El domingo 10 de agosto de 1986, el día que mataron a su padre en el municipio huilense de Campoalegre, Tania Díaz estaba jugando en su casa. Tenía solo ocho años y la firme convicción de que el hombre que le había dado la vida era la mejor persona del mundo. “Mi padre era muy reconocido en Campoalegre por ayudar a todo el mundo, a la población, a los que necesitaban lotes para vivienda. Siempre estaba ayudando para que la gente viviera mejor”, relató recientemente Tania a la oficina de prensa de la Unidad de Investigación y Acusación de la JEP.
Al momento de ser asesinado, Tiberio Díaz era concejal de Campoalegre por la Unión Patriótica, el movimiento político que surgió a mediados de los años 80 de las conversaciones de paz entre el gobierno del expresidente Belisario Betancur (1982-1986) y las extintas Farc. Como a las 11 de la mañana de ese infausto domingo, Tiberio Díaz salió del expendio de carnes que, junto con varios de sus hijos, atendía en Campoalegre. El objetivo era comprar una o más boletas para la rifa de electrodomésticos.
“Mi papá salió (de la carnicería) y el sicario estaba muy cerca de él. Le disparó un solo tiro en la cabeza. Llamaron a la Policía, que estaba como a dos o tres cuadras, pero llegó como a la una de la tarde. Mis hermanos lo recogieron. En una ambulancia lo llevaron al hospital, pero en el camino (a la clínica) murió”, recordó Tania, hoy de 44 años y madre de dos hijas.
La noticia de la muerte de Tiberio Díaz la llevó a su casa su esposa. En medio del desespero, la mujer dio la orden de que a Tania la llevaran al último rincón de la casa para que no fuera testigo de tanto dolor. Al poco tiempo empezaron a llegar los vecinos, que de inmediato se dieron a la tarea de organizar las sillas y en general la vivienda para el velorio. “Yo lo vi en el ataúd. Fue la última vez que lo vi”, agregó Tania, quien advirtió que desde ese día la historia de su familia se partió en dos.
Por ejemplo, mientras la madre de Tania se entregó de lleno a averiguar por qué habían matado a su marido, desconocidos empezaron a amenazarla y a perseguirla. Con el tiempo, ya adolescente, Tania entendió lo que le sucedió a su padre ese 10 de agosto de 1986. De esas explicaciones se encargó su madre.
Es más, en cierta ocasión las dos se pusieron a desempolvar los papeles y los libros que Tiberio Díaz guardaba como un tesoro en su vivienda. Todos estaban relacionados con sus ideas políticas y con la Unión Patriótica. “Permítanme contar una anécdota de la historia del compañero Tiberio”, interrumpió el abogado Libardo Chilatra, el día de la entrevista con Tania y otros activistas de la Unión Patriótica, en la sede de la JEP en Neiva.
Durante el sepelio de Tiberio Díaz en Campoalegre, evocó Chilatra, “yo estaba allí y cuando íbamos camino al cementerio escuché que una monjita le decía a otra: ‘Hermana, y ahora que mataron a don Tiberio, ¿quién nos va a regalar la carne para los viejitos del ancianato?”. Nunca quedó claro quién mató a Tiberio Díaz, recalcó Tania. Todo parece indicar que fueron paramilitares con la eventual complicidad de agentes del Estado, añadió.
Libardo Chilatra
Desde sus épocas de adolescente, Libardo Chilatra siempre tuvo claro que su vida iba a estar ligada al activismo y, por ende, a la defensa de los Derechos Humanos.
En su natal Algeciras, Chilatra se inició en la política como líder estudiantil. Para finales de los años 70 ya era un reconocido dirigente de izquierda en el Huila. Ese liderazgo, desde luego, empezó a traerle problemas. Tanto que, en 1977, durante el paro nacional, fue puesto preso por primera vez. Tenía apenas 19 años. Tiempo después vino su segundo carcelazo. En esa oportunidad, al decir de Chilatra, fue torturado en Neiva supuestamente por agentes del Estado. En 1982 volvió a prisión. En esa ocasión, por su juventud, no fue juzgado, pese a que sus compañeros de causa terminaron siendo procesados en un consejo verbal de guerra.
En 1988, sin éxito, intentó ser alcalde popular de Algeciras por la Unión Patriótica. Previamente, durante una década, fue concejal de su municipio por el mismo movimiento político. Después vinieron varios atentados de los que sobrevivió el hoy abogado de 64 años.
En 1992, en Bogotá, nació la Corporación Renacer, que litiga ante la justicia nacional y el sistema interamericano varios casos de víctimas del llamado exterminio de la Unión Patriótica. De eso hace ya 30 años y desde entonces, con la Corporación Renacer, Chilatra no para de trabajar por las víctimas de la Unión Patriótica en el Huila.
“Libardo: mérmele porque lo van a matar”, le decían a Chilatra sus amigos cuando, tal vez por su juventud arrolladora, lo veían exigiendo a cuatro vientos los derechos de sus defendidos. Pero, según sus palabras, nunca le ha puesto atención al ambiente hostil en el que le ha tocado trabajar y, tal vez por eso, jamás ha desfallecido en su accionar político e ideológico. Chilatra, padre de dos abogados y un médico, tiene claro que “este país se merece un mejor futuro”. Para lograr ese objetivo, enfatizó, existen mil motivos.
Uno de ellos es que “esa justicia transicional que se está trabajo allí (en la JEP) es lo mejor. Como penalista que soy, la cárcel no tiene por qué ser la única razón. Es más importante la reconciliación entre los colombianos. Creo que la resiliencia hace un muy buen trabajo entre nosotros. Aspiro a que en muy corto plazo la JEP arroje resultados”.
A principios de 2019, la JEP abrió el macrocaso número 06, o el de “Victimización de miembros de la Unión Patriótica”. Entre 1984 y 2016, según cifras de la JEP, al menos 5.733 personas fueron asesinadas o desaparecidas en ataques dirigidos contra la UP “en hechos en los que están vinculados principalmente paramilitares y agentes estatales, quienes actuaron de manera masiva, generalizada, sistemática y selectiva contra esta colectividad”.
Tarcisio Medina
Tarcisio Medina Charry fue visto por última vez con vida el 19 de febrero de 1988. Eran aproximadamente las 9:45 de la noche. Acababa de salir de la Universidad Surcolombiana de Neiva. Tenía solo 21 años. Su hermana Paola lo recuerda como un rebelde con causa. Desde los 14 años se metió en la política, siempre con movimientos de izquierda. En su casa poco hablaba de política, o al menos con su padre, su hermano y sus dos hermanas. En realidad, Tarcisio solo tenía una confidente: su mamá.
Por Ventura Manchola, el padre de un amigo de Tarcisio, la familia Medina Charry se enteró de lo que al parecer le pasó al muchacho esa noche de febrero de 1988. Así lo narró Paola Medina: “Que a mi hermano lo ingresaron esa noche a los calabozos del (extinto) F2. Él iba junto con (siete) compañeros más que estudiaban en la Surcolombiana y que fueron detenidos porque no tenían documentación en regla. Que, en la fila, cuando mi hermano ingresó, fue apartado y lo metieron por otra puerta. A los siete restantes los liberaron esa noche, pero a mi hermano no. Que esa persona le contó (a don Ventura Manchola) que fue el encargado de torturarlo (a Tarcisio) viernes, sábado y domingo. El lunes era festivo”.
“Ese lunes (al parecer los agentes del Estado) se dieron cuenta de que la persona que habían torturado no era la que estaban buscando. Pero para ese momento mi hermano ya estaba demasiado mal físicamente. No tenía coherencia. Entonces ese hombre le contó a don Ventura que él disparó a mi hermano tres veces en la cabeza. Le dijo que a ese muchacho no lo iban a encontrar nunca. La advertencia se la hizo a don Ventura (el aparente asesino) porque su hijo andaba con mi hermano y estaba con ese tema de la UP”.
Cuando Tarcisio desapareció, Paola Medina aún era una niña. Cuando creció, se dedicó a la búsqueda de su hermano. Y no ha parado. “De mi madre aprendí el amor a este proceso (de búsqueda). Siento que es algo que le debo a ella. Mi mamá murió en época de pandemia. Hasta el último día luchó por encontrarlo. Me pidió a mí que continuara. Mientras tenga vida voy a seguir insistiendo”, concluyó.