Si le preguntan, Steven Pinker diría que el vaso está más de medio lleno. El reconocido filósofo de Harvard, prologuista del nuevo libro de Juan Manuel Santos, se dio a conocer por su mirada positiva hacia el futuro. En Un mensaje optimista, Santos se pone la tarea de aplicar la metodología de Pinker al caso de Colombia. ¿Quién es Steven Pinker y qué lo ha convertido en una estrella intelectual del momento? Pinker, un académico canadiense especializado en ciencias cognitivas, dio el paso a la fama al publicar en 2011 Los ángeles que llevamos dentro. Allí desarrolla su tesis de que las guerras en el mundo se han ido acabando: cada vez hay menos violencia y la humanidad vive su mejor momento. Respalda esta afirmación con una batería de estadísticas que demuestran cómo las cosas mejoraron. La expectativa de vida se ha alargado, la probabilidad de morir violentamente ha disminuido. Hoy en día, hay menos tortura, esclavitud, duelos, quemas en la hoguera, mutilaciones y castigos corporales que en cualquier otra etapa de la historia humana. Dedica gran parte del libro a documentar las maneras en que la vida es mejor ahora que en el pasado y demuestra de forma convincente que el pasado no era tan idílico como algunos creen. Pero lo que hace verdaderamente original, y polémica, la tesis de Pinker es que no se refiere solamente al progreso material, sino al progreso moral de la humanidad. En efecto, según él, la violencia se reduce porque los humanos se están volviendo menos violentos y más altruistas. Impulsado por la educación, que conlleva la empatía, el hombre pule y amansa sus instintos más salvajes y brutales. Están ganando “los ángeles que llevamos dentro”. Empleando la psicología evolucionista, Pinker explica que el universo moral se expandió de la familia a la tribu, a la nación y, últimamente, a la humanidad. Esto lleva a que se haya generalizado lo que él llama el “altruismo recíproco”. Es decir, la capacidad de ponerse en los zapatos del otro y actuar según el mandamiento bíblico de tratar al prójimo como a sí mismo.
Que en el pasado imperó una violencia aterradora, no hay duda. Con base en la arqueología forense, Pinker dice que casi el 15 por ciento de la población prehistórica moría en forma violenta. Este era el estado hobbesiano de la naturaleza, de una guerra de todos contra todos. La tasa de muertes violentas cayó al 3 por ciento en las épocas en que los primeros Estados consolidaron el monopolio de las armas. Para ponerlo en contexto, hoy en día los homicidios se miden en una tasa de muertes violentos por 100.000 habitantes. Colombia logró, como señala Santos en su libro, bajar la tasa de niveles medievales de 81 por 100.000 en 1991 a 25 en 2017. Para comparar, Estados Unidos tiene una tasa de 5, alta para el mundo desarrollado, mientras que países europeos como Francia tienen una tasa cercana al 1 por 100.000 No solo eso. Pinker dice que desde que se mide el coeficiente intelectual los resultados han ido mejorando. Demuestra que la humanidad se está volviendo más inteligente, y, según él, la moralidad y la razón avanzan de la mano. De acuerdo con su tesis, desde la Ilustración la humanidad ha reducido continuamente la violencia, anclada en el progreso moral de la sociedad. Esta teoría lo ha posicionado como el gran optimista de la actualidad y, al mismo tiempo, lo ha expuesto a feroces críticas de detractores que lo califican de ingenuo. Quizás, su mayor crítico intelectual, el pensador británico John Gray, a su vez, ha hecho carrera como el gran pesimista. Gray ha denunciado una crisis del liberalismo, entendido como la filosofía política de la Ilustración basada, precisamente, en una fe ciega en el progreso.
Pinker no es el primero en pronosticar el final de las guerras. Kant estableció el género con su libro Paz perpetua en 1795, en vísperas de las guerras napoleónicas. Antes de la Primera Guerra Mundial era un lugar común decir que, debido a la globalización victoriana y la interconexión de las economías, una guerra internacional era impensable. Después de la caída de la Unión Soviética, Francis Fukuyama declaró el “fin de la historia” y el triunfo de la democracia liberal. Por lo general, los pronósticos de que la humanidad entra en una fase de paz prolongada se han estrellado con la realidad. ¿Cómo aplica todo esto a Colombia? Si el argumento de Pinker abarca la totalidad de la historia humana, Santos se enfoca en las últimas tres décadas. Y señala dos hechos salientes. Por un lado, el inmenso avance social del país en prácticamente todos los sectores. Por el otro, el gran divorcio entre la opinión pública y la realidad. El optimismo pinkeriano que Santos aplica le hace frente al pesimismo generalizado en la historia colombiana. Solo basta mirar que los libros de historia más vendidos en los últimos años tienen títulos como Una nación a pesar de sí misma, Pa que se acabe la vaina o ¿Por qué fracasa Colombia? Alejandro Gaviria –a quien Santos entrevista en el libro sobre el sector de la salud– bautizó este negativismo intelectual como la fracasomanía nacional. Algunos historiadores, como Malcolm Deas y Eduardo Posada, han destacado aspectos positivos de la historia nacional, como la estabilidad constitucional de Colombia, la ausencia de crisis económicas, su democracia ininterrumpida. Pero frente a una interpretación tremendista de la historia en que todo ha sido exclusión y violencia, el que diga lo contrario inmediatamente recibe epítetos como reaccionario o tonto útil del establecimiento.
No obstante, las cifras, como dice Santos, son tozudas. Los avances de las últimas dos décadas son asombrosos. El libro contiene un compendio estadístico enciclopédico que demuestra las mejoras en un rango de indicadores que van desde la reducción de la pobreza y la violencia, pasando por la protección del medioambiente hasta el medallero olímpico y las producciones de cine nacionales. Sin embargo, el progreso, como lo demuestra la pandemia, es frágil. El periodo que trata el libro ha sido indudablemente uno de progreso en que ha mejorado la calidad de vida de la inmensa mayoría de los colombianos. Pero con una mirada más larga podría decirse que en el siglo XX el país vivió dos ciclos de progreso anteriores, seguidos por dos ciclos de estancamiento o retroceso. Las cuatro décadas entre el final de la guerra de los Mil Días y el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán fueron el primer ciclo. Colombia logró ponerles fin a las guerras civiles decimonónicas y se integró a la economía mundial por medio del café. El poder cambió de manos del conservatismo al liberalismo de manera pacífica en 1930. Pero la paz resultó más frágil de lo esperado, y el país cayó en la barbarie de la Violencia. Después, con el Frente Nacional, la Alianza para el Progreso y la industrialización de los años sesenta y setenta, Colombia vivió un segundo ciclo de construcción de Estado y desarrollo económico que culminó en el narcoterrorismo y el recrudecimiento de la violencia paramilitar y guerrillera de los noventa. En ambos casos, el progreso fue un falso amanecer.
Este tercer ciclo que refiere el libro, que va desde la Constitución de 1991 hasta la firma de la paz con las Farc, se enfrenta hoy a una polarización política que recuerda la era en que Laureano Gómez prometió hacer invivible la república. La pandemia, por supuesto, solo complica la situación. El optimismo pinkeriano es un antídoto a la fracasomanía nacional. Pero es necesario moderarlo con una reflexión sobre el peligro de retroceder. Todo avance es frágil, y las leyes de la historia no empujan invariablemente hacia adelante. Venezuela es el mejor ejemplo de que la historia también tiene reversa. Leer a Pinker en Caracas debe ser una experiencia amarga. Santos tiene razón en que el vaso está más lleno. El pesimismo implacable con que el uribismo le hizo oposición a Santos contribuyó a ver el vaso vacío. La gran paradoja es que el Gobierno de Iván Duque se está dando cuenta de que la opinión pública no cambia de un día al otro y no ha podido corregir el pesimismo nacional. El libro de Santos puede ser un primer paso para llenar el vaso.