Nunca la humanidad había estado tan conectada y a la vez tan dividida: paradójicamente, en la era de la información prima la mentira. El fenómeno de las noticias falsas también golpea a Colombia, uno de los países más conectados de América Latina, según varios estudios que la sitúan entre los primeros 15 lugares mundiales en número de usuarios de Facebook y Twitter, por encima de países como España y Canadá. En el plebiscito sobre la paz la difusión masiva de noticias falsas llegó a su punto más polémico y culminante, pero los troles –personas que publican mensajes provocadores con la intención de hacer daño– también han se han tomado otros escenarios como, por ejemplo, la lucha entre los taxistas y Uber.Una de las noticias falsas más creativas apareció en septiembre, y aún hoy se mueve en miles de chats grupales de WhatsApp: la supuesta ley Roy Barreras. Según el mensaje, al proyecto de ley con el nombre del senador de La U solo le falta un debate en el Congreso y descontaría el 7 por ciento de las mesadas de los pensionados para sostener a las bases guerrilleras. La magnitud de la desinformación fue tal que hace pocos meses la Secretaría del Senado debió certificar que la ley no existe y que nadie ha radicado en el Congreso ningún proyecto que disminuya las pensiones para financiar la paz.Puede leer: Facebook lanza herramienta para detectar noticias falsasEn la misma línea dañina estaba un volante que circuló masivamente en Facebook, en el que supuestamente los taxistas llamaron a los bogotanos a ayudar a inmovilizar vehículos que operen con la plataforma Uber. El mensaje afirmaba que por el primer carro denunciado pagarían 50.000 pesos y “del segundo en adelante, recibirás 100.000”. La imagen presentaba un número de contacto para “combatir la ilegalidad”. SEMANA estableció que este es el celular personal de uno de los líderes del gremio de taxistas en la capital, cuya hija recibió amenazas a causa del volante que buscaba incriminarlo. Sin embargo, la publicación todavía circula y tanto los defensores de Uber como los de los taxistas la han utilizado para reforzar sus rabias.Cuando Juan Carlos Vélez, gerente de la campaña del No en el plebiscito, admitió que le habían apuntado a que la gente saliera a votar “berraca”, su partido lo condenó al ostracismo. Pero lo cierto es que la estrategia no tenía nada de nuevo: solo extrapoló lo que sucede en las redes sociales hace años. Más de 20.000 usuarios colombianos de Facebook y los 5 millones de Twitter publican, comentan y comparten indignados la información.Le recomendamos: La ciencia de comer cuentoEl pasado fue el año de la rabia en el mundo, y con la emoción iracunda llegó la mentira. Por todo el globo se viralizaron noticias falsas que sostenían que Hillary Clinton había vendido armas al grupo terrorista Estado Islámico y que había tenido una relación lésbica con Yoko Ono. Al mismo tiempo, en Colombia rondaban los rumores de ‘sueldos’ de 1.800.000 pesos a todos los guerrilleros, que no pagarían ni un día de cárcel, y que Timochenko sería el nuevo presidente. Y el problema es que, como todo chisme, es prácticamente imposible cortarlos de raíz, como pudo verse en el volante que circuló convocando gente a la marcha nacional del pasado 1 de abril.Sugerimos: “Los medios tienen que leer las nuevas realidades”: Alejandro SantosEn la otra orilla han surgido proyectos que permitirían ver la luz al final del túnel, como la News Integrity Initiative (Iniciativa por la Integridad de la Información), creada la semana pasada por un grupo de universitarios, asociaciones y empresas tecnológicas, y liderada por la escuela de periodismo de la Universidad de Nueva York (CUNY) con un fondo de investigación de 14 millones de dólares para que los lectores distingan entre la información periodística y las noticias falsas. No obstante, por lo pronto no cabe mucho espacio al optimismo. La falta de confianza en las instituciones se ha traducido como escepticismo frente a la prensa y esto produce un caldo de cultivo para el engaño.En 1993 el experto en comunicación Ignacio Ramonet alertó sobre los peligros de lo que llamó la “censura democrática” producida en los medios a causa de la “asfixia y sobreabundancia de información”, que lleva a que los lectores no logren diferenciar entre la información de calidad y la desinformación. Hoy, casi 25 años después, ese es el objetivo de los troles: manipular y engañar, y preferiblemente a la velocidad de la red social. Y así como es de difícil encontrar el origen de esa información falsa, es aún peor rastrear los senderos bifurcados de quienes la comparten.