Fernando Oquendo tenía 44 años de edad, de los que pasó 30 en el mundo del paramilitarismo y la mafia. Por tres décadas escapó de la muerte y la justicia escondiéndose en las selvas del país. “Hijueputas verdes, se van a morir todos”, fue lo último que alcanzó a gritar después de vaciar la mitad de las balas del proveedor de su pistola nueve milímetros. Los seis escoltas que lo protegían lo dejaron solo y escaparon cuando se desató la balacera con el comando especial de la Policía. Este llegó para capturarlo en la finca en donde se escondía en una vereda cerca al municipio de Valencia, Córdoba. Tras el cruce de disparos el cuerpo sin vida de Oquendo quedó tendido en la tierra. Con ese operativo de la Dirección de Investigación y Policía Judicial e Interpol –Dijín– terminaba su recorrido uno de los más peligrosos y buscados delincuentes de los últimos años.Aunque para la mayoría de los colombianos Oquendo era un completo desconocido, para las autoridades nacionales y extranjeras se había convertido en una prioridad desde hace varios años. Y no era para menos. Alias Ramiro Bigotes era un asesino sanguinario que ascendió en el mundo del narcotráfico justamente por la frialdad con la que actuaba al momento de matar.Le recomendamos ver: Las sicarias que mandan en el Clan del GolfoA comienzos de los años noventa hizo parte de las filas del EPL que se ubicaba en Urabá. Allí conoció a quien sería su jefe, Darío Úsuga, alias Otoniel. Al igual que muchos guerrilleros de ese grupo, en vez de desmovilizarse optó por pasarse a las filas de las AUC de los hermanos Castaño. Por una docena de asesinatos en esa región y su “buen desempeño”, lo enviaron en 1999 al Valle del Cauca a formar el bloque Calima. En 2001 Bigotes participó en la masacre del Naya, Cauca, en donde él y sus secuaces torturaron y degollaron a cerca de 100 campesinos cuyos cuerpos arrojaron a abismos y al río. Bigotes perpetró 10 masacres más, para un total de 250 víctimas, según las autoridades.Le puede interesar: Así murió ‘Bigotes‘, uno de los asesinos de Carlos CastañoDel Valle del Cauca los Castaño lo enviaron en 2003 a los Llanos Orientales para formar parte del naciente bloque Centauros. Allí también dejó una estela de muertos. En 2005, se desmovilizó junto a Otoniel. Pero a los pocos meses cambió de opinión y con su compinche optó por retornar a Urabá y retomar las armas al frente de un ejército de 1.000 hombres, que serían conocidos como la banda de los Urabeños y actualmente se llaman el Clan del Golfo. Ya como parte de la cúpula de esa organización criminal, Bigotes asumió el rol de manejar los envíos de droga al exterior. Tenía los contactos con otros narcos y controlaba los laboratorios que semanalmente producían hasta 500 kilos de droga, lo que representaba miles de millones de pesos para las arcas de la banda.Al igual que muchos de sus compinches del Clan del Golfo, Bigotes tenía los gustos de los mafiosos, así estuviera en la mitad de la selva. Hacía que sus hombres llevaran mujeres prepago de otras ciudades y realizaba fiestas con licor importado. A muchas de ellas les regalaba cirugías estéticas, vehículos y grandes sumas de dinero. Como su jefe, Otoniel, obligaba a niñas de 12 a 15 años de edad a sostener relaciones sexuales con él.Le recomendamos leer: Jíbaros: los nuevos tentáculos del Clan del GolfoLlevaba tres décadas escapando de la justicia y estaba convencido de que podía seguir eludiendo a la ley indefinidamente. Pero no contaba con que desde hacía varios meses grupos especiales de la Dijín y otras unidades de la Policía lo tenían en la mira, decididos a detenerlo. “Esto hace parte de la Operación Agamenón para capturar a todos los cabecillas del Clan del Golfo y desarticular completamente esa estructura criminal”, dijo a SEMANA el general Jorge Luis Vargas Valencia, director de la Dijín. Sin Bigotes el Clan del Golfo pierde a uno de sus hombres más importantes, y una amplia zona del país respira tranquila con la muerte de este masacrador.