Cuando el maestro Ómar Rayo decidió darle vida en su pueblo a un museo que le permitiera a cualquiera ver sus obras y muchas otras de su colección privada, difícilmente pensó que se convertiría en un faro que ayudaría a iluminar los terribles años que el narcotráfico y la violencia escribirían allí y en otros pueblos más del norte del Valle. Si bien estaba seguro de que el suyo era el proyecto privado de divulgación cultural más ambicioso que ningún pintor había construido en Colombia, temía fracasar. Para evitarlo, Rayo tuvo que hacer muchas veces lo que más detestaba: “Sacar la totuma y pedir limosna para mantenerlo, lo que es indignante”, le dijo a un periodista de esta revista días antes de morir. Por un lado, no estaba claro cómo lo sostendría. El proyecto nació luego que Rayo ganó un premio en la Bienal de São Paulo, Brasil, en 1973. En reconocimiento las autoridades civiles de Roldanillo le donaron el lote donde antiguamente funcionaba la plaza de mercado. Y desde que abrió sus puertas el 20 de enero de 1981, Rayo siguió trabajando para que por ese pueblo pasara lo mejor del arte. De ahí que su aniversario número 35, más que un festejo, es el reconocimiento a su determinación por sacar adelante un proyecto muy difícil. “De entrada queríamos evitar que el museo terminara convertido en una casa de la cultura de pueblo”, recuerda Miguel González, reconocido curador y primer director del museo. Pero, pese a las adversidades, el balance es impresionante. El Museo Rayo ha presentado 587 exposiciones y tiene, en promedio, 20.000 visitantes por año. Esas son cifras extraordinarias si se tiene en cuenta que Roldanillo tiene 35.000 habitantes de los cuales casi la mitad vive en la zona rural. Su economía, como la de otra decena de municipios a orillas del río Cauca, depende de la agricultura. Además, pocos entienden que un proyecto cultural sobreviviera en medio de una de las zonas más golpeadas por el narcotráfico. En Roldanillo, El Dovio, Zarzal, Riofrío, La Victoria y Cartago nacieron los jefes del ahora extinto cartel del Norte del Valle, una de las organizaciones más temidas del país. Uno de ellos era Wílber Alirio Varela, alias Jabón, asesinado en Venezuela en 2008. Varela junto a Diego Montoya, alias Don Diego, otro capo del cartel, protagonizaron una guerra que dejó como saldo un millar de muertos en esa zona, solo entre 2002 y 2005. Esa violencia impactó al museo, pues en ese tiempo la gente lo visitó menos. Por ejemplo, en 2000 solo entraron 11.913 personas y en 2005, 13.746, cuando en otros tiempos tuvo picos de hasta 35.000 visitas. Lo que es peor, muchos de los jóvenes involucrados en esas estadísticas violentas eran de Roldanillo. En el pueblo no olvidan las escenas en la sede de Medicina Legal, donde se apiñaban decenas de cadáveres y a su alrededor madres desconsoladas que lloraban a sus hijos. Solo en 2005 el municipio registró una histórica tasa de 249 homicidios por cada 100.000 habitantes. Pero la determinación de Rayo, su esposa Águeda Pizarro y sus amigos no tenía límites. Le echaron mano a los talleres de dibujo infantil, poesía, pintura y grabado, para ‘capturar’ a niños y jóvenes en riesgo. “El mejor instrumento para la paz es la cultura”, expresó Édgar Correal, cofundador y asesor del museo. Y junto al Ministerio de Cultura abrieron la sala de lectura infantil por la que han pasado 50.000 niños. El tema económico es otro milagro. En 2015, su presupuesto fue de apenas 600 millones de pesos, y con ese dinero pagaron los 12 trabajadores y realizaron exposiciones y talleres. El dinero provino de la taquilla, ayuda estatal y empresas privadas. Pese a la escasez de recursos, por el museo han pasado obras de Leonardo da Vinci, Andy Warhol, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Timothy White, José Luis Cuevas, Julio Cortázar y Fernando Botero, solo por citar algunos nombres. Y, por supuesto, decenas de artistas locales. Antes de morir, el 12 de junio de 2010, el maestro Rayo sentenció que cuando él no estuviera el museo se convertiría en bodegas de café. Pero cinco años después, el epitafio de su tumba dentro del mismo museo parece más verídico que nunca: “Aquí cayó un Rayo”. Pero no uno destructor, sino uno que le dio luz, vida y esperanza a Roldanillo.