Más que alegría, Gabriel García Márquez confesó haber sentido un auténtico alivio, como el de quien deja de cargar un piano a la espalda, cuando comprobó que, en efecto, había ganado el Premio Nobel de Literatura.

Un “piano” que el escritor venía cargando, por lo menos desde hace cinco años atrás, o incluso desde que el mundo se maravilló con Cien años de soledad (1967), pero que soltó el 21 de octubre de 1982.

“Al menos ahora ya sé que no seré candidato nunca más. Y eso da mucha tranquilidad los meses de octubre de cada año”, confesó García Márquez al periodista Jesús Cebeiro (El País, España), uno de los tantos periodistas del mundo entero que tuvieron la fortuna de entrevistar al cuarto latinoamericano que obtenía el Nobel de Literatura, el número 79 en la historia del preciado galardón.

Alivio, en cambio, era el que sentía su madre, Luisa Santiaga Márquez Iguarán, en el barrio Manga de Cartagena, cada año, cuando conocía la noticia de que su hijo, una vez más, no era distinguido con el Premio Nobel.

Angustia, como la de Gabo, fue la que invadió su cuerpo ese 21 de octubre de 1982, cuando escuchó el nombre de su hijo como el nuevo nobel.

“Ella tenía encendida una vela para que no me dieran el Nobel, porque piensa que al que se lo dan se muere”, le confesó García Márquez al periodista español.

Así, entre el alivio y la angustia, deambularon madre e hijo aquel jueves de hace 40 años, por lo menos hasta tres horas y media después de que la Academia sueca hubiera hecho el anuncio.

“Es imposible que uno no pueda hablar con la mamá de uno”, confesó el nuevo Nobel.

El teléfono de la residencia de los García Márquez completaba meses dañado “como cientos más en la ciudad heroica”, según la nota de la corresponsal de El Espectador en Cartagena, Carlota de Olier.

Los García Barcha buscaron un número que diera con el milagro de la comunicación, y lo intentaron desde México con el de la casa de los Burgos Pupo, vecinos de enfrente de los padres del escritor.

“La primera conferencia se interrumpió cuando apenas doña Luisa -la primera en acudir a atender las llamadas del hijo ausente por asuntos de jerarquía familiar- empezaba a oírle la voz. Y en un segundo intento, la voz de Mercedes Barcha de García Márquez alcanzó a preguntar a su suegra:

“¿Cómo te llegó la noticia…?”.

“Figúrate tú, como te llegó a ti”. Y de nuevo la llamada se cortó.

García Márquez había escuchado a su madre en la entrevista radial que le hizo Juan Gossaín para 6AM, en la que dio su particular parte de satisfacción: “A ver si por fin me arreglan el teléfono, ahora que le dieron el Nobel a Gabriel”.

Por orden del Gobierno, un daño que llevaba meses sin solución se resolvió en minutos, circunstancia que permitió que el nobel y su madre hablaran por teléfono: “Le dije que pensaba conjurar la maldición del Nobel con una rosa amarilla”.

La maldición

García Márquez se había referido al Premio Nobel en un artículo que firmó para El País de España, años antes de obtenerlo. En el texto, donde afirmó que los grandes escritores de los últimos ochenta años se murieron sin el Nobel, hacía una reflexión sobre la Academia sueca, de la que decía “no tiene miedo de equivocarse -y se equivoca mucho, por supuesto-, concede el premio una sola vez por una obra de toda la vida, y parece considerar que quien es bueno en una ciencia no puede serlo también en el arte de las letras”.

Citó la incongruencia de que ni Leon Tolstoi, Henry James, Marcel Proust, Franz Kafka, Joseph Conrad, Joyce y Rainer Maria Rilke, por ejemplo, hubieran obtenido el galardón.

En un reportaje que Eligio García Márquez, hermano del nobel, hizo a Artur Lundkvist, miembro de la Academia, rechazó las constantes insinuaciones sobre los criterios para la concesión del premio: “Esto nada tiene que ver con la política”, dijo, refiriéndose al caso del argentino Jorge Luis Borges, de quien se dijo que nunca obtuvo el galardón por su posición política reaccionaria.

“Repito, la Academia solo tiene en cuenta los méritos literarios, sin pensar en consideraciones políticas ni tampoco si el escritor es conocido o desconocido. En esta ocasión (García Márquez) se premió a uno muy popular”, le aclaró Lundkvist a Eligio García Márquez, en el artículo publicado en la revista Cromos. “Dígale a su madre que esté tranquila, que el Nobel no mata a nadie. Por el contrario. Fíjese cómo a Vicente Aleixandre le sirvió el dinero del Nobel para curarse de una grave enfermedad. Y García Márquez tiene además sus rosas amarillas, que trajo a Estocolmo. ¿No es su amuleto contra la mala suerte? Yo estoy seguro de que será así”.