Juan Guillermo Monsalve debía acariciar desde joven la idea de ser socio de uno de los yacimientos de oro de los que tanto había escuchado hablar a los nativos. Llegó con su familia al municipio de San Roque, Antioquia, cuando apenas contaba con 8 años, como hijo del mayordomo de la hacienda ganadera Guacharacas.
Siendo adolescente ayudó a su padre como vaquero, al igual que su hermano menor, y aunque le agradaba su labor, según nos contaron quienes lo conocieron entonces, ansiaba tener participación en una mina, como la mayoría de sus vecinos. En Providencia, el corregimiento limítrofe con Guacharacas, donde se instaló su familia en una modesta vivienda tras abandonar el trabajo de la finca, los pobladores sueñan con hallar un tesoro en las entrañas de la tierra. Aparte de que les corre el ardor minero por las venas, lo ven como la única manera de liberarse de una vida cargada de estrecheces en una región agrícola y ganadera, de bellísimos paisajes verdes.
Basta observar desde Guacharacas un cerro no muy alto, que se asemeja a un queso gruyer por la cantidad de huecos que le abrieron, para constatar que la minería es una pasión local. Sin embargo, a Óscar Monsalve, el cabeza de familia, padre de Juan Guillermo, nunca le tentó la mina, le gustaba la ganadería, actividad que dominaba por completo, y el campo.
Cuando dejó su trabajo en la famosa hacienda, años después de que los Uribe Vélez la hubiesen vendido, se dedicó a jornalear en cualquier finca donde le saliera algún encargo. Pero con lo poco que ganaba tenía dificultades para cubrir las necesidades de los suyos.
Su hijo Juan Guillermo siempre tuvo otras miras y pronto dejó a sus padres y tres hermanos y abandonó Providencia para emprender su propio camino. Marchó a Caquetá, formó parte de una banda de delincuencia común, y en las esporádicas ocasiones en que regresaba para visitar a los suyos, le gustaba hacer alarde de la plata que ganaba lejos de Antioquia, igual que hacen los mineros cuando dan con una buena veta.
Pero solo años después, cuando estaba en prisión pagando una larga condena de 40 años por secuestro, habría podido cumplir el sueño de sus coterráneos y comprar una parte de la mina La Virgen. La mina en la que sería socio Monsalve se encuentra en La María, diminuto caserío a escasos kilómetros de la finca Guacharacas, cerca de la carretera nacional que atraviesa el nordeste antioqueño.
Los nativos advierten que no es lugar para forasteros. A los mineros y, menos aún, al Clan del Golfo, que controla de manera discreta la zona, no les gusta que nadie vaya a husmear. “No vayan a buscar La Virgen, es peligroso”, aconsejaron. Nos sorprendió el aviso porque el caserío minero La María queda a solo 15 minutos de San Juan del Nus, corregimiento de San Roque, a unos tres minutos de Providencia y a tiro de piedra de una vía nacional muy transitada.
Además de que las minas donde está enclavada La Virgen se localizan en un área que pertenece a la multinacional AngloGold Ashanti, dueña, asimismo, de Guacharacas. Pretenden formalizar la actividad minera e imponer normas ambientales que detengan el evidente deterioro de la naturaleza. En todo caso, indicaron que si alguien nos abordaba, dijéramos que íbamos a comprar panela al trapiche, conocido en toda la zona. Porque en cuanto dejas la carretera, subes por un pequeño camino que termina en el trapiche. La edificación perteneció en su día al exparamilitar Juan Guillermo Sierra, alias Gavilán, pero ahora nada tiene que ver con el citado criminal.
Cuando llegamos, solo vimos unos cuantos lugareños y varias mulas. A la derecha del trapiche sale un camino angosto que da a un caño sucio al que las minas desaguan por medio de mangueras, contaminándolo aún más. Antes de desplazarnos, nos habían descrito la ruta.
Aunque las minas por las que pasas son parecidas, dar con La Virgen resultó sencillo. Bastó recorrer un tramo del caño, subir una escalinata de madera y enseguida aparece la mina a la que se refería sin dar detalles Carlos Eduardo López, conocido como Caliche, cuando lo entrevistó SEMANA el año pasado.
También había revelado la existencia de una finca, aunque, al igual que la mina, desconocía su ubicación, si bien tiempo después SEMANA descubrió que se trataba de La Veranera, en Risaralda. La Virgen, en honor a una imagen que reposa a un lado del socavón, está custodiada por un vigilante con cara de pocos amigos.
Pregunto si puedo acercarme hasta la entrada. Responde que sin permiso de los dueños no lo puede permitir. Avanzo unos pasos y enseguida debo retroceder ante la mirada inquisidora del guardián. Están haciendo obras para agrandarla y desde la distancia se puede apreciar que se trata de un socavón grande y que cuentan con equipos modernos, no se trata de una de tantas minas artesanales que trabajan con métodos tradicionales.
La inversión, para explotar la mina con mayor eficiencia, es siempre cuantiosa y no todos pueden aportar los fondos necesarios. De ahí que en ocasiones algunos se vean forzados a deshacerse de su porción de la torta. Lo que lamentan en San Juan del Nus, el corregimiento que queda sobre la carretera nacional y que tiene vocación ganadera más que minera, es que sus vecinos de Providencia malgasten las ganancias que les ha proporcionado el oro desde hace años en trago, droga y prostitución.
A pesar de que no es una localidad grande, “es un pueblo complicado por la gran descomposición social” que ha conocido en los últimos años, afirma un local. Cuando los Monsalve lo habitaban, era más acogedor y, de hecho, conforme a lo que le contaron a SEMANA habitantes de la región, los vecinos socorrieron a Óscar Monsalve en más de una ocasión por la precariedad económica en la que vivía cuando dejó de ser mayordomo y el cariño que despertaba.
Todas las minas deben inscribir a sus propietarios en la Notaría del municipio de San Roque. Serán, en todo caso, las autoridades las encargadas de averiguar tanto la participación de Juan Guillermo Monsalve en La Virgen, que al parecer le maneja un concejal, según afirmaron fuentes locales, como los desembolsos que haya realizado para cubrir los gastos que requiere su explotación y las ganancias que ha percibido.
Si confirmaran su posesión, quedaría en evidencia que su paso por la cárcel, en lugar de perjudicarle, le ha reportado cuantiosos beneficios económicos, quizá mayores a los que logró en los pocos años que alcanzó a ser delincuente común, antes de que lo apresaran por un secuestro.