En medio de plena emergencia por la eventual erupción del volcán Nevado del Ruiz, un guardián se dedica a recorrer los senderos más peligrosos para ayudar a las personas. Su valentía y esfuerzo no tiene precio.
El nombre de este valiente personaje es Milton H, un guardaparques que le sobra la experiencia y que trabaja en el Parque Nacional Natural Los Nevados. Ante el incremento de la emergencia volcánica, recorre los senderos acompañado de su fiel mochila para evacuar a las personas presentes y enseñarles lo que deben tener en cuenta en caso de que ocurra la explosión.
Durante el transcurso de la noche, mientras la oscuridad se mezcla con la maleza y la tierra, Milton H estuvo en Las Termales La Cabaña, una finca ubicada en zona rural de Murillo, Tolima. No estuvo solo, sino que tuvo el acompañamiento de otros compañeros interesados en la belleza que ofrece en la naturaleza, pero también quienes se preocupan por el bienestar de otros.
Allí vive un ganadero que hace una década emprendió un trabajo de preservación ambiental. Sacó más de 300 cabezas de ganado de la parte de su finca que se encuentra en el parque y decidió dedicarla a la restauración de flora y fauna y aprovechar sus aguas termales.
En la zona, el nombre de Milton H no es de cualquier persona común y corriente, sino alguien que tiene en sus prioridades la seguridad de los habitantes. Para nadie sería de agrado que el volcán acabe con años de vida formando familias y negocios rurales; por lo que el guardaparques cumple un papel esencial al prestarle atención a ellos.
Huilense de nacimiento, pero caldense de corazón, Milton siempre ha sido consciente que el volcán del Ruíz puede generar alguna alerta. Eso precisamente sucedió el 30 de marzo, mientras se encontraba en el casco urbano de Murillo. Su jefa Liliana desde Manizales le dio la orden de emprender su trabajo valiente. Le solicitó activar el plan de contingencia e iniciar la evacuación de las personas que estuvieran en zonas de riesgo, porque las alarmas se descontrolaron y pasó de estar en amarillo a naranja.
“Por fortuna el aviso ocurrió de noche y no había turistas qué evacuar, que es lo primero que tenemos que hacer en estos casos”, cuenta Milton. Esa misma noche también se le dio la instrucción de viajar de Murillo a Manizales. Él empacó su maleta y fue al lugar.
El Servicio Geológico Colombiano (SGC) estableció que la zona del riesgo se extendería por un radio de 15 kilómetros con respecto al cráter Arenas, es decir, toda la parte norte del parque Los Nevados. Eso significaba que los guardaparques que se encontraban en las cabañas de Brisas, del Cisne y de la Cueva debían salir lo más pronto posible hacia Potosí. Como era de noche, muchos de ellos tuvieron que esperar hasta las 6 de la mañana del otro día para evacuar.
Para Milton, como para sus compañeros, el regreso no fue rápido. El guardaparques narra que una vez se estableció la alerta naranja, no era prudente movilizarse por la carretera de Murillo a Manizales, la cual bordea la frontera norte de Los Nevados. En cualquier momento, la erupción destruiría todo a su paso. El riesgo era quedar atrapados en medio del fango. “Entonces nos tocó dar la vuelta por la carretera Armero –pueblo que precisamente desapareció por el lahar que transportaron los ríos Lagunillas y Azufrado–, Mariquita, Letras y Manizales, un viaje que dura más de 5 horas”, describe el guardaparques.
El recorrido por la vía de Letras a Manizales llena de nostalgia a Milton, por los recuerdos que pasan por su mente mientras observa la ventana. En ese momento, el mundo se vuelve solo él y sus reminiscencias. Cuando tenía diez años, su mayor sueño era conocer el Nevado del Ruiz.
En cada celebración de las festividades de San Francisco de Asís, el futuro guardaparques participaba en los ralis regionales de lobatos. Siempre pasaba por el Alto de Letras y no podía controlar su emoción al presenciar la imponente vista del Nevado. “¿Cuándo lo conoceré?”, se preguntaba año tras año el niño con el sueño de llegar a lo más alto.
A medida que el tiempo avanzaba, Milton no perdió ese sueño y se mantuvo ligado a la naturaleza. Se podría decir que formó amor con esto y nunca ha querido separarse. Se graduó como técnico forestal, trabajó en una zona forestal en Pensilvania. Uno de los años que más recuerda es 1995, cuando recibió la noticia que iba a trabajar en Parques Nacionales, concretamente en Los Nevados. Más que nunca, su sueño se iba a hacer realidad y no quedaría en la imaginación.
Conmemorando la primera década de la tragedia de Armero, acompañó al periodista Roberto Tovar al cráter Arenas. Si bien la ocasión no era la más gratificante, cumplió su ilusión y ató más su vínculo con las montañas. Sin falta, Milton ha recorrido más de 61 mil hectáreas desde hace casi tres décadas.
No hay nadie más que sepa como él todo de los ecosistemas y las especies que habitan. Con su fiel equipo de guardaparques, vigilan el parque y evitan que la curiosidad de los turistas los lleve a terrenos peligrosos y prohibidos. Además, se encargan de hacer campañas de sensibilización.
Su labor se centra en estar al tanto de los viveros, promover la restauración y acuerdos de conservación y ser protector de los derechos de los ecosistemas. Su oficio, como el de sus compañeros, se ha hecho notar en la comunidad, quienes destacan aquel esfuerzo. El trabajo ha sido conocido por el voz a voz y, en cuestión de tiempo, llegó a los oídos de la SGC y del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Manizales.
“Así no estemos en ningún tipo de alerta, en las cabañas tenemos comunicación con Manizales y somos apoyo para ellos. Ellos nos llaman y nos preguntan sobre los comportamientos del volcán que no pueden ver. Y nosotros les reportamos si hemos sentido un sismo, o si ha caído cenizas en las cabañas que ocupamos, si huele azufre o si hay algún tipo de olor extraño, si hemos escuchado ruidos extraños. Todos esos reportes les sirven a los del Servicio Geológico para analizar el estado y elaborar sus boletines”, relata el guardaparques, quien ha sido un ejemplo a seguir en la sociedad.
Además de ser responsables de poner puestos de control definidos en las vías, el equipo y Milton participan en reuniones diarias para evaluar la situación de los habitantes. Han acudido de casa en casa preguntándole a los campesinos si tenían la intención de evacuar, explicándoles de antemano los riesgos de la amenaza.
Han pasado los días y muchas familias que están en inminente riesgo han decidido no abandonar sus hogares. Unos no están dispuestos abandonar sus pertenecías, “cómo voy a abandonar mis animalitos, quién me los va a cuidar”, dicen. Otros son conscientes del peligro, pero no tienen a dónde ir o están esperando a que familiares o amigos los acojan. Don Milton entiende las razones que le dan, aunque asegura que “los animalitos y la casa se pueden recuperar, mientras que la vida propia o de los familiares no”.
“Nuestra función principal es proteger el ambiente de la gente, pero como algunas personas eligieron quedarse, ahora toco proteger a la gente del ambiente de un volcán con historia”, narra el guardaparques, quien no duda en caminar los terrenos más peligrosos de la región, siempre bajo la voluntad de ayudar a las personas a evacuar la zona. Su propósito es que nadie esté en riesgo por una eventual erupción.
Para él, mantener informada a la ciudadanía es importante, es de cierto modo su aporte de grano de arena en la emergencia. Su principal preocupación es repetir lo ocurrido en Armero, una tragedia que apagó la luz de 25 mil personas y de un pueblo en su totalidad. Los mapas dejaron de mostrar la zona; lo inhóspito quedó en las pocas paredes que se mantuvieron en pie.
Desde que eso ocurrió, Milton lleva preparándose para que no vuelva a ocasionar una tragedia de esa magnitud. Por lo que, si es necesario recorrer hasta el último rincón cerca al volcán para que nadie esté en peligro, él lo hará sin problema. No espera nada a cambio; su mayor satisfacción es el bienestar de la comunidad y la tranquilidad de evitar lamentar por muertos.
Desafortunadamente, desde el martes de Pascua, don Milton no pudo volver a caminar por el parque. El día anterior estaba en el puesto de control y comenzó a sentir un intenso dolor en la pierna y tenía hinchada la rodilla. Una vez llegó a Manizales, acudió al hospital. Los médicos le hicieron exámenes, entre estos un doppler, y determinaron que había sufrido una trombosis. Aquella noticia fue un golpe bajo para él, pues ocurría en el momento cuando la gente y el ecosistema más lo necesitaban.
Sin embargo, él no pierde la esperanza y cuenta los días para volver a recorrer los senderos. Tiene fe en que sus piernas no han perdido la fuerza que las caracteriza, por lo que en poco tiempo volverá al Nevado. El medio ambiente lo necesita y Milton no le dará la espalda. Al contrario, tiene más pasión por lo que hace y en su guardia espera que ninguna vida se pierda.