Las historias de vida de los migrantes que por estas fechas tienen abarrotado a Necoclí, Antioquia, parecen ser calcadas. Radiografías simétricas de tristes realidades y un afán de huir, de escapar, de no existir aquí, sino allá: en el norte, donde –dicen– todo es mejor y duradero. Aquella costera esquina antioqueña hoy alberga a miles de personas del sur del continente que decidieron ponerles fin a sus vidas en este lado del hemisferio y buscar suerte en Estados Unidos, y, por qué no, Canadá.
Necoclí es la puerta de entrada a ese sueño, que muchas veces se convierte en pesadilla para algunos. Beatriz Quintero es venezolana. Las razones por las que salió de su país son obvias, no vale la pena gastar tinta en describir algo que todo el mundo sabe. Salió de Venezuela con sus tres hijos, de 15, 13 y 9 años, llegaron a Colombia por Paraguachón, La Guajira, y desde allí emprendieron camino hacia Necoclí.
Luego, conectar con el Tapón del Darién, más tarde Panamá, recorrer toda Centroamérica hasta llegar al denominado Hueco (frontera México-Estados Unidos) y pasar al gigante norteamericano. Una travesía que les podría costar la vida, pero dice sin titubear que prefiere morir intentando sobrevivir que quedarse y ver llegar la muerte a la sala de su casa.
“En todo caso, vamos a morir, sea aquí o allá. Entonces, que mejor sea allá”, refuta. Su travesía aún es prematura, pues del grueso del recorrido no ha completado ni el 10 por ciento. Todavía está en Necoclí. Su paso se vio interrumpido por una ola de migrantes: miles de personas que, como ella, prefieren morir en el intento. Han llegado desde todas partes. También hay colombianos. Necoclí colapsó por esa caravana de caminantes dispuestos a avanzar sin mirar atrás. Ha sido tanto el impacto que en algunas calles de Necoclí no hay por dónde caminar. Todo está invadido de cambuches.
La administración municipal decidió declarar la calamidad pública porque en ese pequeño pueblo, de 1.361 kilómetros cuadrados, hay 10.000 migrantes. En menos de dos semanas ha llegado el equivalente al 13 por ciento del total de la población de Necoclí, que, según el último censo del Dane, ronda los 70.824 habitantes. En pocas palabras: el municipio está a reventar. Las autoridades identificaron presencia masiva de venezolanos, ecuatorianos, asiáticos y africanos. El 20 por ciento de esta población es de niños y adolescentes. La demanda supera la oferta institucional.
El fenómeno es preocupante. Los migrantes están varados en las playas de este municipio en razón de que no hay suficientes embarcaciones para pasar el golfo de Urabá, tránsito necesario para empezar a caminar por la tierra del Darién, cuyo recorrido podría tardar entre cinco y diez días, aunque se extendería por las condiciones del terreno.
La Defensoría del Pueblo reveló que el represamiento se mantiene desde hace dos semanas. En un día se llegaron a contabilizar más de 10.000 personas.
Ellos esperan hasta cuatro días bajo el sol y el agua mientras alcanzan un tiquete de bote que los traslade hacia la zona urbana de Acandí, Chocó, y el corregimiento de Capurganá.“Este año la crisis migratoria es mucho más grave que la registrada el año pasado porque la cantidad de personas en movilidad humana que han pasado hacia Panamá supera los 150.000, en comparación con los 134.000 migrantes en todo 2021. La tendencia es a seguir aumentando”, dijo el defensor del Pueblo, Carlos Camargo.
También está el riesgo de la explotación sexual comercial. Una alerta emitida por la propia Defensoría advierte que esta práctica estaría vinculando menores de edad con el fin de costear el viaje por la selva del Darién, que sumaría entre 800.000 pesos y un millón en caso de que un coyote los acompañe en el tránsito por la frontera.El gobernador de Antioquia, Aníbal Gaviria, viajó hasta Necoclí para testificar los alarmantes reportes. Su conclusión ante lo presenciado es que “el flujo siga”.
Es decir, brindar las garantías para que estas personas lleguen al Tapón del Darién y crucen la frontera. Una vez allí, ya no son su problema. “Tenemos que ser conscientes de que este es un problema en que el manejo de nosotros es supremamente parcial, porque este es un flujo internacional. Y, entonces, como dicen todos los migrantes, ellos tienen un sueño de llegar hasta el norte. En la medida en que eso se dificulte, seguramente toda la cadena tendrá acumulaciones y problemas adicionales, pero ese es un tema que escapa a mi gobernabilidad”, dijo Gaviria.
Los que se quedan
A Beatriz no la asustan los videos que ha visto de personas muriendo en las selvas del Darién. Son piezas audiovisuales aficionadas cortas en las que se aprecia cómo algunos se quedan casi desmayados en el fango por el rigor de las extensas caminatas. La cifra de muertos aún no se puede contabilizar, pues ¿cómo llevar un registro de algo que no tiene registro? “Yo los he visto todos (los videos), mis hijos también.
Ellos saben a qué nos vamos a enfrentar, pero también saben lo que estamos dejando atrás: pobreza, hambre, violencia. Dígame usted: ¿eso es vida? Cierto que no. Entonces, como eso no es vida, nosotros ya venimos muertos. Y estamos muertos porque nos mató el Gobierno de Maduro”, reflexiona Beatriz. Sin embargo, muchos de sus compañeros de viaje sí han decidido devolverse al ver que el camino no es el prometido y que lo que les espera es un trayecto espinoso con una probabilidad de vida del 50 por ciento.
También la amenaza de ser deportados desde la frontera mexicana despertó preocupaciones en los caminantes, que se están jugando su integridad física para ser aceptados en ese lado del mundo. Las autoridades locales confirmaron que esa comunicación hizo estruendo en los albergues improvisados que los migrantes instalaron en las playas.
Aunque muchos siguen enfilados hacia Panamá, varios empezaron a desistir del viaje, pues las condiciones de permanencia no están aseguradas y, en cualquier momento, serían obligados a retornar.
De eso da cuenta la Asociación de Transportadores de Pasajeros de Antioquia. En las últimas horas, las terminales de Medellín han recibido 25 buses repletos de extranjeros que salieron del municipio de Necoclí con destino a Cúcuta y Bucaramanga.
Ambos panoramas son un desafío para Necoclí. Si llegan más migrantes, el pueblo continuará en el colapso y, si no avanzan, agudizarán la crisis social. La encrucijada es grande y está plagada de historias como las de Beatriz y sus hijos. Son más de 10.000 relatos que apuntan a una sola conclusión: migrar para sobrevivir. Escapar para vivir en dignidad, así el viaje acelere la llegada de la muerte.