Jaime Niño Díez era hijo de la generación de los 60, que soñaba con revolucionar el mundo. No podía ser simple espectador y sentía la obligación de forjar su época. A diferencia de muchos  compañeros suyos de la universidad pública, se negó a creer en el cambio de la sociedad con las armas. Tenía la convicción de que el conocimiento era mucho más poderoso y que la educación, no la guerra, podían transformar sociedades.Le puede interesar: Murió exministro de educación, Jaime NiñoEsa convicción lo acompaño toda la vida. Fue la fuerza de su coherencia ante una democracia colombiana  presa del clientelismo, el populismo y la política por organizaciones criminales. Su lema, que creó junto con Lucía, su esposa siempre presente, para la Campaña de alfabetización Simón Bolívar, decía: ni un colombiano que no pueda aprender, ni un colombiano que no quiera enseñar.Fue testimonio del poder de la educación. De una familia modesta de Cali, hizo sus primeros años escolares al lado de su padre, un recio maestro de matemáticas, quien le inculcó la honradez por encima de todo. Fue uno de los primeros bachilleres nocturnos del país y  se graduó luego de Sociología de la Universidad Nacional. Ya en sus treintas, aprendió inglés y se fue a estudiar una Maestría en Planeación y Desarrollo Educativo en la Universidad de Toronto.Pudo optar por la empresa privada, luego de un tiempo breve en Carvajal, pero se decidió por la docencia universitaria y el servicio público. Fue profesor de las universidades Nacional y del Valle, rector de las universidades Piloto y Autónoma de Colombia y lideró el Consejo Directivo de las universidades Nacional y Pedagógica Nacional. Este último año hizo parte de la Sala Plena de la Universidad Simón Bolívar.Como Ministro de Educación se enfocó en refundar la escuela a partir de un esfuerzo de profesionalización de los maestros y de participación de los padres de familia como agentes de cambio en la comunidad educativa. Promovió la descentralización educativa, fue pionero de la formación bilingüe  y entregó más de 1.000 aulas de informática. Su tarea en el ICFES dio lugar al CESU, el Consejo Nacional de Acreditación y el Fondo de Desarrollo de la Educación Superior. En el ICETEX, profundizó los programas de créditos universitarios y amplió las becas para estudios en el exterior. Tuvo un fugaz paso por el Congreso de la República; presidio las comisiones de asuntos sociales e impulsó los programas de hogares infantiles del ICBF y la ley de financiamiento de vivienda de interés social. Su último cargo público fue el de Comisionado de Televisión representando a las universidades en defensa de la televisión pública, el desarrollo de contenidos educativos para niños y niñas, los canales regionales y la televisión comunitaria.Dedicó sus últimos años a la transformación de las prácticas en el aula para el mejoramiento de las competencias en matemáticas y lenguaje, tarea en la cual asesoró a los gobiernos del Perú y Nueva Guinea. Recientemente, se dedicó al acompañamiento de los docentes en las instituciones educativas de menor desempeño, como miembro del equipo asesor del Programa “Todos a Aprender”.Antes de su fallecimiento el pasado 12 de diciembre, estaba concentrado, junto con un importante grupo de líderes ciudadanos, en la necesidad de una nueva visión reconciliatoria de Cartagena, donde residía, para que fuera la capital de los Derechos Humanos, a propósito del quinto centenario de su fundación y de la obra de San Pedro Claver. Para él  era incomprensible que después de tanta sangre derramada y tantos jóvenes sacrificados, hubiera quienes tienen todavía razones para la violencia.