El motor del paracaídas no funcionó. El pánico invadió su cuerpo como si se tratase de una sustancia fluida capaz de llegar a su máximo nivel de estrés, por su cabeza pensó que sería el final, que su vida acabaría, que su cuerpo se haría trizas ante el choque seco contra el suelo. Mientras caía esperó a que todo se volviera oscuro. Cinco vértebras, 14 vasos sanguíneos, la mano y casi la totalidad de la dentadura se rompieron. Yesid Moreno quedó abandonado en la mitad de la nada. Llegó moribundo al hospital, los médicos aseguraron que Yesid pudo morir esa noche, pero contra todo pronóstico logró mantenerse su vida prendida. Aun así el diagnóstico fue cuadriplejia, y aunque después pudo caminar el dolor en su cuerpo se quedó en él. En la junta médica buscaron opciones para mejorar la calidad de vida. Las dolencias, un infierno en la tierra, se volvieron insoportables. La cirugía que buscaba salvarle la vida a pesar de la posible cuadriplejia solo se enfocó en las vértebras aplastadas. Descuidaron las fracturas de la cara y con el tiempo empezaron a hacerse evidentes. No hubo manejo ortopédico para estabilizar los huesos "y comenzaron los dolores absurdos". Ante la pregunta médica ¿de uno a diez cuánto duele? Yesid respondía que veinte, que cincuenta. Era tan fuerte que gritaba en las clínicas para que le aplicaran una inyección intravenosa para desvanecer un poco la pesadilla que su rostro vivía. Solo dos horas le duraba la calma. Semanas después le hicieron la cirugía para estabilizar los huesos de la cara, lo estabilizaron, pero su cuerpo destrozado pedía una atención mayor. Terminó en la clínica del dolor. Ningún procedimiento funcionaba. Incluso le hicieron un bloqueo de los nervios sensitivos para que no sintiera dolor, pero tampoco dio resultado. - Hay una alternativa que seguro le va a quitar el dolor. Pero tiene que tener mucho cuidado con esta medicación. Mientras se consolidan todas las fracturas esto lo va a tranquilizar, y tenemos que suspenderlo máximo a los seis meses o un año. - ¿Y de qué medicamentos estamos hablando? - Oxicodona. Empezó a tomarla. Y la vida de Yesid cambió totalmente. "Me volví Superman, me volví un superhombre con esas pastillas. Chao dolores", dijo. El estrés postraumatico se desvaneció. No sabe si todavía tenía dolores o si ahí comenzó la carrera contra la adicción. Pero Yesid no podía despegarse de la Oxicodona. No quería dejarla de tomar. El frasco que le recetaban tenía que pasar por un registro con tres copias: una para la Policía Antinarcóticos, que tiene el control sobre esos medicamentos; otra para la EPS; y otra para un control interno que tienen las entidades del Estado. Su vida era feliz ahora, no tenía dolor ni pánico. No tenía depresión. Pero el año ya había pasado, y ya no era una pastilla al día, sino tres. No le prestó atención porque se negaba a que los dolores se fueran. - Los dolores son insoportables, doctora. Necesito que me ayude porque con ese medicamento ya no me parece suficiente. Al segundo año ya eran entre seis y ocho pastillas. Pero Yesid no veía ningún problema en eso porque "la vida se me puso bonita". Conoció a su actual expareja, quien trabajaba con empresas farmacéuticas, y como allá manejaban muestras médicas ella le ayudaba a conseguir la Oxicodona. Liliana, la hermana de Yesid, recuerda que desde siempre su hermano ha sido una persona complicada. Parto del hecho de que mi hermano toda la vida ha sido una persona complicada, aun así siempre ha contado con nosotros. Él tuvo unos cambios que a mí me dolían. Que mi hermano no llegó, ¿dónde está? Que mi hermano tiene problemas en la calle, ¿con quién estará?, que mi mamá está llorando, ¿por qué lloras mamá? Recuerdo una vez que estaba acostada con angustia y la puerta se quería caer de tanto golpe que le daba y yo abro y era él. Y me dice "Liliana, me van a matar", fue el temor más grande del mundo, ¿de qué es lo que está huyendo? Pero definitivamente las cosas no estaban bien. Mi hermano es claro en decir que la que más estuvo cerca de él fue mi hija, pero es mi hija, es decir siempre estaba en contacto conmigo. Que no durmiera o que una persona adulta llore como un bebé, o que se sienta solo estando con nosotros. Eso impacta, eso desmotiva.
Yesid pasó las peores noches de su vida cuando cortó de repente con la oxicodona. Foto Santiago Ramírez Baquero Pero poco a poco la vida segura empezó a diluirse. No dormía en las noches por consumir pastillas. Y si no lo hacía su cuerpo temblaba, se empapaba en sudor y sentía que en algún momento convulsionaría. Tomaba medicamentos para conciliar el sueño, y a media noche se levantaba a consumir una pastilla. A las dos horas se levantaba y tomaba otra. "Vivía en función del consumo". Hizo cien intentos en los que se dijo a sí mismo que esa sería la última pastilla y que no lo volvería hacer. Cien veces falló. - Doctora, no puedo seguir con esto. Mi empresa se me está yendo al abismo. No tengo control sobre la medicación.- le dijo Yesid. La Oxicodona es un fármaco opioide con efectos analgésicos, relajantes y euforizantes que se usan para tratar el dolor intenso. En todos los artículos que hablan de este medicamento se advierte que es potencialmente adictivo. Tiene nombres comerciales distintos, algunos de los más habituales son Oxycontin, Oxynorm, Targin y Percodan. Cuando el problema empeoró, Yesid emprendió una maratónica búsqueda de soluciones. Tan diversas como decepcionantes. Primero fue la hipnosis: lo obligaron a imaginarse que podía girar su columna vertebral y que podía desprenderse de su cuerpo. Apenas salió se metió una pastilla de Oxicodona para chuparla hasta alcanzar poco a poco el efecto más alto. La siguiente parada fue con un especialista de la Universidad Nacional que estudió en China medicina no convencional. Le hizo tomar yagé, y solo le quitó el dolor por un día. 24 horas después las convulsiones, la sensación de sentirse observado, y el sudor en exceso volvieron. "Volvió la fogata dentro de mi estómago", dijo Yesid. Luego fue una imposición de manos con actividades extrañas que no puede describir, visitas a psiquiatras experimentando con drogas recetadas. "Cuando le agregué esos medicamentos uno más uno ya no era dos, sino cinco o seis. Me estaba enloqueciendo". Luego se internó en la Clínica de la Paz, rodeado de personas que decían incoherencias y que él contestaba. "¿Me estoy volviendo loco?". Se escapó de allá con el frasco de Oxicodona en el bolsillo. Su sobrina Laura recuerda que a su tío Yesid gradualmente cambió su forma de ser. Y poco a poco se volvía violento cuando no consumía. El problema subió de temperatura hasta hacer ebullición. Pasaban dos horas después de haber tomado una pastilla y la mirada cambiaba, su forma de ser se volvía violenta. La música que tanto le gustaba escuchar de repente la detestaba. Quería silencio, odiaba que le hablaran, lloraba en su cuarto, apagaba la luz. Yesid sentía que su cuerpo caía lentamente, como cuando se accidentó haciendo paracaidismo, hacia un hoyo oscuro y sin fondo. Que caería hasta quedarse sin aire. Una vez, extasiado de ira, cogía su carro en busca de alguna pelea. Chocaba taxis a propósito y ponía la música a todo volumen para huir y desahogarse, para intentar poner su cabeza en algún lugar fuera del terreno doloroso, para imaginar que el infierno no había llegado. Pero la realidad era que Yesid se estaba quemando desde hacía mucho. Drástico, así como con muchas cosas en su vida, Yesid un día tomó el tarro de Oxicodona y lo arrojó por el inodoro. Tomó las tijeras y cortó con el cable de su problema así este fuera el comienzo de la etapa más difícil: el síndrome de abstinencia. Al segundo día el estrés lo invadió de pies a cabeza. Se movió de un lado a otro por la casa. Tuvo fiebre, diarrea, depresión. Los sentidos lo engañaban y el mundo parecía que se le acabaría en cualquier momento. Su sobrina Laura temía hablarle, pero dejaba a un lado el temor para levantarlo, ofrecerle algo de tomar, decirle que tenía que comer, que tenía que dormir. Una vez tuvimos un inconveniente en Bogotá, estábamos por las Américas y un vehículo lo cerró. Mi tío entró en furia total, encerraba al carro en plena marcha y ya cuando se detuvieron empezó a pelear. Ese tipo de cosas causaban miedo porque él es grande. Cuando entraba en depresión yo veía a un señor enorme pero llorando, con ganas de vomitar, con diarrea. Yo le decía que habláramos pero sufría mucho. No había palabras que lo calmaran, yo le decía que estuviera tranquilo pero él se angustiaba, y a toda hora mencionando la Oxicodona: ‘si yo me tomo un poquito ya estoy bien‘, me decía. Él se alteraba cuando íbamos a los controles porque había mucha gente, y ese ambiente rodeado de personas con problemas de dolor y psiquiátricos, entonces se enojaba. Cuando no le aprobaban antes la Oxicodona y no se la daban se desesperaba, gritaba. Yo mido como 1,58, mi tío es muchísimo más grande. Controlarlo a él era complejo, me daba miedo. Me daba miedo salir con él a la calle. Cada vez que salíamos yo oraba para que no hubiera un problema: ‘ojalá este señor no mire a mi tío, ojalá esta persona no reaccione mal si mi tío la trata mal, ojalá ese bebé se calle‘... era así.
La mano de Yesid no se recuperó del todo, al lado la radiografía que le tomaron después de su trágico accidente. Foto Santiago Ramírez Baquero Fueron 100 días de desintoxicación. Varios médicos le dijeron que pudo haber tomado un camino menos radical, bajando la dosis. Pero Yesid decidió sacarse el diablo a las malas, desesperado de vivir sin ser él realmente, aunque tuviera que pasar noches enteras con insomnio, o vomitando encerrado en el baño. Poco a poco, con el pasar de las semanas, los colores volvieron a ser vivos; los olores, intensos; los sonidos, claros; los sabores, deliciosos. Yesid creía que no volvería a vivir, pero terminó resucitando de la droga que en principio lo iba a salvar.