En entrevista con SEMANA, la religiosa que fue liberada el pasado 9 de octubre admitió que en medio del cautiverio presenció la maravilla de Dios. Mientras recibía golpes e insultos, podía contemplar el sol en su máximo esplendor.
“Nunca había tenido la oportunidad de contemplar el Sol en el desierto, es una maravilla”, dice, aunque recalca que el calor es muy fuerte y agotante. Sin embargo, la majestuosa imagen lo apaciguaba. “Era naranja, un color que a medida que iba pasando el tiempo más se intensificaba”, cuenta.
“Ver los camellos que se subían por esas montañas de arena a buscar agua y que caminaban kilómetros de kilómetros a buscar un poso de agua” es una escena que apenas había alcanzado a imaginar en las películas, dice.
Relata que en las mañanas sus captores se levantaban a orarle a Ala, y ella aprovechaba para hacer las suyas. “Lo hacía de diferentes maneras: contemplando el Sol, alabando a Dios. Mi espiritualidad es franciscana y Francisco de Asís, con su cántico, resaltaba a las criaturas, a todo llamado hermano: el hermano sol, la hermana luna, la hermana tierra, el hermano viento”, afirma.
En medio de la crisis que estaba pasando, sabía que no estaba sola porque Dios a través de su creación la acompañaba. “Yo, con mis propias palabras, componía mis canticos de alabanza a Dios”, comenta. Luego de su rato de conexión de espiritual, seguía haciendo el desayuno o acatando los castigos que le imponían los hombres que la custodiaban.
Una de las frustraciones más grandes que sintió la monja colombiana fue no saber de astronomía en medio de su cautiverio. “Yo conocía que los pastores que cuidan a las ovejas se orientan en la noche por las estrellas para llegar a un lugar y yo decía: sí conociera bien cómo orientarme con las estrellas nos podríamos ir tal vez”.
En las noches del desierto vivió uno de los momentos más mágicos: ver desfilar sin temor las estrellas fugaces. “Contemplaba mucho la salida de la Luna, las estrellas, las fugaces también. Nunca había tenido la oportunidad de verlas tan de cerca, había muchas, así como constelaciones”, relata.
Cada vez que contemplaba tal majestuosidad sabía que no estaba sola y que las oraciones de millones de católicos en el mundo estaban siendo escuchadas por Dios. Por eso, por más difícil que pareciera la jornada, se sentía confiada en que su Dios la sacaría de tal viacrucis.
“Gracias a Dios no estuve enferma”, resalta, porque hay cosas que no tienen explicación: duro varios días sin comer, ni tomar agua. Incluso aunque le “tiraban”, literalmente, una tortilla dañada con una botella de agua mal oliente y reposada para alimentarse durante todo el día, o la golpeaban, escupían o amarraban bajo los árboles, de manos y pies, a más de 45 grados centígrados de temperatura.
Pese a todo eso, siempre se sintió en buenas condiciones de salud. “Tenía mucha fe, lo tomé en otro sentido”, dice. “Todo el tiempo del secuestro lo soporté con alegría, con serenidad. Cada vez que yo recibía todos estos insultos, esos maltratos, decía: Dios mío, esta es la oportunidad que tengo para santificarme”, agrega.
Cuando la desataban, y en los últimos meses que estaba sola en cautiverio, vio en la inmensidad de la arena la oportunidad de convertirla en lienzo; por eso “hacía jarrones de floreros en la arena y decía ‘para Dios, de Gloria’. Escribía grande el nombre de Dios, esos hombres venían y me borraban todo con el pie, o traían palas y quitaban todo; no hagas eso, decían”.
Asegura que en ese momento “pensaba en tantas personas que hay en Colombia también secuestradas y sufren. Este dolor de no tener la libertad en tantas situaciones: la pobreza, el hambre física. No tener la oportunidad de tener. Eso también me ayudaba a fortificarme y a orar mucho por mi país, por la paz por el mundo entero, por los secuestrados y por los secuestradores”, puntualizó, diciendo que ella en ningún momento les guardó rencor a sus verdugos.