fin de conformar un cuarto batallón en Emiratos Árabes. También incorporarán mujeres para servicios de seguridad de las esposas de los jeques. El contrato debía cumplirse en 2020, pero por la pandemia se retrasó, y, ahora, por las investigaciones. Los encargados de reclutar han evitado contestar teléfonos.
Los entrevistados coinciden en que, si los antiguos miembros de las Fuerzas Militares se sintieran valorados por el Estado, no se irían a pelear una guerra ajena solo por buscar mejores condiciones salariales. García, por ejemplo, no quiso regresar a Medio Oriente, porque, mientras ganaba dinero, su familia se desintegró. Nota: los nombres fueron cambiados por seguridad.